Una lengua materna
★★★★★ excelente. solista: Nelson Goerner (piano). director: Jonathan Nott. obras: Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy; Concierto en sol, de Ravel; Sinfonía N° 3 en fa mayor, opus 90, de Brahms. mozarteum argentino. en el teatro colón.
Nelson Goerner, nunca vamos a cansarnos de repetirlo, es de esos pianistas que le gustaban a Edward Said porque reúne dos condiciones: la introversión más íntima y la mayor extroversión. No es que, en el caso de Goerner, esas dos dimensiones se alternen según el repertorio. Eso sería un poco demasiado previsible. Por el contrario, se dan juntas de una manera indivisa; en él, esas dimensiones parecen estar enteramente interiorizadas. En 2016, lo habíamos escuchado en Händel, Schumann y Chopin. Esta vez, nuevamente para el Mozarteum Argentino, vino con el Concierto en sol, de Ravel. Varios mundos y un pianista de una sola pieza.
Ya desde el principio, Goerner consiguió una flexibilidad de línea, un brillo y una limpidez inusitados. Los movimientos del Concierto no podrían ser más dispares. En las manos de Goerner, el movimiento lento –una de las invenciones ravelianas más excepcionales– se convirtió en una canción de aliento interminable, siempre insatisfecha. Cuando se lo escucha como lo hizo Goerner, se comprende esa idea del filósofo Adorno, según la cual el rasgo definitorio de la poética de Ravel era la “sublimación aristocrática de la tristeza”. Goerner encuentra siempre el hilo más frío que lleva a la emoción, y esto vale también para el Presto, en el que se desplegó la dificul- tad sin ningún fuego fatuo.
Pero nada de todo esto habría sido posible sin el director Jonathan Nott y la Orchestre de la Suisse Romande, para la que, ya desde su fundador Ernest Ansermet, este repertorio es una lengua materna. Nott enhebra cada detalle y hace oír cada diálogo, cada continuidad entre solista y orquesta, y entre solista y solista (como el maravilloso diálogo del piano con el corno inglés). Goerner regaló después una de sus especialidades: el Nocturno en do sostenido menor de Chopin. Esa primera parte había empezado con una lectura antológica de Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, que dejó en claro por qué, con la flauta de esta pieza, nace, como creía Pierre Boulez, una nueva respiración.
A diferencia del color orquestal de Ravel, la Tercera sinfonía de Brahms es, en palabras de otro filósofo, Ludwig Wittgenstein, una obra en blanco y negro, y aquí reside su fortaleza y su dramatismo temático, que Nott puso al desnudo con una precisión radiográfica, sin renunciar al sentimiento del rubato. La intimidad y el detallismo de los dos movimientos centrales resultó casi camarística, como si esa contención fue una acumulación de energía para el Allegro. Fuera de programa volvió Brahms con dos de sus danzas húngaras: la número 16 y la número 2.