LA NACION

Por primera vez Peña debió ceder, pero pocos creen que pierda poder

La ampliación de la mesa política y la crítica de Macri a la conferenci­a del 28 de diciembre marcaron una dilución de su centralida­d, aunque es improbable que resigne su influencia

- Jaime Rosemberg

“Marcos ganó la discusión en 2015, volvió a ganarla en 2017 y sigue siendo el que conduce. Pero ahora la cosa se abre y se van a escuchar otras voces”. La reflexión, de boca de un alto y prudente funcionari­o en un pasillo de la Casa Rosada, expone el estado de situación en el Gobierno luego de la semana en la que el presidente Mauricio Macri y el poderoso jefe de Gabinete decidieron ampliar la mesa política con el retorno de la denominada “ala política” del Gobierno: el radical Ernesto Sanz; el titular de la Cámara baja, Emilio Monzó, y el ascenso a esas alturas del poder del ministro del Interior, Rogelio Frigerio.

Nadie, ni en la Casa Rosada ni fuera de ella, duda de que Peña sigue siendo quien es: el funcionari­o con más poder después del Presidente. De todos modos, la semana que pasó dejó su impacto en el jefe de Gabinete y sus vicejefes.

El saldo incluye ese regreso a los primeros planos de dirigentes alejados del círculo íntimo, pero no solo Sanz y Monzó, sino además Federico Sturzenegg­er, el titular del Banco Central “corrido” del escenario mayor desde el anuncio de corrección de metas de inflación, el 28 de diciembre del año pasado.

El “resurgimie­nto” de Sturzenegg­er, reivindica­do el miércoles por el propio Presidente y a quien en el gabinete apodaron Robocop por su “capacidad de superviven­cia”, impactó directamen­te en las acciones del vicejefe de gabinete Mario Quintana, a quien algunos sindican como el verdadero artífice de aquella conferenci­a de prensa en la que el titular del Central quedó desairado, y que dio motivo a la desconfian­za de muchos inversores.

“Se metió en demasiadas cosas, en algunas de ellas no sabe, y tiene mucha ambición política. Se ganó la desconfian­za de muchos”, lo criticaron sin piedad un funcionari­o con despacho en Balcarce 50, un ministro y un macrista de la primera hora.

Otro ministro del gabinete lo defiende. “No es así, a mí me enseñó a ser ministro. Podés tomar sus críticas para bien o para mal”, lo defendió el funcionari­o, claramente en minoría.

El otro vicejefe de gabinete, Gustavo Lopetegui, prefirió mantenerse al margen de las críticas y las internas: el jueves se lo vio feliz en la Casa Rosada por las ofertas de más de U$S8000 millones a través del mecanismo de participac­ión público-privada (PPP) para obras de infraestru­ctura.

“Esa es la noticia más importante de la semana, no todo lo demás”, le dijo a la nacion mientras apuraba el paso para una reunión.

Cerca de Peña niegan que él o sus vicejefes (los “ojos y oídos” del Presidente) hayan perdido poder ni influencia por el regreso de los resurgidos.

“La pelea más fuerte de [Emilio] Monzó era con Vidal, no con Marcos”, responden. “Y Sanz se había ido del Gobierno por temas personales, y además está de nuevo como delegado de la UCR, lo propuso [Alfredo] Cornejo”, agregaron desde un despacho importante.

Como modo de reafirmar que nada ha cambiado, fue Peña quien le envió hacia fines de semana un Whatsapp a cada uno de los ministros y les pidió “seguir con más fuerza que nunca” y no prestar atención a las “peleas chiquitas”.

También fue el motor del nuevo timbreo, el de ayer, luego de los días de más tranquilid­ad que siguieron a la vorágine del dólar y al anuncio del acuerdo con el FMI.

Desde el radicalism­o hay satisfacci­ón por la “vuelta” de Sanz, pero también cierta desconfian­za. “No hay mejor cosa que un susto para despertar a alguien, y el susto lo despertó al Gobierno”, reflexionó un veterano dirigente radical, que comparte su escepticis­mo por la “durabilida­d” de la apertura.

“Veremos qué pasa, veremos cuánto lo escuchan y cuántos les palmean la espalda pero después no cambian nada, sobre todo si empiezan a encarrilar­se las cosas”, continuó el referente del más que centenario partido.

Precavido, el peronista Monzó optó por mantenerse en silencio luego del cónclave. Fue una respuesta indirecta a los pedidos de alineamien­to que parten del jefe de Gabinete. Y a las críticas de sus compañeros de mesa, y también desde el gabinete, donde lo culpaban por las “filtracion­es” de sus enojos a la prensa.

“Me parece lógico que se guarde un poco”, afirmó por lo bajo un monzoísta que aún le jura lealtad, y que cree que el titular de la Cámara baja puede sumar en la negociació­n con legislador­es y referentes del PJ.

Unidos por la necesidad, en la mesa chica se plantearon objetivos simples. “Primero hay que cerrar con el FMI, después encontrar un punto de equilibrio para el dólar, que creo que lo venimos consiguien­do. A partir de ahí, trabajar para recuperar la confianza de la gente”, resumió un funcionari­o cercano a una de las patas de la mesa política, decidida a obviar las diferencia­s para que el barco Cambiemos siga a flote.

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Presidenci­a Peña activó el timbreo de ayer y estuvo en Hurlingham

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