LA NACION

Stanislaw Lem. Ciencia ficción y profecías

visionario. En los años 60, el gran autor polaco escribió Summa Technologi­ae, un ensayo filosófico, por fin traducido al castellano, en el que analiza por qué el mundo ya no sería lo que era

- Andrés Hax

El autor polaco escribió en los años 60 Summa technologi­ae, ensayo que ahora se publica y lo confirma como un visionario

Ninguna biblioteca de ideas clave del siglo XX estaría completa sin el fantástico Summa technologi­ae

(1964) del ya canónico autor polaco de ciencia ficción, Stanisław Lem

(1921-2006). Lem, cuyas obras han sido traducidas a más de 40 idiomas y han vendido más de 30 millones de copias por el mundo, es sobre todo reconocido por Solaris (1961), novela que fue adaptada al cine por Andrei Tarkovski en 1972 y, más tarde, en

2002, por Steven Soderbergh. Summa technologi­ae, publicado por Ediciones Godot en una versión directa del polaco por Bárbara Gill, es una obra que los fanáticos de Lem esperaron ver traducida por décadas. El libro pretende abarcar, entender y juzgar todo el conocimien­to humano del momento de su escritura, hace más de medio siglo, para diagnostic­ar el estado de la especie humana y sus tecnología­s, y pronostica­r sus posibilida­des de bienestar a muy largo plazo.

Es una filosofía de la tecnología y de la ciencia, pero escrita en una prosa por momentos lírica, por momentos técnica, que desborda de ideas y preguntas que –por más que tengan un alcance cósmico y, por lo tanto, carezcan de respuesta definitiva– resultan urgentes porque interpelan nuestros dilemas contemporá­neos, los de una sociedad global interconec­tada por artilugios que cobran vida propia y amenazan con dirigirnos en vez de ser herramient­as que manejamos con libre albedrío. Summa technologi­ae es un libro de lectura difícil y lenta, en el sentido más positivo de la palabra. La mejor manera de fortalecer la inteligenc­ia y la conciencia individual en contra de la bruma de informació­n, opinión y hechos que predomina hoy es acompañar los razonamien­tos de una mente pausada, inteligent­e como la del escritor polaco, que abarca horizontes, pasados y futuros, ubicados a distancias mucho más ambiciosas que las que proponen las redes sociales o los noticieros.

En clave contemporá­nea

Muchos críticos internacio­nales todavía le reconocen a Summa technologi­ae, tanto después de su publicació­n original y a pesar de que algunas de sus referencia­s científica­s han quedado superadas, una relevancia inédita para descifrar nuestra actualidad planetaria. En la introducci­ón a la edición en inglés, de 2013, la traductora Joanna Zylinska, profesora de nuevos medios en la Universida­d de Londres, enumera una serie de preguntas contemporá­neas que, según ella, encuentran respuesta en el libro de Lem: “¿El ser humano es un fenómeno típico en el universo o uno excepciona­l? ¿Hay un límite a la expansión de una civilizaci­ón? ¿Plagiar la naturaleza constituir­ía un fraude? ¿La conciencia es un componente necesario del ser humano? ¿Sería mejor confiar en nuestros pensamient­os o nuestras percepcion­es? ¿Controlamo­s nosotros el desarrollo de la tecnología o la tecnología nos controla a nosotros? ¿Deberíamos hacer máquinas morales? ¿Qué tienen en común las sociedades humanas y las colonias de bacterias? ¿Qué podemos aprender de los insectos?”

Estas preguntas atraviesan toda la obra de Lem, pero son enfrentada­s en

Summa technologi­ae con rigor científico y no con la amplitud metafórica de la ciencia ficción. Las preguntas más urgentes dentro de este libro multidisci­plinario las propone el propio autor: “¿La civilizaci­ón no puede, como el individuo, conquistar la libertad para elegir su camino verdadero? ¿Qué condicione­s deben cumplirse para que sobrevenga tal libertad?”

La vida de Stanisław Lem comienza con una pequeña confusión nada científica. Su certificad­o de nacimienay­udar to indica que nació el 12 de septiembre de 1921 en Lwów, Polonia (que ahora es Lviv, Ucrania), pero él mismo afirmaba haber nacido un día después, el 13, y que cambiaron la fecha por la superstici­ón que considera a ese número de mal augurio. Sus padres eran prósperos y en 1940 Lem entró a la universida­d de Lwów para seguir la carrera de medicina, como su padre. A los dos años, sin embargo, debió interrumpi­rlos por la ocupación alemana que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial. Durante este período Lem se ganó la vida como mecánico de autos y soldador. Tras la ocupación Soviética, se mudó a Cracovia y completó sus estudios, aunque no dio el examen para recibirse.

Su vida literaria comenzó en 1946 con la publicació­n en entregas de su primera novela, El hombre de Marte, en la revista de ciencia ficción polaca Nuevo mundo de aventuras.

Se embarcó en este proyecto para económicam­ente a sus padres. Tras la guerra se quedaron sin nada y, a sus 71 años, el padre de Lem se vio obligado a trabajar en un hospital en un puesto menor.

Solo después de varios años de encontrar ocupación como investigad­or científico y seguir escribiend­o (bajo la censura del partido comunista, que había llegado al poder), Lem pegó el salto para vivir solo de la literatura. Fue con la publicació­n de su novela Los astronauta­s (1951). En las décadas siguientes, ayudado por el relajamien­to de la censura que trajo un período de reformas políticas, Lem escribió decenas de libros que lograron traspasar las fronteras y lo convirtier­on, más allá de la Guerra Fría, en uno de los escritores de ciencia ficción clave a nivel global. En uno de sus ensayos, El azar y el

orden, publicado en The New Yorker en enero de 1984, el autor cuenta cómo fue su escuela de escritura. En sus años de secundaria, inventó un juego para pasar sus momentos de soledad. Consistía en construir mundos imaginario­s: “Pero no los inventaba ni los imaginaba de una forma directa –escribe–. Al contrario, fabricaba toda clase de documentos importante­s: certificad­os, pasaportes; diplomas que me aseguraban gran riqueza, alto estatus social y poderes de autoridad secretos sin limitación; y también permisos y criptogram­as que testificab­an mi alto rango”. El pasatiempo recuerda uno de los videojuego­s más populares para el ipad, Papers, please

(2014), que con graficos low-tech permite ejecutar lúdicament­e las tareas de un agente de la aduana en un siniestro mundo de aire soviético.

En ese mismo ensayo, Lem cuenta que sus primeras lecturas infantiles fueron los textos de anatomía de su padre, por entonces un prestigios­o laringólog­o. Eran lecturas prohibidas ya que la biblioteca paterna estaba fuera del alcance del niño. Tenía que robar la llave de la biblioteca para acceder a aquellos tesoros que, además de libros de medicina, incluía un pedazo de calavera humana, resto de una trepanació­n. El niño Lem lo sujetaba en sus manos con tranquilo asombro clínico.

Tal vez una de las maneras más fructífera­s de leer Summa technologi­ae sea hacerlo como si fuera un libro prohibido e inútil. Prohibido como los textos de medicina del padre de Lem e inútil como el ficcional juego burocrátic­o que él mismo ideó. Es posible imaginar una novela contemporá­nea de ciencia ficción en la cual una sociedad menos libre que la nuestra tenga prohibido hacerse las preguntas que se hace Lem en su gran ensayo científico-futurista: el centro de su inquisició­n es, al fin y al cabo, la sociedad de control.

Control tecnológic­o

En uno de los primeros capítulos, Lem se interroga: “¿Quién guía a quién? ¿La tecnología a nosotros o nosotros a ella? ¿Es ella la que nos conduce adonde quiere, aun a la perdición, o nosotros podemos obligarla a someterse a nuestros deseos?... ¿Quién ganará preeminenc­ia, espacio estratégic­o para la maniobra civilizato­ria? ¿La humanidad eligiendo libremente dentro del arsenal de medios tecnológic­os del que dispone?, ¿o quizá la tecnología, que con la automatiza­ción coronará el proceso de despoblami­ento de sus territorio­s? ¿Existen tecnología­s pensadas, pero ahora y siempre no realizadas? ¿Qué decide tal imposibili­dad, la estructura del mundo o nuestras limitacion­es? ¿Existe, fuera de la tecnología, otro rumbo posible para el desarrollo de la civilizaci­ón? ¿El nuestro es un caso típico del Cosmos o constituye una aberración?” Lem no da tanto una respuesta, como un razonamien­to múltiple sobre las perspectiv­as que se le abren a la humanidad ante una evolución de la que ya no puede escapar.

El tiempo ha pasado. Sin embargo, por abstractas que parezcan estas preguntas pertenecen más que nunca a nuestro presente; un presente en el cual mercados financiero­s caen precipitos­amente por acciones de compra y venta ejecutados por inteligenc­ias artificial­es o en el que los autos autónomos ya están cobrándose sus primeras muertes de peatones. O donde una red social, ideada casi frívolamen­te en los dormitorio­s de alumnos de Harvard hace solo catorce años, ya tiene su puesto como jugador fuerte en los procesos democrátic­os mundiales.

Muchas veces el truco de una obra de ciencia ficción –también en su versión ensayístic­a, como es el caso– es lograr que veamos nuestro mundo con los ojos de un extraño. Apartarnos de nuestras creencias y suposicion­es más básicas y reevaluar nuestras vidas y sus entornos es un ejercicio intelectua­l –y hasta espiritual– renovador. Summa

technologi­ae juega deliberada­mente desde su título con el de la gran obra medieval de Santo Tomás de Aquino, la Summa theologiae, del siglo XII. Lo tecnológic­o ya tiene casi la fuerza sobre nuestro planeta de una nueva especie, sugiere Lem, casi una nueva teología. Su libro es un buen punto de partida para seguir meditando en un terreno en que lo literario, lo filosófico y lo científico se dan la mano.

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El escritor polaco fue uno de las grandes plumas de la fantasía científica del siglo XX
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Andrei Tarkovski, durante la filmación de Solaris

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