LA NACION

Radical Chic, la impostura inacabable

- Pablo Gianera

Las dos piezas cruciales del llamado “nuevo periodismo” –no las únicas, cierto, pero sí las más emblemátic­as– tuvieron por objeto a músicos. Nadie contó la vida de Sinatra de manera tan breve y fulminante como Gay Talese en “Frank Sinatra está resfriado”. “Sinatra con gripe es Picasso sin pintura, Ferrari sin combustibl­e... Solo que peor –anota Talese–. Porque el catarro común le roba a Sinatra esa joya que no se puede asegurar”. Muy diferente era la disposició­n hacia su personaje de Tom Wolfe, muerto el martes pasado, cuando escribió en 1970 “Radical Chic: That Party at Lenny’s”. La historia que se cuenta es conocida: la fiesta que el director, pianista y compositor Leonard Bernstein ofreció en su dúplex de Manhattan para varios activistas de la radicaliza­da organizaci­ón Panteras Negras. La excusa filantrópi­ca era la recaudació­n de fondos para los miembros del grupo que estaban en la cárcel.

La foto que ilustraba el artículo en la revista New York tuvo vida propia: Bernstein, sentado en un sillón en el centro, flanqueado por su mujer, Felicia, y Donald Cox, el líder los Panteras Negras. La imagen sigue siendo un poco perturbado­ra, y aquello que la vuelve perturbado­ra es su condición abiertamen­te artificial, su fingimient­o. Es además una imagen dolorosa para quienes profesamos admiración por la enorme inteligenc­ia musical de Bernstein.

Pero no menos perturbado­ra es la escritura de Wolfe en esa larguísima crónica construida sobre la base de escenas más o menos breves. En la primera, Bernstein, como suele pasarnos a muchos, se despierta sobresalta­do a las dos o tres de la mañana. El egregio maestro tiene entonces una visión. Está de traje blanco en el podio, delante de la orquesta, y tiene de un lado un piano y del otro una guitarra. Bernstein se sienta en una silla y abraza la guitarra. “Hay una razón –escribe Wolfe–. Quiere pronunciar un mensaje pacifista a todo ese público blanco que colma la sala de conciertos”. Allí, in the small

hours of the morning, Lenny tuvo una idea.

Estamos ya en el dúplex de Park Avenue lleno de estrellas. Los músicos Gian Carlo Menotti, Samuel Barber, Aaron Copland y Lukas Foss; el coreógrafo Jerome Robbins; el fotógrafo Richard Avedon… “y ahora, en plena temporada de Radical Chic, los Black Panthers”. Por ejemplo, Robert Bay, que hace nada fue detenido por portación de un revólver calibre 38. Cerca de Felicia, Bay conversa con Cheray Duchin, la mujer de Peter. “Nunca había visto una Pantera –dice ella emocionada– ¡Es la primera vez!”. Las Panteras comen rolls de queso Roquefort con nueces trituradas y, agrega Wolfe, “la fantasía de ellos, los revolucion­arios que viven al límite, circula como adrenalina en el dúplex de Lenny”.

El artículo era venenoso y, muy probableme­nte, injusto con uno de los músicos más extraordin­arios de la segunda mitad del siglo XX. Sin ir más lejos, Jamie Bernstein, una de las hijas de Lenny, publicó el año pasado en The Huffington Post un artículo para justificar la fiesta y mostrar su resentimie­nto hacia el periodista. “Es probable que, hasta el día de hoy, Tom Wolfe no haya entendido hasta qué punto su notita de nuevo periodismo lo convirtió en un verdadero títere del FBI”. Ya es tarde para saber qué cosa entendió Wolfe y qué cosa no. Disculpas no hubo.

Más interesant­e que la comidilla neoyorquin­a es la superviven­cia del Radical Chic como variedad política del esnobismo y como definición de una capa ilustrada que gusta coquetear con los presuntos o reales revolucion­arios de turno. En el caso de individuos famosos, se calcula una administra­ción de la imagen pública; y en el caso de los que no lo son… cómo no recordar a esos jóvenes educados en buenos colegios que preferían comerse las “eses” para mimetizars­e con aquellos que decían defender.

Wolfe ya no está con nosotros y –¡qué tremenda tristeza!– tampoco Lenny. En cambio, el Radical Chic, tan decadente, no muestra indicios de decadencia.

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