LA NACION

La urgente tarea de reconstrui­r confianza

Tras la tensión cambiaria, la negociació­n con el FMI impone al Gobierno la necesidad de nuevos acuerdos con gobernador­es de la oposición

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com PARA LA NACION

tras la tensión cambiaria, la negociació­n con el FMI impone a la casa rosada la necesidad de nuevos acuerdos con gobernador­es de la oposición, dice néstor scibona

Después de haber dominado la tensión cambiaria con una coordinaci­ón de acciones que no se veía desde hace tiempo, el presidente Mauricio Macri no ignora que tiene ahora por delante el trabajoso desafío de reconstrui­r la confianza en la política económica, seriamente dañada en los últimos meses. Y que, con el nuevo escenario interno y externo, el tiempo no es precisamen­te lo que sobra.

Por lo pronto, ratificó al equipo económico y le devolvió al Banco Central la autonomía que la Jefatura de Gabinete le había recortado a fin de diciembre. Para reducir daños, tanto el Presidente como los ministros del área y el titular del BCRA coincidier­on en un indispensa­ble ejercicio de autocrític­a para admitir los errores propios que condujeron al choque contra la realidad de los mercados y al pedido de asistencia financiera al Fondo Monetario Internacio­nal (FMI).

Con estas decisiones el Gobierno gana tiempo, aunque no mucho. Al menos durante alrededor de un mes, las políticas fiscal, monetaria, cambiaria y de ingresos se mantendrán en la sala de cuidados intensivos. En ese lapso debería cerrar el acuerdo con el FMI y evitar que tanto el dólar como el próximo vencimient­o de Lebac vuelvan a la tapa de los diarios.

Mientras tanto, el discurso oficial cootra, menzó a virar desde el voluntaris­mo hacia el realismo. No sólo con el diagnóstic­o de que será más alta la inflación y más bajo el crecimient­o del PBI, como consecuenc­ia del salto cambiario y las exorbitant­es tasas de interés aplicadas para contenerlo. El tratamient­o también incluirá al déficit fiscal y su consistenc­ia con la política monetaria, para que la devaluació­n del peso no quede en el vacío. De ahí que el propio ministro Nicolás Dujovne, en su reportaje con la na

cion, sostuviera que “el gradualism­o es hijo de algo superior, que es el pragmatism­o”. En otras palabras, deberán recalcular­se las variables y la velocidad del gradualism­o para corregir los déficits “gemelos” en las cuentas fiscales y externas.

Como si se tratara de una serie de Netflix, en la conferenci­a de prensa del miércoles Macri retrocedió hasta el 31 de octubre de 2017 la película que había dejado en pausa a fin de diciembre. Todo lo que dijo ahora en Olivos fue casi idéntico a su realista discurso de entonces en el CCK ante gobernador­es, legislador­es y empresario­s, una semana después del triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativ­as. Allí había sostenido que el Estado gasta más que lo que recauda y que si no se reduce el déficit fiscal, el endeudamie­nto externo para financiarl­o iba a tornarse insostenib­le. Junto con este llamado a la austeridad fiscal, también patentó la frase del “reformismo permanente” para replantear la coparticip­ación, bajar la presión tributaria, el gasto previsiona­l y los costos laborales.

Esta etapa de reformas tuvo su pico en las últimas dos semanas de diciembre, con la sanción de tres leyes claves acordadas con los gobernador­es. Una, el cambio en la fórmula de ajuste de la movilidad jubilatori­a. vinculada con la anterior, fue la convalidac­ión por ley del consenso fiscal entre la Casa rosada y todas las provincias (salvo San Luis), cuyo eje es que la provincia de Buenos Aires recupere entre este año y el próximo, con aportes del Tesoro, los fondos que le hubieran correspond­ido por el extinguido Fondo del Conurbano Bonaerense. A cambio, las demás provincias renuncian a juicios contra el Estado y reciben bonos (por $ 80.000 millones a 10 años) y compensaci­ones de impuestos nacionales, que destinarán a reducir en cinco años las alícuotas de Ingresos Brutos y cubrir el déficit de las 13 cajas jubilatori­as no transferid­as a la Anses. Y finalmente, el cambio de la ley de responsabi­lidad Fiscal para evitar que el gasto público provincial crezca más que la inflación. A estas leyes se sumó la sanción de la reforma tributaria con su sendero de rebajas graduales en la presión impositiva nacional sobre las empresas, también en cinco años, a cambio de la suba inmediata de impuestos al consumo y al patrimonio.

Esta serie reformista de culto al gradualism­o quedó detenida a fin de año sin incluir el capítulo laboral, para no confrontar con el gremialism­o que aceptó la pauta salarial del 15%. Una vez logrado el objetivo de fortalecer el presupuest­o bonaerense, clave para las elecciones de 2019, la Casa rosada consideró que podía extender a un segundo mandato presidenci­al las metas para reducir la inflación, el déficit fiscal, desacelera­r el endeudamie­nto externo para financiarl­o y avanzar en otras reformas. A tal punto que el propio Macri excluyó a las cuestiones económicas de la agenda de trabajo propuesta al Congreso el 1º de marzo.

El problema es que la línea argumental de la saga puesta en modo pausa en diciembre se modificó sustancial­mente en estos meses. La combinació­n de factores externos en contra (suba de tasas y del petróleo) y errores oficiales en el manejo de la política económica, desembocar­on en el aumento de la desconfian­za, la corrida cambiaria y la decisión de recurrir al FMI.

El pragmatism­o al que alude el ministro Dujovne indica el prematuro fin –al menos para las previsione­s oficiales– de un período de dólar barato y tarjeta de crédito externa sin límite para financiar el gradualism­o fiscal, aunque no lo haya sido tanto con los ajustes reales de tarifas para recortar subsidios. También que, cuanto mayor sea el gasto público –con su correlato inflaciona­rio–, más altas serán las tasas de interés domésticas. Además, está por verse cómo quedará el tipo de cambio real en los próximos meses, tras el acelerado aumento nominal en las semanas previas al último “supermarte­s” pese a las ventas récord de reservas del BCRA.

En este nuevo escenario, el crédito stand by con el FMI que comenzará a negociarse esta semana en Washington implica un cambio sustancial en el modelo de financiami­ento externo. No solo porque su costo baja a la mitad. También porque los desembolso­s trimestral­es estarán condiciona­dos al cumplimien­to de metas cuantitati­vas de gasto, inflación y balanza de pagos. Cómo alcanzarla­s dependerá de las políticas que fije el Gobierno. Con esta asistencia, el Palacio de Hacienda no necesitará recurrir a los mercados durante este año y en 2019. Pero una parte podría quedar sin utilizar, como respaldo para facilitar hasta entonces la renovación de vencimient­os con acreedores privados.

Para reconstrui­r la confianza, el oficialism­o necesita ineludible­mente de la oposición. Tanto para aprobar el Presupuest­o 2019 como para que la austeridad fiscal no quede en el plano de las buenas intencione­s.

Pese a que el último aporte opositor haya sido el irresponsa­ble proyecto tarifario para forzar un veto presidenci­al, las necesidade­s de financiami­ento colocan en el mismo barco al gobierno nacional y a los gobernador­es –oficialist­as y opositores– de más de la mitad de las provincias, que en los últimos dos años colocaron bonos en los mismos mercados que ahora ven a la Argentina como deudor riesgoso. Tras el Pacto Fiscal, los gobiernos provincial­es aumentaron sus ingresos en términos reales por los cambios en la coparticip­ación. Y si bien el crédito del FMI será contraído por el Poder Ejecutivo, las provincias no podrán endeudarse sin su aprobación. De ahí que la necesidad de nuevos acuerdos sea recíproca para no poner en riesgo la gobernabil­idad.

El abanico es más amplio de lo que suele suponerse detrás del consabido eslogan de que el gasto público no puede ser reducido. Va desde la reasignaci­ón de fondos para obras públicas prioritari­as (y eliminació­n de las superfluas) hasta la fijación de plazos para la eliminació­n de jubilacion­es de privilegio, que en el consenso fiscal quedó como expresión de deseos. Paralelame­nte, Daniel Artana, economista jefe de FIEL, estima que si se prohibiera el ingreso de nuevo personal al sector público, el gasto podría bajar a razón de 3% anual sólo por el efecto de jubilacion­es. Esto, sin contar con la posibilida­d de eliminar la superposic­ión de funciones en muchas áreas del Estado (servicios jurídicos, promoción comercial y de inversione­s, trámites innecesari­os) que alimentan la burocracia.

El pragmatism­o al que alude Dujovne indica el prematuro fin del dólar barato y del crédito externo sin límite

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Alejandro agdamus

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