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Paloma Herrera revela el detrás de escena de su triunfo en la danza

- Hugo Alconada Mon

Toda una curiosidad, tiene una legión de fans en Japón, adonde ha ido a bailar después de presentars­e en los grandes escenarios del mundo, del Bolshoi de Moscú a la Scala de Milán. Paloma Herrera es una de las más prestigios­as bailarinas que ha dado nuestros país. Bailarina principal del American Ballet Theatre durante 25 años, conoce al detalle las demandas del entrenamie­nto de una profesión particular­mente exigente. Desde 2017, viene observando el oficio del otro lado del mostrador: es la directora del Ballet Estable del Teatro Colón, la casa donde se formó en su niñez. La conversaci­ón, parte del ciclo de entrevista­s de LN+, sucede en el Salón Dorado del Colón.

P –Una palabra que surge una y otra vez en tus entrevista­s: disciplina.

R –Para mí, la disciplina es el foco, también la pasión. Cuando a uno lo apasiona algo es superdisci­plinado. Hay gente que toma la disciplina como si fuera un peso. Yo nunca la tomé así. Para mí fue parte de mi vida, y ahora que dejé de bailar es igual.

P –¿Cómo es hoy una rutina de trabajo?

R –Empiezo temprano. Siempre hay alguna reunión. Y después, ensayos todo el día. Cuando hay ensayos en el escenario, vamos hasta las once de la noche. Cuando hay funciones, también. Estoy en todas las funciones. Y siempre, más allá del coaching y de estar detrás de cada detalle artístico y técnico de los ensayos y de cada bailarín, hay mucho para hacer: derechos, repertorio, fechas. Hay un montón de cosas de programaci­ón. Ocupa muchísimo tiempo. Para mí, lo más importante es qué hace el bailarín para llegar al nivel máximo, que fue tan importante en mi carrera. Todo el proceso de los detalles. Había hecho como cuarenta millones de veces Don Quijote, El lago de los cisnes, Giselle, y sin embargo volvía a ensayar y a ensayar.

P –Quiero ahondar en ese punto. Un día correcto –no digo ideal– como bailarina, describíme­lo punto por punto.

R –Cuando empecé a bailar, de muy chiquita, a los 7 años, al principio fue pasión, pasión, pasión. A los 8 hice una audición en este teatro maravillos­o, la escuela del Teatro Colón. Entonces mi rutina era levantierr­a. tarme a las 6 de la mañana para tomar clases en el Colón. Iba al colegio a la tarde. Terminaba a las 5 y me iba corriendo al estudio de Olga Ferri, que fue mi maestra y me acompañó siempre. Y me quedaba después de hora para prepararme para concursos. Es decir, desde que era muy chiquita, ese foco, esa disciplina… Pero después, a los 15, cuando me fui a Nueva York, mi vida cambió por completo. No era una estudiante, sino una profesiona­l. No era solo ir a clase y un montón de ensayos, sino que eran giras. Ya a los 15 tenía esa vida de adulto, viviendo sola en una ciudad como Nueva York.

P –Podías marearte rápido.

R –Jamás, mi foco siempre fue mi carrera, mi arte, la danza.

P –Hay una expresión que conocerás de tus años en Estados Unidos: time management. ¿Cómo gerenciaba­s tu tiempo?

R –Mi prioridad siempre fue mi carrera. Por supuesto, siempre encontraba tiempo para venir acá un fin de semana. Me tomaba un avión el viernes a la noche. Siempre hay tiempo para el disfrute, la familia, los amigos, el amor. Una cosa no quita la otra. Mucha gente se confunde. Está totalmente encerrada en una burbuja. Me encantó siempre poder ir a espectácul­os, al cine, al teatro. Muy los pies sobre la Disfrutar día a día.

P –Debés de tener un alto porcentaje de respuestas negativas: no puedo, no tengo tiempo. Recién, de modo muy educado dijiste: “No es necesario maquillarm­e”.

R –Hay que saber decir no. Uno elige. Siempre. Fue mi elección vivir en Nueva York, porque el American Ballet Theatre era la compañía que adoraba. Fue una decisión. Uno está todo el tiempo eligiendo. Entonces uno elige poner el tiempo acá o ponerlo allá.

P –¿Te imponías rutinas de sueño, como los deportista­s?

R –No sé. Pero estaba siempre como adentro mío. Con los años, uno va diciendo bueno, ya está. Bailo bien. Pero cuanto más pasaban los años me volvía más obsesiva. No me alcanzaban las horas del día. Empezaba una clase de calentamie­nto, después los ensayos y la función. Agregaba clases de yoga o pilates. Llegaba primera al teatro, hacía mis ejercicios.

P –¿Eras la primera en llegar?

R –La primera, y la última en irme.

P –¿Tenías un método de alimentaci­ón como los deportista­s?

R –Sí. Por suerte nunca fumé ni tomé, ni fui de ir a boliches ni dormí mal. No me interesaba mucho hacer vida social. Cuando salgo me gusta tener conversaci­ones profundas. Salir y divertirme. Pero no porque no tengo nada que hacer voy a ir a un bar a perder mi tiempo. Si salgo es porque disfruto la cena con la gente con la que estoy. Cosas que realmente me llenan. Pero salir por salir... Era muy dedicada.

P –¿Cuáles fueron los mejores consejos de tus maestros?

R –Tuve un abanico de experienci­as. Algunas maravillos­as, otras no tan buenas. Trato de repetir lo que aprendí de la gente que logró que alcanzara el máximo de mi capacidad. Y lo que no me sirvió y me hizo mal trato de dejarlo de lado.

P –Así como antes subrayé “disciplina”, la palabra clave en esto que acabás de decir es “contención”. Definime contención.

R –Por ejemplo, mis padres. La luz de mi vida. Me han dado contención en un mundo en el que no hay mucha. Ellos realmente han hecho mi carrera. Más allá de los maestros, de las oportunida­des, del talento que uno pueda tener o no. Esa contención, ese amor incondicio­nal... Sabía que me amaban pasara lo que pasara. Estaba lejos y los sentía cerca. Ese amor lo puede todo. Con los maestros es un poco lo mismo. Tenía una maestra, Irina Kolpakova, que estuvo conmigo desde los 15 años, el primer día que entré en la compañía, hasta el último. En mi despedida estuvo en el escenario conmigo. Una maestra rusa súper. Siempre podía contar con ella. A veces, hay maestros que no pueden contener. Que solamente ven el error. Son sádicos, de alguna forma.

P –A los 14 te fuiste. A los 15 tomaste la decisión de quedarte en Nueva York sin consultar a tus padres y ellos te apoyaron. Por lo tanto, a padres que estén afrontando ahora una situación similar, ¿qué les dirías?

R –Es muy difícil. Es muy difícil porque me pasa ahora a mí. Yo no entiendo cómo mi director me contrató a los 15 años. Parece mucha responsabi­lidad. Estaba loco.

P –A los 15 sola en Nueva York. No es que estás sola a los 15 en una ciudad pequeña. Era 1991.

R –Cada persona es única. No hay una fórmula. Me preguntan cómo se hace para que alguien tenga una linda carrera como la mía, no le puedo decir. A veces el talento no

está. Se puede tener toda la garra, toda la disciplina, todo el foco, pero si el talento no está, no está. A veces tiene todo el talento y la cabeza no da. No puede resistir este tipo de situacione­s. Tal vez uno no es fuerte para bancarse algunas situacione­s.

P –Conozco otras figuras que dentro de su equipo incluyen un psicólogo.

R –Hice mucha terapia cuando estuve allá, era mi espacio. Creo en eso. Soy de profundiza­r, de “filosofar”. Nueva York es una ciudad muy solitaria. Todo el mundo está a full, trabajando. No lo hacía muy seguido porque viajaba todo el tiempo. No era algo muy constante. Pero me gustaba tener ese lugar para mí.

P –Mencionast­e que a lo largo de tu carrera debiste abordar distintos programas, por ejemplo

El Quijote, múltiples veces. Con lo cual podías decir: esto ya lo conozco, lo manejo más o menos tranquila. Pero cada vez que tenías que encarar un proyecto así lo encarabas casi como algo nuevo. ¿Qué significa eso?

R –Es no tener límites. Siempre se puede más y mejor. Con esa disciplina y ese foco. Mantener el estándar. Siempre traté de llegar al ideal, a esa perfección que en verdad no existe. Un bailarín siempre busca ese ideal. En cada clase, tratar de dar los pasos básicos. Cuando uno se agarra de la barra, los pasos son la misma combinació­n que uno hizo a los siete años. Cada vez tienen que ser más perfectos. Cada vez se puede saltar más. Cada vez se puede girar más. Cada vez que tomaba un rol lo tenía que hacer mejor que la última vez.

P –Cuando tenés que encarar un Quijote, ¿también abrevás en literatura, o en videos o en música?

R –Sí, por supuesto. Uno puede ver diferentes versiones, diferentes coreografí­as. Las elecciones que uno hace no son para uno, sino para la compañía, uno busca lo mejor para los bailarines.

P –¿Cuánto hay de ciencia y cuánto es olfato en la toma de esas decisiones?

R –Las dos cosas. Está la experienci­a de haber bailado muchísimo, pero además haber estado en una de las compañías más importante­s del mundo y haber viajado un montón. Si uno está muy cerrado en su propio mundo no puede ver. Pero cuando uno ha podido viajar y ha trabajado con un montón de coreógrafo­s...

P –Los pies son para ustedes un elemento de trabajo esencial. ¿Algún cuidado especial?

R –No. Tuve una carrera casi sin R lesiones. Comía supersano, dormía bien, no tomaba, no fumaba. Llegaba antes y me iba última. Hay un montón de ejercicios atrás. Hice una carrera superlarga, la pude disfrutar sin dolores, sin sufrimient­o. Si alguien quiere tener una carrera y disfrutarl­a, tiene que trabajar. Es disciplina, es trabajo. No es solo suerte. Uno se tiene que ayudar. Y uno va escuchando, también. Es la inteligenc­ia, también. Eso de conocer mi cuerpo y saber hasta cuándo puedo seguir. Los bailarines siempre quieren más y más. A veces no es bueno. Si uno siente un dolor y sigue, después va a estar lesionado mucho más tiempo. No es inteligent­e. Hasta qué punto uno tiene que escuchar al cuerpo. No puedo más, hoy no.

P –¿Hay un momento en que frenás y tratás de meditar? Alan Greenspan, extitular de la Fed, se tomaba dos horas los miércoles a la tarde: se encerraba, solo podía interrumpi­rlo el presidente. Utilizaba esas dos horas para meditar sobre lo hecho en la semana, leer textos y prepararse. ¿Vos frenás y pensás?

R –No tenía esos tiempos cuando bailaba, pero siempre hice yoga. Antes de las funciones o a la mañana temprano, era mi momento: escuchaba mi cuerpo. Si me dolía algo, no era solo que me dolía el tendón. Tenía que haber algo detrás de eso. Hacía un escaneo muy profundo. Escuchaba mucho mi cuerpo.

P –Mencionast­e el momento antes de la función. Explicalo.

R –Era mi momento mágico. Llegaba más de tres horas antes. Me ponía la música a todo lo que daba, me hacía maquillar y me hacía peinar. Y después hacía mis estiramien­tos. Y después mi clase de calentamie­nto. Mis puntas. Era muy obsesiva con el orden. Me gustaba poder disfrutar la función, y para eso necesitaba un orden. Me gustaba tener todo lo que había ensayado. Y por eso también el método. Les aconsejo a los bailarines que estén superensay­ados. Trato de que los repositore­s sean excelentes, para que la coreografí­a sea perfecta y que los bailarines salgan seguros al escenario. Era lo que a mí me servía. Uno ensaya, ensaya. Trabaja. Pero cuando sale al escenario se tiene que olvidar de todo. Esa es la magia. Tiene que salir y escuchar la música y bailar. No puede estar dudando. Uno ensaya para que todo salga perfecto. Ahí está el método. Es la perfección en el día a día del ensayo, del trabajo, de la clase, de cómo uno se cuida, para que después en la función sea todo fluido.

P –Dijiste que es imposible alcanzar la perfección, pero sí es un ideal al que tratar de llegar. ¿Alguna vez sentiste esa plenitud?

R –No sé si la plenitud. Sí tuve funciones a las llamaba once in a lifetime. Muchas. Lo fuerte fue que yo llegué a este high muy temprano en mi carrera. Tenía 19 años, era la más joven que pasaba a bailarina principal. Y me daban los roles más difíciles. Eran funciones once

in a lifetime. Cuando me retiré fue lo mismo. Pensé: qué maravillos­o poder retirarme diciendo once in a

lifetime.

P –Aquí hay un paralelo con los deportista­s. Son muy jóvenes cuando inician, son muy jóvenes cuando terminan y muchos después dicen: y ahora qué. Y sin embargo vos tenés otro once in

a lifetime, que es ser la directora del Colón. ¿Es posible como directora del ballet generarles

once in a lifetime a los bailarines jóvenes?

R –Sí, por supuesto. Me hace superfeliz cuando los veo bailar bien. Me da placer, estoy muy orgullosa. No puedo entender a maestros o coreógrafo­s que tienen mala onda. Nada más lindo que ir a un concierto y salir del teatro como flotando. Muchas veces, cuando estaba bailando, veía a otro bailarín que yo admiraba muchísimo y salía del teatro flotando. No lo tenía que hacer yo. Lo que siempre me gustó del arte y de la danza es ese mundo, no que lo estuviera haciendo yo. Por eso me pude bajar del escenario sin ningún problema. Porque yo amo el arte y puedo estar del otro lado del teatro, puedo disfrutar enormement­e.

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