Uniformes no tan uniformes
Piercings o pelos de colores conviven con las exigencias de los colegios
Pollera o pantalón gris, camisa blanca y zapatos negros; para el abrigo se puede optar entre el azul y el negro. Ese es el uniforme del Instituto Libre de Segunda Enseñanza (ILSE), vecino del Colón y de Tribunales. Luego está el otro uniforme, el de los chicos: pelos teñidos de rojo, de verde, de varios colores, a veces rapados a uno o ambos lados de la cabeza, alguna remera debajo de la camisa, seguramente más animada que el blanco. “Antes tenía algunas mechas azules, ahora tengo todo el pelo teñido de rojo. No uso aros ni pulseras porque me molestan, pero a veces llevo atados collares al cinturón o una remera debajo de la camisa para ponerle algo de color, si no, es medio aburrido”, dice Belén Hernando, de 15 años, que cursa cuarto año en el ILSE. Solo una vez le llamaron la atención por su apariencia: “En una época usaba tiradores, que es algo que no está estrictamente contemplado en el reglamento [de vestimenta]. Al principio algunos profesores me decían que me quedaban lindos, hasta que un día el jefe de preceptores me dijo que no podía llevarlos, y dejé de hacerlo”, cuenta.
Aunque periódicamente los titulares de los medios consignan algún conflicto puntual –el “corpiñazo” que se realizó en repudio al reto que recibió una alumna por concurrir al Reconquista sin corpiño–, cada vez son más los colegios secundarios en los que las reglas de vestimenta de las instituciones educativas conviven en cierta armonía con el otro uniforme, el de los chicos, ese que hoy se define en las redes sociales, donde los adolescentes buscan la aprobación de sus grupos de pares.
“En la adolescencia hay una necesidad urgente de tener una identidad propia, por lo que siempre en esa edad ha sido complicado el tema de la apariencia. Pero creo que en los últimos tiempos hay un cambio al respecto: hoy, el tema de la apariencia no pasa por la rebeldía, sino por sentirse contenidos y comunicados dentro del grupo de pares”, opina Susana Saulquin, especialista en sociología del vestir y directora del Posgrado en Sociología del Diseño (FADU-UBA). “Hoy, para los adolescentes la tecnología ocupa el lugar que antes ineludiblemente ocupaba la ropa, un lugar de comunicación y de formación de la identidad. Y allí están las selfies, que conllevan un narcisismo asociado a las redes sociales, donde no es que uno hace lo que quiere, sino que lo que se busca es la aprobación del grupo de pares”.
Lejos de la ruptura, del querer mostrarse diferente, las redes sociales estimulan la uniformización de la vestimenta y de la apariencia adolescente. “Sumar likes y seguidores en las redes, es decir, ser visto y aprobado por muchos otros, se ha convertido en el mayor desafío de los jóvenes”, coincide Susana Mauer, psicoanalista especialista en Niñez y Adolescencia. Continúa en la página 2