LA NACION

El Colón Canta 110

Sube a escena Aida, la ópera que inauguró el teatro en 1908

- Pablo Gianera

Al final, lo que fue en el principio posiblemen­te casual o caprichoso, resulta inevitable, y la historia parece así no poder haber sido más que como fue. Cualquiera que hayan sido las razones por las que el Teatro Colón quedó inaugurado, el 25 de mayo de 1908, con una función de Aida, de Giuseppe Verdi, la elección nos resulta inevitable, a tal punto que parece imposible imaginar un nacimiento diferente. ¿Por qué? La respuesta está en las cartas del propio Verdi, un testimonio fuera de serie en la historia de la música. “El éxito de Aida fue honesto, decisivo, y para nada envenenado por ‘peros’ y esas frases horribles sobre ‘wagnerismo’, ‘música del futuro’ y ‘melodía infinita’. El público se abandonó a sus sentimient­os y aplaudió. Eso fue todo”.

Así le escribe Verdi a Clarina Maffei, defensora del Risorgimen­to. Aquello que Verdi buscaba era continuida­d dramática y musical. Lo que importa es que, influido por Wagner o no, Verdi había encontrado algo nuevo. Y un teatro nuevo, el Colón, pedía novedad, y novedad que pudiera ser aplaudida. Antes, a principios del siglo XX, y ahora, con la función de mañana, cuando el teatro decidió festejar los 110 años con ese título.

En los ensayos hay agitación. Los pasillos que llevan a los camarines están poblados de figurantes y cantantes en trajes egipcios. Aquí se puede jugar a ser faraón o esclavo. En la puerta número 6, el director Carlos Vieu vuelve a revisar la partitura. La responsabi­lidad es mucha, y no solamente por los problemas musicales sino también simbólicos. Aida, en la primera mitad del siglo XX, estuvo vinculada con momentos claves del teatro; después de todo, la cantaron en la sala tanto Enrico Caruso como Maria Callas.

Beatriz Sarlo suele repetir que Jorge Luis Borges fue un Prode que se sacó la Argentina. Lo mismo podría ser válido para la revista Sur, por ejemplo, y especialme­nte para el Teatro Colón: una floración excepciona­l en el lugar menos pensado. igual que Aida.

Vieu no ignora esta condición excepciona­l. “Aida es uno de eso títulos emblemátic­os del repertorio –cuenta, casi con un pie en el podio antes del ensayo–. Y es un monumento verdiano tras el conocimien­to del lenguaje wagneriano y del desarrollo del propio Verdi como compositor y como hombre de teatro. Ya en Il Trovatore, Traviata y Rigoletto, Verdi había probado cosas nuevas, efectos de instrument­ación. El paradigma de ópera romántica empezaba a quedarle chico. El descubrimi­ento del

leitmotiv ayuda. Si bien él ya había trabajado con motivos caracterís­ticos en Traviata, otra cosa es que haya ya motivos que representa­n a Aida o a Amneris. Aida es una bisagra, un quiebre en el lenguaje verdiano”. Tampoco ignora Vieu el vínculo de

Aida con el Colón. “Podría agregar a Beniamnio Gigli, que cantó muy de grandeaida y la gran expectativ­a era cómo el enorme Gigli de los años 20 y 30 iba a cantar el “Celeste Aida”, muy difícil porque el tenor está casi en frío”.

Según María Victoria Alcaraz, directora general, es “Aida, que reúne a todos los cuerpos estables y representa a todo el teatro, era ideal para celebrar que una institució­n pública cumpla 110 años. Y la celebració­n también consiste en que la mayor cantidad de gente pudiera ver Aida. Después de todo, una ópera es una historia maravillos­amente contada, y eso es siempre atractivo”.

Cierto: Aida es un título bien de repertorio y una historia muy bien contada. A la vez, resulta una ópera de secreta peligrosid­ad. Bastan unas líneas de la crónica de la inauguraci­ón de 1908 que publicó para la nacion darse cuenta: “La enorme expectativ­a pública que originó el anuncio de esta inauguraci­ón, la importanci­a extraordin­aria del teatro y la seguridad de que repercutir­án los ecos de esta primera hasta en Europa, infundió en los cantantes, debutantes o no, un pavor que produjo los más desgraciad­os efectos. Se contaba con el tenor Paoli, y ni este ni Borgatti se atrevieron a cargar con esta responsabi­lidad”.

Quien vaya mañana al Colón, no tendrá razones para desconfiar de las voces. La de Guadalupe Barrientos (Amneris) llena la sala, y no se quedan para nada atrás Mónica Ferracani (Aida) y Enrique Folguer (Radamés). “Verdi es uno de los compositor­es más extraordin­arios que escribe para la voz humana. Es un gran tour de force: Radamés, Aida y Amneris”, explica Vieu.

Pero Aida es traicioner­a, con su coro dividido en pueblo, sacerdotes y esclavos, además de los tríos, cuartetos o quintetos, y esto para no hablar de las trompetas egipcias en escena. “Es una partitura muy compleja porque involucra mucha concertaci­ón en varios planos –sigue Vieu–. Además, es la primera vez que la mayoría de los músicos de la Estable tocan Aida porque hace 22 años que no se representa. Y para colmo tenemos tres elencos, que hacen versiones completame­nte diferentes. Yo no soy de esos directores ‘modernos’ que imponen sus tempi, no importa que el cantante respire o no respire, y fija su versión, sigue y todos obedecen. Yo soy a la antigua: yo sigo al cantante”. Después del segundo acto, Vieu hace ajustes rítmicos. Hay todavía imprecisio­nes, aunque cada ensayo es un verdadero campo de maniobras.

La puesta de Roberto Oswald, por su parte, se ve mejor que nunca, puro mérito del repositor Aníbal Lápiz. “Quisimos hacer un homenaje a Oswald, a sus colaborado­res, y además es una apuesta a títulos que deben integrar el repertorio del teatro”, dice Alcaraz, sobre uno de los

régisseurs que hizo del Colón lo que el Colón es todavía.

¿Cuánto cambió el teatro en un siglo y pico? ¿Es el mismo que en 1908? “El teatro fue creado con el espíritu de traer las compañías enteras que venían de Europa –dice Alcaraz–, y recién más adelante se empieza a producir. En este punto cambió. Pero en el espíritu siempre está presente la idea de una institució­n de puertas abiertas. Los compañeros de ruta del teatro están a 10 mil kilómetros de distancia. Es un gran esfuerzo mantener los mismos estándares desde el fin del mundo, y eso desde 1908. Es un entrenamie­nto: trabajar con estándares internacio­nales desde su nacimiento. Si no, no era”.

Sin embargo, el Colón fue, y sigue siendo, ese Prode que nos ganamos. En términos simbólicos, es incluso un wishful thinking, una expresión de deseos, de lo que podríamos ser colectivam­ente.

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Rodrigo mendoza/alejandro guyot La puesta elegida para celebrar el aniversari­o es de Roberto Oswald, régisseur emblemátic­o del teatro
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 ?? Rodrigo mendoza y Alejandro guyot ?? La soprano Mónica Ferracani tiene a su cargo el papel de la protagonis­ta
Rodrigo mendoza y Alejandro guyot La soprano Mónica Ferracani tiene a su cargo el papel de la protagonis­ta
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En buenas manos: el director Vieu en un ensayo

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