Una oportunidad para recuperar la confianza
El temporal financiero que recientemente azotó a la Argentina se está apaciguando. Si bien sería apresurado bajar la guardia, nunca es pronto para evaluar las causas que llevaron a esa situación ni para identificar las oportunidades que toda crisis proporciona. En ese sentido, la acertada decisión del Gobierno de buscar rápidamente un respaldo financiero del FMI ofrece una preciada oportunidad para recuperar la confianza perdida.
La turbulencia cambiaria se desató por una crisis de confianza. A diferencia de episodios anteriores, las presiones cambiarias no se debieron a problemas de liquidez externa o a resquemores sobre la solvencia del sector público o privado. Las dudas generadas por la inconsistencia de políticas económicas repentinamente se tornaron más acuciantes a medida que se incrementaron el costo de financiamiento y la aversión al riesgo en los mercados financieros globales.
Desde el vamos se temió que una consolidación fiscal excesivamente gradualista, sustentada principalmente por ajuste tarifario, no sería consistente con metas inflacionarias demasiado ambiciosas. El resultado inevitable sería una persistente apreciación del tipo de cambio real que, sumado a perennes problemas de productividad, ralentizaría el desarrollo de la inversión externa y de las exportaciones necesario para reemplazar el consumo como principal motor de crecimiento económico. La mal orquestada revisión de metas inflacionarias y cuestionamientos internos al ajuste tarifario solo sirvieron para acrecentar esos temores.
En este contexto, acudir rápidamente al FMI fue una decisión acertada. En primer lugar, sirvió para despejar una de las principales dudas que generaba el gradualismo: si la administración contaría con voluntad y espacio político suficientes para recalibrar el sendero fijado en caso de tornarse insostenible. El Gobierno demostró que no solo tiene la flexibilidad para reaccionar ante un contexto cambiante, sino también que cuenta con una conducción económica con capacidad para capear escenarios adversos.
La celeridad para acudir al FMI es también un acierto dada la creciente adversidad del contexto internacional. La Argentina difícilmente sea el único país emergente que necesitará apoyarse en financiamiento multilateral en el futuro cercano. Pero ser el primero asegura monopolizar la atención del organismo y maximizar el monto potencial del paquete a recibir. Además, cualquier estigma asociado con el financiamiento multilateral disminuye considerablemente en un contexto global adverso. Incluso, el tan temido costo político puede diluirse a medida que la población entienda la necesidad de adelantarse a los acontecimientos externos. Mayor consistencia
El marco del programa con el FMI ofrece la posibilidad de reencauzar la política económica y dotarla de mayor consistencia y sostenibilidad. Todo programa es un compromiso intermedio entre la necesaria condicionalidad que demandará el organismo y los márgenes de maniobra política percibidos por el Gobierno, que tiene entonces una oportunidad para reevaluar algunas restricciones autoimpuestas que tanto limitaron su accionar y que evidentemente perpetuaron la vulnerabilidad económica y financiera.
El programa económico resultante seguramente se estructurará alrededor de un ancla fiscal más sólida. El sendero fiscal difícilmente se aparte considerablemente de lo estipulado para este año (déficit primario de 2,7% del PBI), pero sí requerirá una aceleración en el ritmo de consolidación para aproximarse al equilibrio primario en los próximos dos años. Dada la rigidez de las pensiones y la necesidad de mantener el gasto social, el gasto en infraestructura probablemente cargará el mayor peso del ajuste. Y por más que no tenga un efecto macroeconómico significativo, un representativo ajuste del gasto de la política serviría para atenuar el potencial descontento social.
Una política fiscal más firme permitirá conducir una política monetaria todavía restrictiva, pero sin la premura de obtener objetivos inmediatos e inalcanzables. El régimen de metas de inflación con tipo de cambio flotante –que ha funcionado exitosamente en decenas de países con características muy diferentes– recibirá un sólido respaldo del organismo. Pero el acuerdo puede actuar como un paraguas para corregir posibles errores de implementación y lidiar con algunos desafíos de la transición, como reducir el elevado stock de Lebac o balancear la utilización de múltiples instrumentos acorde a la particularidad de los canales de transmisión monetarios locales.
Finalmente, es incorrecto pensar que el FMI pueda discutir trayectorias de tipo de cambio nominal. Sería natural prever que trace un sendero de tipo de cambio real que resulte de la combinación de las políticas fiscal y monetaria, y que gradualmente contribuya a disminuir el desbalance externo.
Considerando esta oportunidad para reencauzar políticas económicas, es auspicioso que el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, haya asumido un rol de coordinador económico. Esto facilitará que las decisiones más relevantes se orquesten con una perspectiva de equilibrio general. En definitiva, permitirá una mejor armonización de las diferentes medidas fiscales para lograr la requerida consolidación fiscal con la mayor eficiencia posible. Es importante también que el FMI cuente con un interlocutor, aparte del presidente del Banco Central, con poder suficiente para asegurar una exitosa implementación del programa.
Recurrir prontamente al Fondo no fue una decisión apresurada. Todo lo contrario. Fue un primer paso muy firme en un largo camino para recuperar la confianza. Pero los desafíos y tareas pendientes son todavía complejos y numerosos. Está en el conjunto de la dirigencia política y empresarial –y no solo en el gobierno central– el abrazar esta nueva oportunidad o seguir sufriendo los consabidos vaivenes económicos.