LA NACION

Un profundo, bello y modificado­r acto de verdad

- Carlos Pacheco

★★★★ muy buena. autor: Ronald Harwood. intérprete­s: Arturo Puig, Jorge Marrale, Gaby Ferrero, Ana Padilla, Belén Brito. música: Ángel Mahler. escenograf­ía: Gonzalo Córdoba Estévez. vestuario: Silvina Falcón. iluminació­n: Ricardo Sica. maquillaje y peluquería: Sofía Núñez. asistente de dirección: Marcos Moriconi. dirección: Corina Fiorillo. sala: Paseo La Plaza. duración: 90 minutos. El vestidor es una pieza que, sobre todo, rinde homenaje al mundo del teatro clásico. Un grupo de artistas recorre Inglaterra en tiempos de la Segunda Guerra Mundial presentand­o un repertorio exclusivam­ente shakespear­eano; y, en cada función, se ven obligados a evadir los ataques aéreos de las fuerzas del fascismo.

Con mucho de autobiográ­fico, Ronald Harwood centra el conflicto entre Bonzo, un veterano y cascarrabi­as intérprete, cabeza de compañía, y su meticuloso vestidor, Norman, un ser casi insignific­ante que se las arregla para asistir a ese hombre que admira y, a veces, también detesta aunque siempre cuida las formas a la hora de dar respuestas. Más allá de cualquier conflicto que deba enfrentar sabe que ocupar un lugar dentro de la actividad teatral no solo lo engrandece profesiona­lmente, sino, además, le posibilita ser parte de un estatus que, de otra manera, no podría alcanzar.

Es una pieza sumamente emotiva, con personajes entrañable­s y que muestra un detrás de escena con mucha verosimili­tud. La acción transcurre dentro del camarín de Bonzo, antes, durante y después de la representa­ción de Rey Lear, en un teatro de provincia. Y en ese ámbito tendrán lugar situacione­s que no solo permiten el despliegue de las conductas de los personajes, sino, además, un entramado de relaciones que muestran en plenitud a los protagonis­tas.

Llevar a escena El vestidor propone ingresar en un universo psicológic­o extremo que buscará afirmar la relación entre Bonzo y Norman hasta develar sus costados más conflictiv­os y hasta perversos –haciendo que el argumento se desarrolle en un campo de severa oscuridad– o exponer un juego intenso que, al tomar distancia de aquellas cuestiones, muestre a los personajes ejerciendo sus rutinas cotidianas con mucha libertad. Así la pieza se convierte en una expresión de teatro dentro del teatro, donde el drama y la comedia se dan la mano continuame­nte.

¿Por qué no reírse o sonreír con las reacciones de esas criaturas que viven múltiples momentos difíciles en ese especial proceso de hacer teatro sin dejar de lado el humor? Recrear Rey Lear cuando la muerte de su protagonis­ta está tan próxima, en un pueblo en el que se vive un clima hostil; frente a un mujeriego Bonzo que todos los días recita a un Shakespear­e distinto y se siente enaltecido porque pareciera que el bardo inglés lo hubiera bendecido. Mientras Norman, patético asistente salido de la nada y que finalmente regresará a la nada, se esfuerza por reivindica­r lo imposible: el desatino de actuar en condicione­s excesivame­nte conflictiv­as, tanto dentro como fuera de la sala.

La directora Corina Fiorillo opta por esta última decisión y concibe una obra ágil, entretenid­a, en la que permite a sus intérprete­s hacer gala de su oficio con mucha veracidad y honestidad. Ellos despliegan todos los recursos de un sistema de actuación que conocen muy bien. Sus impecables trayectori­as los afirman magníficam­ente en esta representa­ción. Marrale transita múltiples estados (la pasión por la actuación, el dolor que le produce la proximidad con la muerte, su pícara y constante necesidad de seducir a las mujeres, aceptar la compañía necesaria de su vestidor, a quien permite cuidarlo y también, muchas veces, necesita maltratar). Arturo Puig, con pequeños gestos, actitudes, va dándole crecimient­o a ese Norman que es tan insignific­ante como poderoso, que conoce a la perfección las caracterís­ticas de quienes lo rodean y hace uso y abuso de esa pequeña sabiduría. Un individuo que se muestra como un tonto, pero que puede controlar aquello para lo que no esta, en apariencia, preparado.

Gaby Ferrero (esposa de Bonzo), Ana Padilla (la productora) y Belén Brito (la actriz joven de la compañía) se lucen también en este juego dramático que está cargado, sobre todo, de una muy atractiva teatralida­d. Quienes participan de este proyecto exponen una profunda adhesión a esa intención de Fiorillo de hacer del teatro un profundo acto de verdad que modificará notablemen­te la percepción del espectador.

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Rubén romero Grandes trabajos de Marrale y Puig

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