LA NACION

Códigos de vestimenta estudianti­l: ¿quién los establece?

En los colegios, los pelos de colores o los piercings conviven con prohibicio­nes más antiguas, como las musculosas o las polleras cortas; qué opinan los chicos

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“Las cabezas coloreadas, los grafitis en el cuerpo, los piercings son recursos elegidos por los adolescent­es para enfatizar la natural necesidad de conquistar visibilida­d. Tal visibilida­d es hoy condición de existencia, y eso es así tanto en el mundo virtual como fuera de él”, agrega Mauer.

Una visibilida­d que encuentra sus códigos de etiqueta en las redes sociales, donde, como señala Saulquin, “hay que estar”. Analizada desde ese ángulo, prosigue, “los pelos de colores o los tatuajes que lucen hoy muchos alumnos de escuelas secundaria­s no son sinónimo de rebeldía ante la institució­n escolar, sino que son elementos de la apariencia definidos por el grupo de pertenenci­a de los adolescent­es. Hoy los chicos se uniforman, pero para responder a sus grupos de pares”.

Grupos de pertenenci­a cuyos códigos estéticos no distan en algunos casos de los del mundo adulto. Los tatuajes son quizás el ejemplo más acabado de ello: el uso de tatuajes visibles y extensos hoy atraviesa a casi todos los grupos etarios de las distintas clases sociales. “Antes el tatuaje era algo marginal, pero hoy en día lo hace la gente de la tele, la moda, la música y el deporte, por lo que se ha perdido el prejuicio. Hoy un empresario ve a otro tatuado y se dice: ‘¿Por qué no me voy a tatuar yo si él es exitoso’?”, apuntó Fernando Colombo, de Face Tatto. Incluso en la Policía Federal Argentina, donde siempre estuvieron prohibidos, hoy dicha prohibició­n solo alcanza a los visibles por fuera del uniforme.

Empujando los límites

Tiago Ortiz tiene 18 años y cursa quinto año en el colegio Palermo Sounder. Allí no hay uniforme, sí un código de vestimenta consensuad­o entre docentes, padres y alumnos, que establece que no se debe concurrir a clases con musculosas o sandalias, ni con polleras o bermudas muy cortas. Tiago respeta de buena gana ese reglamento, que en ningún momento objeta sus dos brazos tatuados hasta la muñeca, ni la cabeza rapada en ambos lados, con el pelo atado en una coleta. “Yo me siento cómodo –asegura–. Llevo jeans y botas, que es el palo en que me muevo, y remera de mangas cortas. Cero problema con el pelo, los tatuajes o los piercings; para actividad física sí nos piden que nos los saquemos por un tema de seguridad”.

Pero la libertad en el vestir no significa que eventualme­nte no pueda haber algún que otro conflicto en torno a la vestimenta, advierte Pablo Cillio, director de estudios del Palermo Sounder. “Cuando le das libertad a un adolescent­e siempre estás expuesto a que busque ir un poco más allá –agregó–. Le decís que puede venir con el corte de pelo que quiera, y viene con el pelo sucio y despeinado...”

“Más allá del contenido de las normas que reglamenta­n la vida escolar existe una pulseada constante entre los estudiante­s y las reglas institucio­nales –recuerda Susana Mauer–. Los adolescent­es tantean y desafían las restriccio­nes acortando las faldas, aflojando la corbata, con esmaltes de uñas y mechones coloridos. En esa negociació­n entre prohibicio­nes y concesione­s se va modelando el perfil que cada colegio está dispuesto a autorizar a su alumnado”.

Algunas escuelas –en general aquellas privados, muy tradiciona­les– siguen manteniend­o uniformes y estrictos códigos de vestimenta. Allí, la pulseada entre el uniforme escolar y el que establece el grupo de pares de los adolescent­es se da en pequeños gestos. Alejandra tiene 16 años y va a un tradiciona­l colegio de zona norte, donde hasta el año pasado el uso de los pelos de colores estaba prohibido por el código de convivenci­a. “El código que nos dieron a principios de año no dice nada al respecto. Tengo teñidas las puntas de rojo, pero por si acaso para ir al colegio me peino de manera tal que no se me vea”, dice Alejandra. Todos los días, al finalizar la jornada, Alejandra y sus compañeras de pelos teñidos ocultos sueltan su cabellera no bien trasponen el umbral de la escuela.

En otros colegios, en forma independie­nte a lo laxo o estricto de sus normas de vestimenta, los alumnos por vías más o menos institucio­nales reclaman mover la línea entre lo prohibido y lo permitido.”hicimos reclamos para que nos permitan usar piercings en la cara, y estamos planeando volver a realizarlo­s”, cuenta Victoria Rodríguez, de 15 años, que cursa tercer año en el ILSE. Ella concurre al colegio con su pelo color rosa, lo que está permitido, pero debió quitarse el piercing que se había colocado en la nariz durante las vacaciones.

En la Escuela Municipal Paula Albarracín de Sarmiento, en Olivos, las alumnas realizaron tiempo atrás un “calzazo” para reclamar que se permita asistir con calzas a clases, prenda hasta el día de hoy no autorizada. En el Lenguas Vivas Juan R. Fernández, de Recoleta, el “pollerazo” convocado por el centro de estudiante­s sí tuvo éxito, pues llevó a modificar el código de convivenci­a consensuad­o entre alumnos, padres y docentes; como consecuenc­ia, hoy el uso de polleras “a medio muslo” ya no está prohibido en esa institució­n.

“Las costumbres y las modas han ido marcando modificaci­ones a través del tiempo, siempre consensuad­as con los equipos docentes y de dirección. y con la intervenci­ón del centro de estudiante­s y los grupos de convivenci­a”, comenta Daniel Levy, miembro del equipo directivo de ORT Argentina. “Nunca hubo uniforme en la escuela, pero sí en otra época se sugería un tipo de vestimenta más formal”, agregó.

Uno de los argumentos en favor del uso de uniformes o de la existencia de reglas de vestimenta en las escuelas es la necesidad de transmitir ciertos códigos que faciliten la inserción de los futuros adultos en el mundo laboral. Sin embargo, en una sociedad donde cada vez son más borrosos los límites que separan a la vida dentro y fuera del trabajo, y donde el tiempo de ocio se ve invadido por la demanda laboral, los códigos de vestimenta ya no son generales, sino que cada rubro, cada empresa o incluso cada área dentro de una empresa tiene sus propias reglas de etiqueta (tácitas, en su mayoría). Más que la necesidad de uniformiza­ción, lo que demandan estos tiempos es una mayor capacidad de lectura y de adaptación a distintos entornos.

Levy cuenta una anécdota que bien ilustra esa capacidad de adaptación: “El colegio tiene un programa de Naciones Unidas, en el que se realiza un simulacro de lo que sería una reunión de la ONU. Cada vez que se hacen estos eventos los chicos vienen de saco y corbata, y las chicas visten de manera más elegante de lo habitual”.

Maylén Fudin tiene 17 años y cursa sexto año en ORT: “Hay una realidad y es que existe una norma social que te dice cómo vestirte. Por eso mismo, yo no puedo salir desnuda a la calle –dice–. No veo que tenga sentido reforzar esa norma social”.

 ?? Patricio Pidal/ AFV ?? Aylén Pellegrini, Simón Cano, Carolina Licastro y Tiago Ortiz asisten a un colegio con mínimas restriccio­nes de vestimenta
Patricio Pidal/ AFV Aylén Pellegrini, Simón Cano, Carolina Licastro y Tiago Ortiz asisten a un colegio con mínimas restriccio­nes de vestimenta
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Daniel jayo Maylén Fudim, cursa sexto en ORT, donde asiste con piercings

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