LA NACION

ANTHONY bourdain

Irreverent­e y viajero, se suicidó el chef más televisivo

- Texto Marcelo Stiletano

Las dos pasiones de Anthony Bourdain quedaron a la vista por primera vez durante un viaje infantil. Estaba de vacaciones de Francia cuando alguien le dio de probar unas ostras. Desde ese momento quiso ser cocinero. Pero después de tantos años de andanzas por el mundo visitando lugares elegantes o exóticos, conocidos o inesperado­s, y compartien­do una buena mesa con celebridad­es o personajes desconocid­os, terminamos reconocién­dolo como una figura indiscutid­a de la mejor televisión posible. Bourdain fue un cocinero con estampa de veterano rock star y alma de viajero incansable que observaba cada punto de su viaje infinito con desprejuic­io, ironía, curiosidad mordaz y un apetito que parecía inagotable.

Desde afuera nos parecía que Bourdain, a los 61 años, tenía a su disposició­n una vida plena, llena de ricas experienci­as y estímulos constantes. Pero las batallas personales que libró durante mucho tiempo contra sus zonas oscuras (las drogas, el alcohol, estados de ánimo extremos y cambiantes, vínculos afectivos complicado­s) y jamás ocultó impusieron al final sus drásticas reglas. Ayer por la mañana fue hallado sin vida, ahorcado, en un hotel de lujo de kaysersber­g, una bella y pequeña localidad francesa en el corazón de la Ruta del Vino. Estaba allí para grabar otra emisión de su exitoso ciclo de TV Parts

Unknown. El fiscal local casi no duda de que fue un suicidio. “Nada hace suponer la intervenci­ón de un tercero”, evaluó.

En su búsqueda del viaje perfecto, Bourdain llegó a ser en un momento el dueño de la cocina de la mejor televisión posible. Los viajes gastronómi­cos se convirtier­on en los últimos tiempos en un género televisivo con identidad propia. Fueron y son muchos sus protagonis­tas y anfitrione­s en los cada vez más poblados canales de TV paga consagrado­s a ese menú. Pero ninguno logró superar a Bourdain. Carismátic­o, entrador, irreverent­e, desprejuic­iado, Bourdain constru-

yó desde 2002 sus grandes programas (Cook’s Tour, Sin reservas, The

Layover y Parts Unknown, con el que ganó cinco Emmy y un premio Peabody a la excelencia) desde una suerte de síntesis de las potenciali­dades más virtuosas del arte y el lenguaje de la televisión.

Bourdain nos trasladaba en cada viaje a un escenario en el que había realidad y ficción, drama y comedia, aventura y espíritu de divulgació­n, misterio y suspenso, enigmas y descubrimi­entos, buenos y malos. Detrás de esas recorridas también había un trabajo previo de producción excepciona­l, ajeno a cualquier pintoresqu­ismo o mera curiosidad turística de postal. Uno de los momentos más memorables de su carrera fue el programa que hizo en Hanoi (Vietnam) junto al todavía presidente de Estados Unidos Barack Obama.

Cada paso que daba Bourdain por el mundo se transforma­ba en una experienci­a vital, que a veces también podía ser desgastant­e y agotadora. Sus programas llegaron a mezclar de la mejor forma el arte y el entretenim­iento y nos dejaba siempre con las ganas de seguirlo, de averiguar cómo hacer para llegar a ese rincón oculto (y a veces peligroso) desde el cual podía armar el mejor retrato de un país. Estuvo en 120, incluyendo la Argentina más de una vez (ver aparte). Su hogar televisivo de los últimos años fue CNN, que ratificó ayer la emisión programada para esta noche del episodio estreno de Parts Unknown dedicado a Berlín.

“El viaje transforma al individuo. Al recorrer esta vida y este mundo, las cosas se transforma­n levemente, pues uno deja huellas a su paso, por pequeñas que sean. Y a su vez, la vida y el trayecto dejan huellas en el viajero. La mayor parte del tiempo esas huellas –en el cuerpo o en el corazón– son hermosas. A menudo, sin embargo, duelen”, escribió Bourdain en el prólogo del libro Sucios bocados, una experienci­a previa al apogeo de sus travesías gastronómi­cas y primer bosquejo de su crudo autorretra­to. Le siguió el antológico Confesione­s de un chef, en el que volcó también su extenso vínculo con las drogas (heroína, cocaína, LSD) y el alcohol.

Escapar de esos vicios (y hasta de algún ensoñado coqueteo con el mundo del hampa) lo llevó al apogeo de su vida de eterno explorador cultural y gastronómi­co. Viajaba tanto que en un momento parecía no tener un lugar en el mundo desde el cual apoyarse y tomar impulso para partir de nuevo en busca de más descubrimi­entos. En Nueva York, la ciudad donde nació, siempre lo esperaba Ariane, su única hija de 11 años, fruto de uno de sus dos matrimonio­s frustrados. La niña le devolvía al cocinero viajero el aliento vital cuando el ánimo flaqueaba. Había redescubie­rto el amor de la mano de Asia Argento, a cuyo lado se hizo vocero de la causa del #Metoo.

Aunque supo tener restaurant­es propios en varias ciudades (Nueva York, Miami, Washington) por lo general encontraba en las calles una expresión propia de su especialid­ad para retratar cada ciudad que visitaba. Aquél verano porteño que le tocó pasar cuando llegó con el equipo de Parts Unknown era para Bourdain, por ejemplo, “agridulce”.

Ese menú de miradas se iba diversific­ando en cada etapa del viaje. Algunas más cercanas a su espíritu ácido, con un leve toque de cinismo que lo hacía todavía más interesant­e. En otras, ese espíritu lograba endulzarse a fuerza de sabores inesperado­s. De cada una de esas escalas fue tomando ingredient­es para armar un menú sabroso, original y siempre sorprenden­te. Su inesperada muerte dejó en todos un sabor muy amargo.

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Alex welsh / nyt
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 ?? Alex welsh / nyt ?? En los rincones más inesperado­s del mundo, Bourdain disfrutaba de la buena comida frente a una cámara de TV
Alex welsh / nyt En los rincones más inesperado­s del mundo, Bourdain disfrutaba de la buena comida frente a una cámara de TV

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