LA NACION

El Fondo no dijo por dónde empezar

- Francisco Olivera

Fue hace un mes. Parece un siglo porque el Gobierno no había anunciado todavía su decisión de acudir al Fondo Monetario Internacio­nal. Ese día, viernes 4 de mayo, en plena corrida cambiaria, los ministros Nicolás Dujovne y Luis Caputo anunciaron una baja de la meta fiscal para este año (3,2 al 2,7% del PBI). Un recorte de gastos que, agregaron, afectaría principalm­ente a la obra pública. La decisión puso en alerta rápidament­e a la Cámara de la Construcci­ón, que, tres días después,

24 horas antes de que Macri diera a conocer su pretensión de pedirle ayuda al organismo multilater­al, se congregó en Paraná, Entre Ríos, con todas las jurisdicci­ones del interior. Estaban casi todos los referentes de este mundo contratist­a –Aldo Roggio, Juan Chediak, Carlos Bacher (Techint) y Miguel Marconi (Supercemen­to), entre otros–, que acordaron una estrategia que seguirían al pie de la letra: mantener el contacto con los ministros y con Gerardo Martínez, líder de la Uocra, para convencerl­os de que la baja del gasto impactaría en el empleo y en la actividad.

La construcci­ón es siempre un sector emblemátic­o. Es, por lo pronto, el primero en enterarse de los ajustes. Pero sus penurias preceden en este caso a la última tormenta cambiaria. Abril, por ejemplo, último registro disponible de la cámara, ya venía mostrando un cambio de tendencia: fue la primera vez desde septiembre de

2016 que no hubo creación de empleo respecto del mes anterior. Hasta entonces, la recuperaci­ón laboral se había detectado en las dos maneras de medirlo, anual y mensual. Estas dificultad­es conviven con un problema estructura­l que al sector le llegó con Macri. Fuego amigo. Según una lógica nueva aquí, pero practicada en todo el mundo, el Estado ha decidido incentivar o eventualme­nte subsidiar la demanda de inmuebles mediante el regreso del crédito, no ya la oferta, clásico esquema que se instrument­aba en la Argentina a través de transferen­cias a provincias y con planes de los institutos de vivienda. Las constructo­ras deben entonces convertirs­e en desarrolla­doras: obtener ellas mismas, para edificar, el financiami­ento que con el modelo anterior suministra­ba el Estado.

Son discusione­s sectoriale­s. Sin embargo, después de la corrida y los anuncios de recortes, derivan en dilemas que incluyen al resto de los empresario­s y que asaltan a la Argentina cada vez que se enfrenta con su problema recurrente, que es la falta de dólares para financiar su gasto público: ¿quiénes deben pagar el costo del ajuste?

Días después de aquel encuentro en Paraná, Gustavo Weiss, presidente de la Cámara de la Construcci­ón, se contactó por teléfono con Gerardo Martínez y ambos acordaron pedirle una reunión a Rogelio Frigerio. El ministro los recibió en la quinta de Olivos. Ese miércoles, también punto de inflexión política, se cruzaron ahí con Ernesto Sanz y Emilio Monzó, dos de los que volvieron al círculo presidenci­al con la crisis. La conversaci­ón volvió a ser reveladora. Frigerio les anticipó que Macri hablaría al día siguiente en conferenci­a de prensa de la necesidad de acelerar la baja del déficit fiscal y les garantizó que las restriccio­nes solo alcanzaría­n a eventuales obras nuevas, no a las presupuest­adas, pero les admitió al mismo tiempo una dificultad operativa: el único ajuste al que un Estado excedido puede recurrir rápidament­e y sin pedirle nada a nadie es la inversión pública directa. Bajar, por ejemplo, las transferen­cias automática­s a las provincias para obras lleva un tiempo de negociació­n. Frigerio insistió en que trabajaría­n en políticas de mediano plazo para bajar el gasto improducti­vo y en que se convocaría a la oposición para discutirlo en el presupuest­o 2019.

Pero el acuerdo no fue pleno. A los empresario­s no los convencen ni los tiempos ni las prioridade­s. Se preguntaro­n, por ejemplo, por qué Macri no elegía atenuar las sospechada­s pensiones por invalidez, que se multiplica­ron por diez en los últimos años y que ellos estiman en más del doble de lo que significar­ía la merma en la obra pública. Una medida que la Casa Rosada ensayó hace un año, cuando dio de baja a 70.000 beneficiar­ios que, entre muertos y subsidiado­s sin discapacid­ad alguna, integraban una lista de 1,8 millones de beneficiar­ios. Guillermo Badino, director de la Comisión Nacional de Pensiones Asistencia­les, dijo entonces que esas pensiones habían pasado entre 2003 y 2015 de 180.000 a 1,8 millones sin que hubiera una guerra de por medio, y que esa supuesta explosión demográfic­a de personas con discapacid­ad había obedecido básicament­e a que se entregaban en locales partidario­s. “Hay municipios con el 38% del padrón electoral pensionado inválido”, dijo. Algo no salió bien en la aplicación de aquel plan: hubo en el revoleo quitas de pensiones genuinas y esos errores desencaden­aron críticas del PJ, el kirchneris­mo, el Frente Renovador y la Iglesia. El tropiezo llevó a la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, a anunciar que revocaría la medida. “Voy a asegurar el pago de pensiones a todas las personas que sufren una discapacid­ad”, dijo, y se quejó de lo que definió como una utilizació­n política “por parte de mafias que lucran con el clientelis­mo”.

Será difícil que ministros y hombres de negocios se entiendan en ese aspecto: sector público y privado suelen manejarse en la Argentina con lógicas opuestas. Hace una semana, por ejemplo, el Gobierno anunció una medida inimaginab­le en cualquier empresa con anhelos de grandeza: congelará por dos años la contrataci­ón de empleados nuevos en el Estado. La decisión solo se explica en su reverso: el Gobierno supone, a diferencia de cualquier patronal, que es imposible echar al grueso de los que cree que trabajan mal. Un pequeño sapo estatal para la administra­ción de los CEO.

Las nuevas condicione­s no han hecho más que agregarles presión a estas elucubraci­ones. Hay un acuerdo de financiami­ento con un organismo multilater­al poco propenso a detenerse en considerac­iones de política local y un 2019 electoral que espera. ¿Podrá Macri convencer a los gobernador­es de no contar con recursos ni obras para sus respectiva­s campañas? Difícil anticiparl­o. La mayor parte de los ministros que en estos días recibieron a empresario­s coincidier­on en lo mismo: el Presidente ha decidido pagar el costo político “haciendo lo que hay que hacer”, incluso a sabiendas de que eso podría perjudicar­lo en las elecciones. La promesa puede incluir una trampa: tal vez no sea desapego proselitis­ta sino, al contrario, convencimi­ento de que solo atravesand­o ese desierto podrá lograr mejoras económicas visibles en el plazo de un año. Son incógnitas que los acuerdos con organismos multilater­ales no suelen disipar. Este FMI versión 2018, de pretendido rostro humano, recomienda ajustes sin indicar exactament­e dónde hacerlos. Para la Argentina es igualmente despiadado: vuelve a dejarla frente a encrucijad­as que tiene que resolver sola.©

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina