LA NACION

un gran rival en el final del sueño

del potro no aprovechó las escasas chances que le dio nadal, que definirá contra Thiem

- Ariel Ruya

PARÍS.– Es un martirio. Como estar en el fondo del océano, a pura brazada, con la respiració­n entrecorta­da, sabiendo exactament­e cómo va a ser el final. La esperanza no es lo último que se pierde: contra Rafael Nadal, el rey de la tierra y uno de los mejores de la historia, no hay espacio para la ilusión. Juan Martín del Potro se parece a un tenista aficionado, de esos que andan dando vueltas por las canchas subterráne­as, lejos de las luces. Lejos de todo. Su aventura en Roland Garros se acaba en las semifinale­s ante el Nº 1, por 6-4, 6-1 y 6-2, en 2h14m. Del Potro juega al tenis y Nadal vuela en el espacio: devuelve todo, tiene una voracidad propia de una leyenda. Y allí, detrás de la exhibición del mallorquín –una clase a cielo abierto–, hay motivos de orgullo. Son varios los escalones que el argentino subió en el torneo. Sobran los síntomas alentadore­s.

Nicolas Mahut fue la primera víctima, Marin Cilic, la última: la travesía sobre el polvo de ladrillo le demostró, por si todavía dudaba, que tiene clase y físico para mantenerse en la elite. Volvió al casillero número 4, su mejor registro. Y con la semifinal alcanzó lo mejor, no sólo en París (2009, en una inolvidabl­e batalla con Roger Federer), sino también en Wimbledon 2013 y, por supuesto, en Nueva York 2009, donde fue campeón. El español, el ganador de 10 Roland Garros, se cita mañana –si el clima lo permite-, contra Dominic Thiem, el austríaco que acabó con la fantasía convertida en realidad del italiano Marco Cecchinato en tres sets.

Del Potro corre, se entrega, arroja bolas al cielo. No parece ser un placer jugar con una leyenda, que hasta lo sorprende con algunos drops, al estilo Guillermo Coria. Hace todo, lo hace todo bien. Delpo dura un suspiro: hasta el 15-40 del primer parcial, donde están 4-4 y desperdici­a otras dos bolas de quiebre, de las seis que no aprovecha. Pasa de los dardos de fuego desde el fondo, a una actitud abrumada, vacía.

Se toca la cadera izquierda cuando tampoco aprovecha un apetecible 0-40. A Nadal no hay que perdonarlo. Nunca está vencido, ni cuando parece acabado. Toma Delpo un antiinflam­atorio, aunque en realidad lo que precisa son vitaminas para transforma­rse en un atleta. Corre mucho más de lo que juega. Rafa aprovecha apenas el segundo que tiene y define el 6-4. Lo que sigue es un monólogo. Y cuando Delpo lo aprieta un poco, reflexiona, limpia la línea de fondo con el pie izquierdo, pide la toalla, se acomoda la parte de atrás del pantalón y vuelve, como si nada, al galope. El tandilense logra un game (el del 5-1 del segundo parcial), levanta los brazos y recibe, cómplice, la ovación de un estadio casi todo el tiempo en silencio. “Delpo, Delpo”, animan las gradas. No hay caso. Falta un rato, nomás.

Es el final de una aventura con varios motivos para la esperanza. Convencido, ahora mismo, de que en la gira sobre el césped tiene más recursos, más clase, más futuro. Aquí escribió uno de los mejores capítulos de su carrera y solo se inclinó ante el mejor de la historia.

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E. Ferferberg / AFP un típico festejo del mallorquín, muy superior ayer

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