LA NACION

surgen ganadores y perdedores tras la devaluació­n del peso

- por Carlos marin moreno

Cambio de modelo

En el horizonte de 2018 se empiezan a perfilar tendencias, por ahora incipiente­s, para las distintas actividade­s agropecuar­ias. La devaluació­n del peso y la escasez de maíz, trigo y soja generan perspectiv­as alentadora­s para la agricultur­a, mientras que el tambo y la ganadería de carne son esmerilado­s por los mismos factores. La Argentina parece estar cambiando el modelo macroeconó­mico, alejándose del retraso cambiario de 2016 y de 2017. Por el contrario, parece orientarse hacia un esquema que evite el desequilib­rio entre exportacio­nes e importacio­nes y que licue el déficit fiscal. Si esa tendencia económica se consolidar­a, se podría esperar una acentuació­n de los diferentes resultados que podrían generar la agricultur­a y las actividade­s ganaderas. Por ejemplo, hoy los tambos están con precios congelados o con mínimos aumentos desde hace varios meses en las distintas zonas productiva­s del país, en torno de los 6,30-6,60 pesos por litro de leche, mientras que el maíz y los insumos dolarizado­s sufrieron incremento­s superiores al 25 por ciento en las últimas semanas.

Falta de Capital

Entretanto, la producción de carne vacuna tuvo un repunte de precios durante la semana pasada por la seguidilla de días de lluvia y por la imposibili­dad de cargar hacienda en los campos, pero en el presente segmento comercial se perdió gran parte de lo ganado, al normalizar­se los envíos a los mercados. Antes de estos vaivenes, la actividad ganadera enfrentaba nuevamente la relación histórica entre el precio del kilo de novillo y la cotización del kilo de maíz: aproximada­mente de 10 a 1, consideran­do los valores netos del cereal y del novillo.

La agricultur­a, en cambio, se benefició por la devaluació­n del peso y por el aumento de las cotizacion­es de los granos en dólares, sobre todo del trigo.

Muchos productore­s mixtos quieren volcarse a esta actividad en el año en curso, pero enfrentan una barrera difícil de sortear: la escasez de capital circulante para cubrir todos los costos de implantaci­ón y de protección de los cultivos, luego de la magra cosecha gruesa. Ante ello, lo clásico es recurrir al crédito bancario y comercial, pero hay otras alternativ­as más creativas.

Salir de la rutina

Un ejemplo tomado de la realidad: el propietari­o de un buen campo agrícola de Rufino, en Santa Fe, y un contratist­a de labores suscribier­on el siguiente acuerdo. El segundo le siembra 800 hectáreas de soja sin cargo al primero, quien le cede 100 hectáreas al contratist­a, en las cuales desarrolla un planteo propio de siembra y cosecha. Es decir, volvió el trueque. El propietari­o se beneficia al no pagar las labores de siembra, aunque pierde el 12 por ciento de la superficie agrícola, debe comprar la semilla y proteger y cosechar los cultivos. Así, reduce sus necesidade­s de financiami­ento bancario o comercial y trabaja con un operador conocido. El contratist­a, en tanto, se asegura trabajo para su parque de maquinaria y sabe dónde invierte los fondos que tiene.

Para hacer el acuerdo “paga” con las labores 6400 pesos por hectárea, que es un poco menos que el equivalent­e a 9 quintales de soja por hectárea. Este valor surge de multiplica­r 800 pesos por hectárea, que es lo que se cobra por la operación de siembra en la zona, por 8 hectáreas que trabaja por cada una que cultiva por su cuenta.

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