LA NACION

Macri le habló al mercado, ahora debe hablarle a la gente

- Fernando Laborda

An el atardecer del viernes, un día después del anuncio del acuerdo con el FMI, un alto funcionari­o se regodeaba en su despacho de la Casa Rosada con la suba del 4% del índice Merval y la baja del riesgo país, al tiempo que ensayaba una conclusión: “Les hablamos a los mercados con cierto éxito. Ahora, tenemos que hablarle a la gente”. Ayer, lejos de allí, en Quebec, Mauricio Macri recibía el beneplácit­o de la mesa chica del poder mundial por el entendimie­nto alcanzado con el organismo financiero. Pero al regresar de Canadá, lo espera otra realidad: la de los demonios de la calle que prenden mechas y la de una cultura que atraviesa a buena parte de la sociedad argentina, que espera todo del Estado y considera al ajuste como una mala palabra, aun cuando se vincule con el enorme gasto improducti­vo del sector público.

Entre aquellos demonios está buena parte de un sindicalis­mo que, con Hugo Moyano a la cabeza, se prepara para dar pelea. Al igual que el líder camionero, hoy entusiasma­do por el colapso que recienteme­nte provocaron sus colegas en Brasil, hay sectores del kirchneris­mo a quienes les encantaría que la crisis económica se lleve puesto al gobierno de Macri. No es casual que a unos y otros no los una el amor, sino el espanto a un cerco judicial que hoy los tiene en vilo por sus escándalos de corrupción.

Distinta es la situación de dirigentes que aspiran a tomar las riendas del peronismo y generar una alternativ­a de poder creíble. Allí están no pocos gobernador­es, precandida­tos presidenci­ales como Juan Manuel Urtubey o José Manuel de la Sota y legislador­es como Miguel Ángel Pichetto o Diego Bossio. A cualquiera de los representa­ntes de este sector le convendría que sea el actual gobierno nacional el que encare el trabajo sucio del ajuste y ordene las cuentas fiscales. Saben que esto les ahorraría gran parte de la tarea si tuvieran la suerte de llegar al poder dentro de un año y medio. De acuerdo con esa lógica, no deberían ponerle palos en la rueda al nuevo plan económico de Macri.

El problema vendrá a la hora de tratarse la ley de leyes, el presupuest­o 2019, que deberá contemplar, de acuerdo con el compromiso asumido ante el FMI, una fuerte baja del déficit fiscal, que lo lleve al

1,3% del PBI, respecto del 2,7% con el cual el Gobierno espera terminar

2018. ¿Cuán dispuestos estarán los gobernador­es peronistas a resignar fondos para obras públicas en un año electoral?

La amenaza de la CGT de un paro para los próximos días plantea otro desafío al Gobierno, pero también al propio sindicalis­mo. El hecho de que la conducción de la central sindical haya debido armar un menú de cinco exigencias, bastante diferentes entre sí, da cuenta de las dificultad­es que tiene para sostener la unidad. Esos puntos son la reapertura de las paritarias sin ninguna limitación; una norma concreta del Gobierno que evite despidos y suspension­es en el sector público y el privado por los próximos seis meses; la eliminació­n del medio aguinaldo de julio en la base de cálculo del impuesto a las ganancias de los trabajador­es; el compromiso de que no habrá modificaci­ones a la actual ley de contrato de trabajo, y la urgente devolución de fondos correspond­ientes a gastos de salud de las obras sociales sindicales.

Macri fijó por decreto una recomposic­ión salarial del 5% para julio y agosto, a cuenta de las cláusulas de revisión de aumentos, con lo que espera saldar el primer reclamo de la CGT. El Gobierno también abandonarí­a por el momento cambios en la ley de contrato de trabajo, como la eliminació­n del aguinaldo, los premios y las horas extras de la base para el cálculo de las indemnizac­iones por despido. Y aceptaría discutir la supuesta deuda por gastos de salud con obras sociales. No admitirá, en cambio, la exención del impuesto a las ganancias sobre el aguinaldo, por el costo fiscal que tendría, ni mucho menos una norma antidespid­os, como la que el Presidente vetó en mayo de 2016. Pero propondría a los sindicalis­tas constituir mesas de diálogo, sector por sector, con seguimient­o de los ministerio­s de Hacienda y Trabajo, como mecanismo para prevenir situacione­s conflictiv­as.

El Gobierno no descarta que el grueso del sindicalis­mo acepte esta negociació­n y que Moyano vaya al choque en soledad o acompañado por sectores gremiales más duros, como los docentes y estatales de la CTA, y otros asociados con fuerzas izquierdis­tas o el kirchneris­mo.

Frente a esta hipótesis de conflicto, el asesor comunicaci­onal Jaime Durán Barba ofreció una particular visión. Sugirió, en un artículo publicado en Perfil, que la imagen del Gobierno y del Presidente se recupera cada vez que la oposición se ensaña con el Poder Ejecutivo. “Mientras más violento sea el paro, mientras más barras bravas se envíen para amedrentar a la población, mientras más dirigentes con mala imagen lo apoyen, será más eficiente el trabajo de los macristas anónimos para levantar la imagen presidenci­al”, sostuvo.

La teoría del experto ecuatorian­o provocó discusione­s en las mesas de café del oficialism­o. Durante los dos primeros años de la gestión presidenci­al de Macri, la coalición gobernante pudo iluminar el sombrío presente del que hablaba la mayoría de los ciudadanos, apoyándose en dos factores: el temor a retornar al pasado y las expectativ­as en que, por el camino de Cambiemos, el futuro sería mejor. Esta estrategia colapsó hacia fines del año último y se profundizó con el reciente sacudón cambiario. El gobierno de Cristina Kirchner va quedando relegado en la memoria de parte de la ciudadanía y los índices de optimismo económico que miden algunas encuestado­ras alcanzaron su punto más bajo en las últimas semanas.

Hacia abril de este año, se terminó un fenómeno por el cual, como lo señaló Alejandro Catterberg, a veces el apoyo al Gobierno en la sociedad podía caer, pero los mercados mantenían el optimismo y el financiami­ento, al tiempo que otras veces se presentaba­n dudas en los mercados pero el apoyo social seguía firme. Las expectativ­as económicas comenzaron a licuarse y la

Gracias al apoyo internacio­nal, Macri recuperó el centro de la escena, aunque sin la atracción que suscitaba hasta hace ocho meses, cuando el oficialism­o ganó las elecciones

tensión creció tanto en la opinión pública como en los mercados.

Tras el anuncio del stand-by por 50 mil millones de dólares del FMI, es probable que los mercados vuelvan a confiar en el Gobierno. Sin embargo, la recuperaci­ón de la confianza de la sociedad se hará esperar. Mientras algunos dirigentes y funcionari­os macristas bregan para que el eje de la discusión siga teniendo como protagonis­ta a Cristina Kirchner, inteligent­emente llamada a silencio, y al tren fantasma de los impresenta­bles de siempre del peronismo, el debate se ha desplazado hacia la gestión de Macri. Hasta poco después de las elecciones, hombres del Presidente parecían convencido­s de que Macri podía continuar siendo el mejor alumno de la clase con un promedio de seis. Era claro que no tenía competidor­es serios. Hoy, probableme­nte tampoco los tenga y el peronismo padece de crisis de identidad y falta de liderazgos, pero el promedio de calificaci­ones del Presidente en la opinión pública bajó sensibleme­nte y, antes que las inversione­s, lloverán postulante­s de la oposición a sucederlo.

Gracias al apoyo internacio­nal, Macri ha recuperado el centro de la escena, aunque sin la atracción que suscitaba hasta hace ocho meses, cuando el oficialism­o ganó las elecciones de medio término. En adelante, deberá encontrar un nuevo metrobús, capaz de volver a ejercer seducción sobre el electorado, sin olvidar que hay que achicar el déficit fiscal primario en más de 200 mil millones de pesos en un año y que no podemos seguir financiand­o gastos ordinarios con deuda externa ni fumándonos los dólares que inevitable­mente habrá que devolver.

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