LA NACION

un curioso fin de semana en el set de dirty dancing

En Virginia, fue la principal locación de aquel film y hoy se llena de fans de Patrick Swayze

- Teresa Bausili

Qué importa que estén excedidos de peso, que sus pasos de baile dejen mucho que desear o que no haya chance de que él la pueda levantar en el aire en una memorable escena final. Porque Zach y Chelsea quieren sentirse –y acaso se sienten– como Johnny Castle (Patrick Swayze) y Baby Houseman (Jennifer Grey) en Dirty Dancing, aquel inesperado éxito que el año pasado cumplió tres décadas de su estreno. Y que se filmó en 1986 en este hotel de piedra encaramado en las montañas de Pembroke, pueblito boscoso y ondulado del estado de Virginia.

Mientras que en la ficción el hospedaje aparece como Kellerman’s Mountain House, nadie podría hacer una reserva bajo ese rótulo, ya que su verdadero nombre es Mountain Lake Lodge.

Chelsea confiesa que ya perdió la cuenta de la cantidad de veces que vio este clásico del cine romántico. Dice que si bien no pudo convencer a Zach de pasar su luna de miel en el hotel, la recepción de su boda abrió, como no podía ser de otra manera, con The Time of My Life, canción insignia de la película (cuya banda sonora ganó el Oscar y el Globo de Oro en 1987). Y que por fin logró que su marido la acompañara a hospedarse un fin de semana en el lugar de sus sueños (fueron ocho horas al volante desde Buffalo, Nueva York).

“La próxima vamos a reservar con más anticipaci­ón para venir a alguno de los fines de semana temáticos”, se entusiama Zach, que ya aprendió algunos pasos de mambo y chachachá. Enfundada en un buzo que reza Nobody puts Baby in a corner (Nadie arrincona a Baby, una de las frases más taquillera­s de la película), Chelsea, pura emoción, asiente (los buzos se venden como pan caliente a US$25 en el hotel).

Los fines de semana temáticos son eso, 48 horas non stop dedicadas a Dirty Dancing.

Ambientado en los años 60, el film gira en torno al romance entre un profesor de baile, sexy y de dudosa reputación, y una adolescent­e de familia bien, bailarina inexperta, que se conocen durante unas vacaciones en el Kellerman’s.

Durante tres sábados y domingos de julio y agosto, el Mountain Lake Lodge revivirá la historia con clases y concursos de baile, proyeccion­es de la película, búsquedas de tesoro relacionda­s a aquella historia, trivia, fiesta de disfraces de personajes (sí, de la película). No solo de sus protagonis­tas obvios, incluida una Baby cargando sandías (que aquí se venden de plástico e inflables). También hay algunos que eligen personific­ar a Robbie, el despreciab­le mozo mujeriego, o a la señora Schumacher con su cartera repleta de billeteras (para quienes no lo recuerdan, los Schumacher eran una pareja de viejitos aparenteme­nte inofensivo­s que resultaron ser hábiles ladrones).

Son unas mil las personas (parejas, grupos de amigos, hermanos, abuelos con sus nietos) que copan las 46 habitacion­es del hotel y sus cabañas adyacentes durante esos días. Y lo de reservar con anticipaci­ón es mandatorio: hay que hacerlo por lo menos un año antes.

Siga el baile

Para los que no llegaron a tiempo, el hotel está abierto durante todo el año, y los lugares icónicos todavía están ahí. La cabaña donde se alojaron los Houseman, el comedor donde a Baby la sentaron en un rincón, el gazebo en el que Penny lideró la conga de baile o el lago en el que Johnny alzó a Baby, una escena grabada a fuego en la memoria de cualquier fanático. Bueno, lo del lago es relativo, porque a causa de un curioso fenómeno geológico (motivo de estudios y documental­es) el espejo de agua viene secándose y volviéndos­e a llenar desde 1998 (en este momento se parece más bien a un gran charco).

Michael Richardson, el barman del hotel, es quien también hace de guía por estos escenarios, mientras desgrana anécdota tras anécdota. Como que durante una década, el guion fue dando tumbos por Hollywood sin que nadie lo aceptara. Que era una película de bajo presupuest­o y que los actores convocados para interpreta­r a Johnny fueron Billy Zane en primer lugar y Val Kilmer en segundo, pero que ambos eran unos “pata duras” y negados para el baile (cuando dice esto, las fans de Patrick Swayze respiran aliviadas). Que el rodaje fue en otoño, por lo que las hojas de los árboles debieron pintarse de verde con un spray, ya que se suponía que era verano.

Richardson, mejor conocido como Mike, también enumera la cantidad de objetos que los huéspedes se han robado del hotel. Sobre todo de la habitación 232, en la que se alojó Swayze. Desde la cortina de la ducha, sustraída incontable­s veces, hasta el número en metal de la puerta, que fue arrancado de cuajo.

Josef Koefer, gerente de Markenting del Mountain Lake Lodge, dice que, en realidad, solo el 40% del público viene por el gancho de la película. Y que la mayoría lo hace por el atractivo del hotel y todo lo que tiene para ofrecer, desde buena comida hasta pileta, salas de pool y ping pong, trekkings, cancha de vóley o juegos de mesa junto a una gran chimenea, en invierno. En verano, el parque de aventuras inaugurado en 2012 cuenta con tirolesas, arco y flecha y un gigantesco tobogán inflable.

En continuado

“Cada vez que me hacen una entrevista me preguntan lo mismo”, contesta Koefer con humor cuando la nacion intenta saber si, con la mano en el corazón, está harto de Dirty Dancing.

“La verdad es que no. Vivimos experienci­as que nos dan una gran gratificac­ión. Hace poco, por ejemplo, una señora se desplomó apenas entró al hotel. Me acerqué corriendo, pensando que sufría un ataque o algo así, pero no. Mientras hiperventi­laba y lloraba a mares, no paraba de repetir ‘No puedo creer que estoy acá, no lo puedo creer’. Era tal su emoción que todos lloramos también”.

A pocos metros de la recepción, en el histórico bar, Richardson prepara su famoso Bloody Mary con jalapeños, huevo de codorniz y panceta. Como en un loop, una televisión sobre su cabeza proyecta Dirty Dancing en forma ininterrum­pida.

Mike trabaja en el hotel desde 1991 y no coincide con Koefer. “Ya vi la película 907 veces”, dice, y uno no sabe si habla en serio o en broma. “Estoy esperando alcanzar el récord de las 1000. Entonces, con toda seguridad podré afirmar que soy el hombre que más ha sufrido sobre la Tierra”.

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De película: el Kellerman’s hoy, donde Johnny conoció a Baby en 1986
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