Paradojas y claves para este tiempo
“Una tristeza secreta acecha detrás de la sonrisa forzada del siglo XXI”. En la contundencia de esta frase anida el núcleo de los artículos compilados en Los fantasmas de mi vida, libro del británico Mark Fisher publicado por Caja Negra. Porque cuando Fisher habla de “tristeza secreta” define un tipo específico de malestar de la cultura: el que marca nuestro siglo, y al que, durante años, se empeñó en descifrar.
Escritor, crítico musical, director de la editorial Zero Books y profesor en el departamento de Culturas Visuales de la Universidad de Goldsmiths (Londres), Fisher desarrolló, a través del análisis de películas, discos o diversos movimientos culturales, un impresionante –y severo– diagnóstico de la vida en esta época. Un diagnóstico social y cultural, pero ante todo político; no por nada, entre las voces que se entretejen en sus escritos están la del crítico norteamericano Fredric Jameson y la del filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi. De este último tomará el concepto de la “lenta cancelación del futuro”, para hablar de una época en la que el alguna vez aguerrido no future del punk encarnó en una suerte de presente eterno, donde ya nadie confía en un mañana redentor y donde, maquillados por la excitación de la novedad y el movimiento continuo, priman el anacronismo y la inercia. En esta línea, recuerda el “modo nostálgico” pensado por Jameson, para referirse al fin del sueño modernista y su vocación las formas culturales innovadoras, rupturistas y ajenas al mercado. “La intensidad y precariedad de la cultura del trabajo del capitalismo tardío deja a las personas en un estado en el que están simultáneamente exhaustas y sobreestimuladas –escribe Fisher–. Desesperadamente cortos de tiempo, energía y atención, demandamos soluciones rápidas. Como la pornografía, lo retro ofrece la promesa rápida y fácil de una variación mínima sobre una satisfacción que es familiar”. El siglo XXI según Fisher: un tránsito por una vida cotidiana frenética, pero acompasada por las baladas morosas –atemporales y curiosamente añejas– de Adele o Amy Winehouse. El siglo XXI: territorio de un futuro que no llegó, “ni parece posible”.
Fisher marca un punto de partida: los años 1979 y 1980. Por ese tiempo, y de manera especialmente evidente en Reino Unido, se derrumbaban los parámetros del mundo socialdemócrata, fordista e industrial, y emergían los indicios de lo que hoy es puro presente: capitalismo financiero, digitalización, Internet. En términos culturales, Fisher considera que hubo una doble pérdida en el pasaje de un mundo al otro. Por un lado, lo que llama “la gradual pero despiadada destrucción del concepto de lo público”. Por el otro, el abandono de una búsqueda que marcó a la música, la literatura, el cine y las artes visuales del siglo XX: la de una cultura popular que podía establecer mucho más que puentes con los espacios de la experimentación; la noción de que era posible “ser popular sin ser populista”.
Del rock de Joy Division a los enigmas de la serie británica Life on Mars; del film Memento, de Christopher Nolan a existenz, de David Cronenberg, va desmenuzando algunas claves para entender nuestro tiempo. Señala, asimismo, pequeños quiebres, huellas de una posible visión alternativa a una cultura de época marcada por la “depredación corporativa” y la “homogeneización hedónica”.
Por sobre todo, sugiere estar atentos al poder de las paradojas, “emisarias de otro mundo en el que las cosas funcionan de un modo diferente”. En este sentido, Los
fantasmas de mi vida supone una paradoja particularmente trágica. Parte de la pulsión de los análisis culturales de Fisher tiene que ver con la depresión con la que luchó por años, y a la que analizó en el marco de un modelo social que “privatiza” e impone como personal un estrés que en realidad es colectivo. En 2017 puso fin a su vida, probablemente aplastado por la asfixia sociocultural que, en sus textos, se ocupó de retratar, junto a los indicios de un posible cambio.