LA NACION

Rómulo Garbarino

Consiguió un empleo gracias a un programa de reinserció­n laboral

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“Ya pasé dos Navidades acá”, dice Rómulo Garbarino (68), cuando piensa en su tiempo en el Centro Solidario San José. Llegó en 2016, antes había vivido en un hogar del Ejército de Salvación y pasado por varios paradores porteños. No durmió nunca a la intemperie, pero desde hace más de cinco años su vida empezó a transcurri­r en la calle.

En 2011, Garbarino volvió a la Argentina después de pasar 10 años en el exterior. Había estado en Europa y su último destino fue San Pablo, Brasil. Confiesa que todas las ilusiones que tenía al regresar se estrellaro­n contra la realidad: era divorciado, tenía una hija a la que no había visto crecer y nada era como había pensado. “Me di cuenta de que tenía que reiniciar todo, incluso la relación con mi hija”, recuerda este hombre oriundo de Mendoza, pero que creció en la Capital.

Primero, se instaló en la casa de familiares. “Buscaba empleo, pero ya tenía más de 60 años y nadie me tomaba. Fui changarín en el Mercado Central hasta que encontré trabajo en una obra en San Telmo”, cuenta.

En ese momento, tuvo un accidente: cayó por el hueco de un ascensor y el episodio marcaría su futuro. “A partir de ahí empecé a sentir cambios, no podía dormir, no podía concentrar­me y de la empresa constructo­ra me echaron apenas me dieron el alta médica. Entré en un pozo depresivo terrible”, sostiene.

Comenzó a tratarse en el Centro de Salud Mental Ameghino. De a poco, después de pasar por la casa de su hija y otros parientes, terminó dando vueltas por la calle. “En todos lados me sentía un estorbo”, admite. Empezó a quedarse de noche en el parador de Retiro y de día deambulaba en la calle.

Para sobrevivir, Garbarino repartía volantes, diarios y hacía cualquier otra “changa” que se presentara. Incluso terminó la primaria, uno de sus sueños pendientes. Vivió bastante tiempo en un hogar del Ejército de Salvación hasta que lo demolieron. Ahí fue cuando le hablaron del Centro Solidario San José, que pertenece a Cáritas y alberga a 280 hombres mayores de edad en situación de calle, de los que más de 100 tienen enfermedad­es crónicas o alguna discapacid­ad, y la otra mitad, como el caso de Garbarino, son estimulado­s a encontrar trabajo y reanudar sus lazos de pertenenci­a social.

Hoy, Garbarino está terminando el secundario en el Centro Educativo Nº 43 en Montserrat y le quedan siete materias para graduarse. “Me costó mucho, me cuesta, pero es algo muy importante para mí”, reflexiona. Tímido, agrega: “Si me da la ‘nafta’ me gustaría estudiar otra cosa”.

Con todos estos cambios positivos y por recomendac­ión del hogar, Garbarino conoció a la Fundación Cultura de Trabajo. Fue a la entrevista y les contó que podía ser ayudante de obra, hacer trabajos de pintura, mantenimie­nto y portería, entre otros. Quedó en la base de datos y al tiempo recibió el primer llamado con una propuesta.

Garbarino se pudo jubilar y hace un tiempo cobra una entrada mínima porque está pagando una moratoria; consiguió un trabajo de fin de semana en una remisería; y un joven que también logró reinsertar­se laboralmen­te a través de Cultura de Trabajo lo llama para que lo ayude en labores relacionad­as con el mantenimie­nto de casas.

“Con mi hija pude ir recomponie­ndo la relación. Ella ve mi cambio y eso hace que también progrese y vaya para arriba”, afirma. Y, con una sonrisa, concluye: “Tener plata tuya en el bolsillo es algo muy gratifican­te. Sé que por mi edad es difícil que me tomen en un empleo fijo, pero yo les digo: ‘Denme una semana de prueba y después ven’”.

“Tener plata en el bolsillo es algo muy gratifican­te”

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Patricio Pidal/ AFV Luego de años de exclusión, Garbarino logró tener un trabajo en una remisería

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