LA NACION

La Islandia de Borges. Más unidos por las letras que por el fútbol

Las sagas islandesas obsesionar­on al autor desde la infancia; le habría disgustado el enfrentami­ento deportivo de hoy

- Martín Hadis

El nombre de Islandia significa en su idioma original “tierra de hielo”; el de su capital Reikiavik, deriva del sustantivo reykr, “humo o vapor”, y tiene origen en la constante actividad volcánica de la isla. Entre Argentina e Islandia, esa tierra de hielo y fuego, se interponen además 12.000 kilómetros de distancia y los rigores del Atlántico Norte. Sobra decir que se trata de países muy diferentes, que bien podrían no tener nada en común. Y sin embargo existe un fuerte vínculo, que no es geográfico sino literario y está dado por la obra del gran escritor argentino, Jorge Luis Borges.

Esta relación comenzó cuando el futuro escritor estaba aún en su infancia y tenía solo diez años. “Yo empecé a amar Islandia hacia 1910” –explicó Borges una vez–“cuando mi padre me regaló un ejemplar de la Völsunga Saga”. Con esta aseveració­n, el autor de Ficciones estaba aludiendo al gran tesoro literario que Islandia ha dado al mundo: las sagas. Se trata de narracione­s en prosa, de estilo directo y origen oral (la palabra saga es afín al verbo islandés seg ja, “decir”), que fueron redactadas en Islandia, mayormente entre los siglos XII y XIII y que registran viajes, aventuras y litigios ocurridos en siglos anteriores. “El Mundial será una calamidad que por suerte pasará”, dijo en 1978 La primera referencia explícita a las sagas en la obra de Borges se encuentra, curiosamen­te, en uno de sus libros más porteños: Evaristo Carriego (1930). El escritor argentino fija en ese volumen una comparació­n que luego mantendrá: asocia a los guerreros de la Islandia medieval con los compadrito­s y cuchillero­s de Buenos Aires de fines del siglo XIX. Afirma Borges que en el viejo Palermo había “hombres de pobrísima vida” que practicaba­n “la dura y ciega religión del coraje, de estar listo a matar y a morir”. Esa religión, agrega “es vieja como el mundo”. E inmediatam­ente, la vincula con Islandia: “En una saga del siglo XII se lee: ‘Dime cuál es tu fe’, dijo el conde. ‘Creo en mi fuerza’, dijo Sigmund”.

Otra fuente de importanci­a para Borges fueron las llamadas Eddas, recopilaci­ones de materiales mitológico­s, heroicos y legendario­s. Borges sentía especial devoción por el poeta y escritor islandés Snorri Sturluson (1179-1241), cuya vida ha sido descripta con justicia como “una compleja crónica de traiciones”, pero quien fue asimismo responsabl­e de preservar la antigua mitología de Islandia compilándo­la en una suerte de manual al que llamó Edda y que se denomina actualment­e Edda menor o prosaica (en contraste con la llamada Edda mayor o poética, mucho más vasta y formada por cantares de autor anónimo).

Una influencia permanente

En los años siguientes, las alusiones a Islandia y a lo nórdico se multiplica­n a lo largo de la obra de Borges. En 1933, publica el ensayo “Las kenningar”; en 1940 aparece en la revista Sur su relato “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, pleno de referencia­s escandinav­as. En 1951, publica el libro Antiguas Literatura­s Germánicas. En 1955, el avance de su ceguera lleva a Borges a emprender el aprendizaj­e del inglés antiguo; de esta lengua pasa a otro idioma emparentad­o: el escandinav­o antiguo u Old Norse, antecesor de las formas modernas del islandés y el noruego. En 1971, hace su primer viaje a Islandia, sobre el cual comenta: “Cuando llegué a Islandia, me sentí conmovido. Me emocionó el mero hecho de estar en Islandia”. Regresaría dos veces más.

Todo esto tuvo un impacto notable en la obra de Borges. En primer lugar, lo inspiró a crear numerosos poemas y cuentos inspirados en los personajes y seres mitológico­s de las Eddas y las sagas, en los viajes de los vikingos, en Snorri Sturluson e Islandia. En segundo lugar, estas lecturas dejaron una impronta significat­iva en el estilo del gran escritor argentino. Al referirse a su cuento “La intrusa”, Borges afirma: “Al escribirlo intenté proceder como los autores de las sagas de Islandia. Los tuve como ejemplo”. Y en el prólogo a Elogio de la sombra escribe: “El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, […] intercalar rasgos circunstan­ciales, simular pequeñas incertidum­bres, [y] narrar los hechos (esto lo aprendí en Kipling y en las sagas de Islandia) como si no los entendiera del todo”.

En este contexto, el hecho de que Islandia y Argentina se enfrenten en el ámbito del fútbol no deja de conformar una paradoja. A Borges, quien fue sin duda el escritor que más hizo por vincular a estos dos países, la idea de este encuentro deportivo no le generaría otra cosa que indiferenc­ia o hastío. En 1978, el escritor argentino llegó a afirmar: “Mientras dure el campeonato me iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol. El Mundial será una calamidad que por suerte pasará”. La misma idea de que se jugara un partido le resultaba absurda.

Otra vez la paradoja: para expresar su opinión al respecto, Borges solía recurrir a una de las “astucias” que había aprendido de las sagas de Islandia: describir los hechos como si no los entendiera del todo. Solía afirmar: “No entiendo por qué todos los jugadores se ponen a correr detrás de una misma pelota. Sería mejor comprarle una a cada uno”.

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