LA NACION

Un espacio de reflexión sobre la tradición y la infancia

- Juan Garff

POSADAS.– En los alrededore­s de Posadas abundan las aves, sus trinos inundan el amanecer. Están en el oído de todos. También en sus cuerdas vocales, como puso en evidencia la música Pepa Vivanco, al invitar a los 1600 participan­tes del II Congreso “Territorio­s para pensar las infancias” a emitir el canto de los pájaros. El auditorio del Parque del Conocimien­to, en las afueras de la capital misionera, se convirtió en una zona de sonidos alados. Pepa Vivanco iniciaba así su ponencia ante el congreso que se desarrolló esta semana en el Parque del Conocimien­to de Posadas.

“Me es más fácil hacer cantar que hablar”, dijo la reconocida pedagoga musical. “Aprendí de muchísimas situacione­s, se me caen explicacio­nes dadas, surgen siempre cosas nuevas: las sikuriadas en el norte, en Tilcara, las murgas en Buenos Aires, fábrica de cantores solistas que involucran su historia personal, o la revolución de la percusión con señas como la de La Bomba del Tiempo…”. Situacione­s de creación artística que pasan muy lentamente en las institucio­nes pedagógica­s, según Vivanco. Podría agregarse, que también encuentran con retraso su expresión sobre los escenarios.

Si Vivanco indagó sobre las culturas populares que generan una enorme diversidad de músicas, que alimentan desde la infancia a quienes participan de ellas, se adentró la titiritera y dramaturga Silvina Reinaudi en los territorio­s de la historia familiar poblados de lo que llamó “cosas habladoras”. Como el mate cuando la abuela italiana zurcía medias cantando y contando historias, con lo que el mismo mate se convertía en personaje, como los perros en las faldas de las tías que tocaban piano y decían, indiscreto­s, lo que nadie decía. Escenas de la vida cotidiana que remiten, recordaba Reinaudi, a cómo llaman los brasileños al teatro de títeres: teatro de animación. “Animar es ponerle alma a algo, ponerles alma a los objetos, o el arte de descubrir el alma que ya tienen los objetos”. Este espacio de juego, en los que se encuentra el germen del teatro, eran momentos de libertad, para la abuela y para la nieta.

“Se lograba un instante para valorizar lo pequeño, lo diverso, lo emotivo, para despertar y dar permiso para la sensibilid­ad de las personas y para que puedan comunicarl­a”, reflexionó Reinaudi, acompañada por Perrito Rito, uno de sus personajes más entrañable­s. “Ese espacio apunta a la libertad del encuentro con la expresión artística y con el placer del juego”. Los testimonio­s de Vivanco y Reinaudi coincidier­on con los de un amplio espectro de artistas e investigad­ores, entre ellos el de la antropólog­a francesa Michèle Petit sobre la belleza como vía de transfigur­ación de la adversidad en la vida.

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Silvina Reinaudi y su perrito Rito

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