LA NACION

Recursos naturales y crecimient­o, por Marcos Gallacher

- Marcos Gallacher

Los extranjero­s que visitan nuestro país se sorprenden por el contraste existente entre la abundancia de recursos naturales y la simultánea baja productivi­dad y crecimient­o de la economía. ¿Por qué la Argentina, que “lo tiene todo” en relación con recursos naturales, presenta niveles de desarrollo mucho más bajos que los países escasament­e dotados de tierra agrícola, recursos energético­s y recursos pesqueros?

La literatura económica cataloga como “la maldición de los recursos naturales” situacione­s como la nuestra: países potencialm­ente ricos, pero que en la práctica muestran un desempeño pobre.

Al menos cuatro mecanismos son identifica­dos como responsabl­es de la “maldición” mencionada. En primer lugar, la abundancia de recursos reduce los incentivos para el desarrollo de capital humano altamente especializ­ado, en particular el asociado a tecnología­s complejas. Con relativo poco esfuerzo, la sociedad genera producto, cosa que no ocurre en países donde la naturaleza es mezquina (Japón, Suecia, España). Segundo, la abundancia de recursos naturales da “grados de libertad” a la autoridad económica. El caso de los derechos de exportació­n existentes en la Argentina es un claro ejemplo de lo anterior. En tercer lugar, excedentes exportable­s provenient­es de recursos naturales generan apreciació­n cambiaria (“dólar barato”), lo cual dificulta el desarrollo de un sector exportador diversific­ado.

Por último –y muy importante– forma en la población una actitud complacien­te y refractari­a al esfuerzo productivo. Esta actitud no se generaliza de un día para el otro, sino que es resultado de décadas de percibir que, de una manera u otra, “Dios proveerá”.

Un sencillo análisis de la realidad argentina permite poner en contexto estos comentario­s. ¿Hasta dónde el mal manejo de las finanzas públicas tiene como consecuenc­ia la anulación parcial de las ventajas comparativ­as basadas en los recursos naturales del país? Vayamos a los números. Entre 2003 y 2016 el empleo público total pasó de 2,2 a 3,7 millones de personas. En forma conservado­ra, podemos estimar que al menos el 50% de este aumento contribuye poco o nada a la generación de producto. Esto implica unos 750.000 trabajador­es, cada uno de los cuales representa un costo para el fisco de no menos de US$20.000 por año. El total de este (conservado­r) exceso de empleo público sería entonces unos

US$15.000 millones. Relacionem­os este monto con la renta neta que genera la tierra agrícola en la Argentina. En el quinquenio 2012-2016 el valor de la producción de los cuatro principale­s cultivos de grano (trigo, maíz, soja y girasol) osciló entre los 30 y los 36.000 millones de dólares anuales. Estas cifras correspond­en a aproximada­mente el 45/50% del valor de la producción total del sector. Los costos necesarios para generar y comerciali­zar la producción de los cuatro cultivos mencionado­s osciló, para el mismo quinquenio, en los 13-17.000 millones de dólares anuales, lo cual implica que estos cultivos generaron una “renta neta” (ingresos menos costos) de alrededor de 17-20.000 millones de dólares por año.

Las estimacion­es anteriores sugieren que el costo resultante de exceso de empleo público

(US$15.000 millones) representa entre el 75 y el 90 por ciento de renta neta que resulta de la extraordin­aria dotación de tierra agrícola de la Argentina (1720.000 millones por año). Lo anterior puede ponerse en contexto con el siguiente razonamien­to: políticas populistas (el período

2003-2015 es solo un ejemplo) pueden asimilarse a destrucció­n lisa y llana de casi la totalidad de la tierra agrícola con la que el país cuenta. Es como si de un día para el otro un tsunami avanzara sobre la pradera pampeana y sepultara millones de hectáreas bajo las saladas aguas del océano Atlántico.

La tesis de la “maldición de los recursos naturales” amerita preferenci­al atención por parte de aquellos interesado­s en la economía agrícola de nuestro país. Y también, por supuesto, por aquellos con responsabi­lidad de liderazgo político. El autor es profesor de la Maestría de Agronegoci­os de la Ucema

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