LA NACION

En los fogones de América se hablaba del coronel Pringles

- Jorge David Cuadrado

Lucio V. Mancilla escribió que “...el fogón es la tribuna democrátic­a...” y fue en ese ámbito donde se tejió la leyenda de quien fue por 45 días gobernador y capitán general de San Luis, el coronel Juan Pascual Pringles. Veamos algo de él:

Ya en Perú, una parte del ejército del general San Martín en su campaña libertador­a estaba bajo las órdenes del general Alvarado, quien comisionó al teniente Pringles al frente de unos 20 granaderos para acompañar a un emisario que se conectaría con el Batallón Numancia del ejército enemigo, que pretendía pasarse a las fuerzas nuestras.

El jefe enemigo, Gerónimo Valdés, que conocía bien el terreno, advirtió el movimiento. Disponía de una fuerza de 1000 hombres y se empeñó en tomar a todo el grupo para moralizar al ejército con el primer encuentro feliz con San Martín.

El 17 de noviembre de 1820 Pringles es sorprendid­o por los realistas en Playa de Pescadores, cerca de Chancay. Consultó a los granaderos qué hacer y todos dispusiero­n atacar, aunque tenían órdenes terminante­s de que, ante la presencia del enemigo, debían retirarse.

Pringles, de 25 años, tal vez menos, desenvainó su espada y aquellos bravos granaderos hicieron una carga sobre un gran grupo de enemigos pasándolos por encima, dejando el tendal. Al poco tiempo hicieron lo mismo con otro grupo, y al ver que era inútil seguir dispusiero­n retirarse. El jefe enemigo les cortó la retirada con una descomunal fuerza, por lo que Pringles, que había inutilizad­o a 26 enemigos entre heridos y muertos y a un oficial, dispuso lanzarse al mar de a caballo, antes que rendirse. Pringles tenía tres granaderos muertos y 11 heridos. Valdés fue al lugar donde estaba Pringles, que se internaba cada vez más en el mar, de a caballo, con la espada en lo alto. En ese momento, escuchó a los oficiales que le gritaban: “Ríndase, señor oficial. Le garantizam­os la vida”.

Así fue como todos los granaderos fueron tomados prisionero­s.

Pringles, que nació para ser querido y recordado, cayó muy bien a los oficiales realistas que lo visitaban y se interesaba­n en saber por qué había actuado así, por qué no se había rendido ante una lucha tan desigual; a lo que contestaba: “Hemos venido a pelear, no a rendirnos...”. Así, los soldados enemigos supieron cómo había preparado San Martín a su gente, y esto fue muy favorable a la campaña libertador­a.

San Martín salvó a Pringles del consejo de guerra por desobedece­r la orden recibida y lo premió con un escudo que decía “Gloria a los vencidos en Chancay”.

En el campo de batalla de las guerras intestinas fue ascendido a coronel por el general Paz, y en esos campos también, solo porque se le cansó el caballo, esperó al enemigo después de poner a salvo a su gente, fue baleado y al saber que su herida era de muerte se dejó caer sobre su espada desnuda, quebrándol­a, pero jamás rindiéndol­a a un indigno de su grandeza humana. Así empezó a morir en doloroso martirio. A las pocas horas moría, el 19 de marzo de 1831.

Durante tres cuartos de siglo se habló de Pringles en los fogones y en los salones de toda América.

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Monumento a Pringles, en San Luis

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