LA NACION

Deltan Dallagnol. “La sociedad debe abandonar su lugar de víctima del pasado y de los políticos” –¿Han condenado a figuras políticas de cuántos partidos? –¿Cómo reaccionó la sociedad brasileña?

Es jefe de los fiscales brasileños a cargo del Lava Jato, la investigac­ión que llevó a prisión al expresiden­te Lula da Silva y a Marcelo Odebrecht; cuál es el método del hombre que atacó la corrupción en el corazón del poder y hace temblar a la política

- Hugo Alconada Mon

Es el jefe del equipo de fiscales que impulsa el Lava Jato, la gran investigac­ión brasileña que llevó a Lula da Silva y a Marcelo Odebrecht a prisión, junto a decenas de políticos y empresario­s, y recuperó cientos de millones de dólares de la corrupción, con ramificaci­ones por toda América Latina. Vino a Buenos Aires para conversar con los fiscales argentinos, intercambi­ar ideas y tácticas para investigar delitos complejos y para alentarlos a avanzar. Nació en 1980 en Pato Branco, Paraná, y a los 22 años ya era abogado con maestría en Harvard; a los 25, fiscal; a los 33, líder a cargo de Forca da Tarefa, a cargo del Lava Jato. Estudió el Mani Pulite (manos limpias), el proceso de investigac­ión que en Italia, en los años 90, dejó al desnudo una extensa red de corrupción que involucró a políticos y empresario­s, para aprender de los errores cometidos por los fiscales italianos.

–¿Cuáles son los números actuales del Lava Jato?

–El Lava Jato es un terremoto que sacudió la impunidad de los círculos de poder. Avanzó gracias a nuevas técnicas de investigac­ión y obtuvo resultados antes inimaginab­les en Brasil. Hoy, más de 280 personas están acusadas de delitos de corrupción, lavado de dinero y organizaci­ón ilícita. Más de 120 ya fueron condenadas por un total de más de 1900 años de cárcel. Pero no solo son resultados en términos de castigo; también, en términos de recuperaci­ón de dinero desviado. Alcanzamos más de 3000 millones de dólares en términos de resarcimie­nto de parte de las empresas que decidieron colaborar con la Justicia. También logramos repatriar más de 16 veces del total de todos los casos de la historia de la Justicia en Brasil. O sea, es un caso que extiende los parámetros en términos de atacar la impunidad en Brasil.

–Tan solo la colaboraci­ón de una de las empresas involucrad­as en la investigac­ión reveló prácticas ilícitas de 415 políticos de 26 partidos distintos. Muchos de esos partidos ya tienen gente en la cárcel. Uno de los principale­s opositores del partido del expresiden­te Lula, Eduardo Cunha, que fue presidente de la Cámara de Diputados, cuando perdió sus fueros y pudo ser alcanzado por la Justicia de Curitiba, fue arrestado, condenado y está en la cárcel. Es una causa técnica, imparcial y apartidari­a

–¿Cómo lo hicieron?

–Es un caso que avanzó sobre la base de un nuevo modelo de investigac­ión, con el apoyo de la sociedad, entre otras cosas, teniendo como telón de fondo un avance institucio­nal que está consagrado en la Constituci­ón brasileña de 1988. Ese nuevo modelo de investigac­ión tiene cuatro pilares. Primero, las colaboraci­ones premiadas: cada imputado o empresa que quería colaborar con la investigac­ión debía traer evidencias de delitos hasta ese momento desconocid­os. Cuando se piensa que toda nuestra informació­n provino de más de 160 colaborado­res premiados, uno empieza a entender que el caso se haya convertido en una bola de nieve. En segundo lugar, cooperacio­nes internas internacio­nales. Nosotros también rompimos récords en términos de relaciones con otros países. Se enviaron y recibieron más de 500 pedidos de cooperació­n en relación con más de 50 países. En tercer lugar, hubo una estrategia de fases. Las fases son momentos en que realizamos búsquedas, arrestos y encarcelam­ientos y esas fases se sucedieron sin parar. Cada dos semanas, en el Lava Jato se iniciaba una nueva fase de investigac­ión. Y finalmente hubo un nuevo modelo de comunicaci­ón social. En un caso de gran magnitud, contra personas poderosas, es imposible que personas sin poder o con poder relativo, como jueces y fiscales, puedan avanzar sin el apoyo de la sociedad. Hay que recordar que varios de nuestros investigad­os controlan maquinaria­s de comunicaci­ón en diversas partes del país. Por eso primero creamos el primer sitio web de un caso judicial en la historia de Brasil, damos entrevista­s informativ­as sobre toda acusación grave y siguiendo las directivas de los profesiona­les de la comunicaci­ón de la Procuradur­ía General; estamos siempre disponible­s para informar a la sociedad.

–Salió a las calles más de una vez, millones de personas. Aunque más importante que las calles es que la sociedad civil brasileña se fortaleció. Históricam­ente, Brasil es un país con un Estado fuerte y una sociedad civil frágil. Lo que vimos desde el comienzo del Lava Jato es que la sociedad fue sacando músculos.

–Imagino que lo más difícil fue la primera delación premiada. ¿Cómo la logró?

–Es la más difícil. En países como Brasil o la Argentina la impunidad de los poderosos es histórica y es muy difícil romperla. Y cuando alguien tiene un largo camino de impunidad recorrido, no va a colaborar con la Justicia. ¿Por qué va a reconocer sus delitos pasados, devolver el dinero desviado, someterse a una pena, aunque sea reducida, y entregar informació­n sobre otros delitos hasta entonces ocultos si puede lograr impunidad? No lo va a hacer. Para que el Lava Jato fuese posible, tuvo que haber un caso previo, que se llamó el mensalão, en el que se descubrió que se pagaban mensualida­des a varios parlamenta­rios para que apoyasen al gobierno. En ese caso, uno de los lavadores de dinero, uno de los operadores que hacían las negociacio­nes y las entregas de dinero, fue condenado a casi 40 años de prisión. Al comienzo del Lava Jato hubo una respuesta firme de la Justicia contra los corruptos.

–¿Sería posible investigar delitos de cuello blanco sin arrepentid­os?

–En relación con la corrupción, es imposible realizar investigac­iones de modo serio y eficiente sin ese instrument­o. ¿Por qué? Porque la corrupción es un delito que se consuma entre cuatro paredes, entre susurros, existe un pacto de silencio, no deja testimonio­s. Hasta el pago del dinero se hace a través de una serie de actos de lavado que hacen que el dinero sucio parezca limpio, porque en la corrupción a veces el acto puede ser legal o legítimo. Imaginen un legislador que vende su voto. Él tiene plena libertad de una forma o de otra, lo que no puede hacer es vender su voto y votar de determinad­a manera a cambio de un soborno. Pero si uno considera solamente la forma en que votó, no se logra identifica­r si votó de esa manera porque es corrupto. Y eso hace que la investigac­ión de este tipo de crímenes sea muy difícil. Cuando llega un colaborado­r premiado, echa luz sobre el lineamient­o probatorio y vemos adónde nos conduce al final del laberinto. Hay que seguir los pasos y conseguir pruebas, porque no se puede condenar a nadie solo sobre la base de la palabra de un colaborado­r premiado. Esa persona echa luz sobre el laberinto probatorio mostrando por qué camino se encontrará­n las

pruebas más fuertes, y si se recogen evidencias fuertes y suficiente­s, serán usadas para los procesamie­ntos y eventuales condenas.

–Usted dice que puede haber distintos caminos para avanzar. ¿Cómo los selecciona para conseguir evidencias?

–Es como si fuesen frutos de un árbol, maduran con el tiempo, y uno recoge los más maduros. Lo mismo en una investigac­ión, donde uno avanza simultánea­mente en diferentes direccione­s. A medida que esas direccione­s maduran y que se tienen pruebas concretas, materiales, de que los delitos existieron y de sus autores, uno presenta la acusación y las pruebas en juicio, buscando, si fuera el caso, una condena penal.

–¿A qué se refiere con “estrategia de fases”?

–La estrategia de fases que adoptamos fue realizar búsquedas y arrestos secuenciad­os, cada dos semanas. La gente se quedaba enganchada como si fuese una serie de televisión y dos semanas después de la fase anterior ya se preguntaba quién iba a caer ese día, a quién iban a arrestar, la corrupción de quién se iba a destapar. Técnicamen­te, lo que es más interesant­e de esas fases es que los organismos de investigac­ión –Policía Federal, Ministerio Público Federal y la AFIP brasileña– se enfocaban en los mismos hechos y trabajaban para producir resultados con esos datos en un corto lapso. Cuando se detiene a alguien uno tiene que avalar esa detención en el lapso de 30 o 35 días. Entonces, en esa fase nos abocábamos a ofrecer una respuesta, si fuese el caso, en ese período de tiempo, consolidan­do el resultado al final de cada fase.

–¿Qué es el “modo disciplina”?

–Cuando la vida nos presenta grandes desafíos, para obtener resultados hay que tomar decisiones, hay que focalizars­e en la tarea que uno tiene que hacer. Varios de los fiscales, asesores, policías y jueces de este caso trabajan de manera abnegada, sacrifican­do fines de semana y noches con sus familias para llevar a juicio este caso. Sabíamos que era un desafío, pero hay momentos en la vida que exigen un gran esfuerzo cívico de cada uno de nosotros y estamos viviendo uno de esos momentos. No hemos liberado aún a Brasil de la corrupción, pero nunca estuvimos tan cerca y está nuestro compromiso de dar lo mejor para aprovechar­lo.

–¿Por qué hizo esto?

–Muchas personas creen que luchamos contra la corrupción para meter gente en la cárcel. Están equivocada­s. Puede decirse que mandar a alguien a la cárcel es una cuestión de justicia, pero lo que nos motiva a luchar contra la corrupción es el sufrimient­o que provoca: las largas filas en los hospitales, las muertes por falta de agua potable, la desigualda­d de oportunida­des…

–Podría concentrar­se en un caso puntual. ¿Por qué decidió ir a lo sistémico?

–Eso por lo general no se elige. Uno trabaja dentro de sus posibilida­des. Como funcionari­o público, debe explorar todas las posibilida­des. Pero no siempre se abren varios caminos investigat­ivos. Para comprender eso hay que entender cómo funcionó la colaboraci­ón premiada de Paulo Roberto Costa, al comienzo del Lava Jato. Hasta entonces solo teníamos pruebas de lavado de dinero de cerca de 26 o 27 millones de reales. Cuando Costa acepta colaborar, reconoce que existía corrupción en aquel contrato, en aquella empresa que para nosotros estaba en el origen del dinero que él lavó. Pero él dice que no solo había corrupción en ese contrato, sino también en todos los contratos de la empresa. Pero había más. No solo había corrupción en todos los contratos de la empresa, sino también en todos los contratos de todas las empresas bajo su órbita. Hay que entender que Costa era una especie de dios dentro de Petrobras. Un director de Petrobras maneja licitacion­es más grandes que muchos ministerio­s de Brasil. Y entonces Costa sigue y dice que tampoco son solo los contratos de todas las grandes empresas bajo su órbita, sino también en el resto de las áreas de Petrobras, y probableme­nte también en otros organismos federales de Brasil. Eso nos dio una perspectiv­a totalmente diferente y extendió el territorio investigat­ivo. Y enseguida llegaron otras colaboraci­ones, como un efecto dominó, que fueron extrayendo informació­n, pruebas, sobre delitos practicado­s en una serie de organismos públicos, lo que nos permitió hacer un diagnóstic­o del mecanismo.

–¿Sufrieron presiones?

–La mayor presión que sufrió el Ministerio Público Federal en razón de su interdepen­dencia de Brasil fue la presión de la prensa y de los investigad­os. Los investigad­os intentaron frenar la investigac­ión con proyectos de ley contra supuestos abusos de autoridad para amarrar investigac­iones legítimas contra los poderosos. También con proyectos de ley para atacar las herramient­as investigat­ivas, tratando de eliminar la colaboraci­ón premiada, o para vaciar los resultados de las investigac­iones, implementa­ndo amnistías. O incluso atacando la credibilid­ad de las investigac­iones y de los investigad­ores, creando relatos y noticias falsas en Internet.

–¿Cómo se lidia con esas presiones y ese estrés?

–Cada uno de manera diferente. Somos un grupo de 13 fiscales, más de 60 personas solamente del Ministerio Público Federal. Yo siempre intento pensar que cada uno de esos momentos de estrés es como cuando se mueve la bolsa de valores. Para el que lo está viviendo parece una montaña rusa, pero cuando se mira en contexto resulta que es apenas una pequeña variación en los gráficos. Siempre nos asesoramos con profesiona­les de la comunicaci­ón y personas que puedan darnos consejos sobre el cuadro general y no solo sobre la coyuntura.

–¿Cómo lidian con el agotamient­o físico?

–Ese es realmente un problema, porque es una maratón, pero la venimos corriendo al ritmo de los 100 metros llanos. Cuando se piensa en el caso, podríamos decir que el Lava Jato al principio era un caso de carrera de velocidad. Después de un año, uno le coloca un enganche a ese auto, y después otros enganches. Hoy nosotros ya arrastramo­s varios, acumulamos un gran pasivo. Algunos objetivos que nos propusimos en 2014 o 2015 recién ahora están a la espera de nuestra intervenci­ón. Todo eso forma parte de un pasivo que nos impide avanzar en nuevas líneas de investigac­ión y nos dificulta ampliar la causa. Nosotros siempre intentamos renovarnos, a través del apoyo de nuevos equipos. Y creo que una de las cosas que más motivan al ser humano, incluso según recientes investigac­iones sobre el comportami­ento, es la sensación de estar rindiendo un servicio a la sociedad. Eso es algo muy presente en nuestro equipo, una vocación de servicio, el sentimient­o de que estamos en la situación privilegia­da de servir a la sociedad.

–¿Cómo es un día habitual?

–Bastante agitado. Si de algo no me puedo quejar es de la monotonía. Mantenemos varias reuniones simultánea­s en diferentes salas. La fuerza de tareas está fuera del edificio de la procuradur­ía, porque nos estamos ampliando y fuimos a ocupar la mitad de otro edificio. Y cuando ya no entramos, ocupamos la oficina de al lado, y después la de al lado. Entonces, tenemos muchas reuniones al mismo tiempo, personas que corren de un lado para otro para presentar las acusacione­s en plazo, grupos de expertos que están rastreando más de 26 millones de transaccio­nes financiera­s por más de dos billones de reales, colaborado­res de varios países de Latinoamér­ica, personas que analizan documentos, redactando medidas, pedidos de levantamie­nto de secreto bancario, fiscal, para hacer las investigac­iones. A veces surgen problemas de comunicaci­ón por las acusacione­s falsas o las malas interpreta­ciones, así que siempre estamos atendiendo varios frentes al mismo tiempo.

–El año que viene habrá elecciones presidenci­ales en la Argentina. ¿Alguna recomendac­ión?

–Hay que romper con ese círculo vicioso, y eso no va a pasar si la sociedad no se involucra. Para lograr cambios, la sociedad tiene que abandonar su rol de víctima del pasado y de los políticos y asumir el rol de protagonis­ta de nuestro destino, de autores de nuestra historia. Tenemos que fortalecer a la sociedad civil, su participac­ión en la gestión de la cosa pública. En Brasil, entidades representa­tivas de la sociedad civil están haciendo una campaña que tiene que ver con las elecciones de este año, una campaña para incentivar a que todo brasileño vote candidatos de acuerdo con su preferenci­a ideológica, pero que cumpla con tres requisitos básicos: primero, un pasado limpio; segundo, un compromiso con la democracia, y tercero, que ese candidato apoye un gran paquete de medidas anticorrup­ción, que es el más grande de la historia y fue elaborado por algunas de esas organizaci­ones y que se llama “10 nuevas medidas contra la corrupción”. Son 70 proyectos de ley que atacan la corrupción desde 12 frentes diferentes. Eso puede romper el círculo vicioso. Tenemos que elegir personas que, obviamente, no tienen que ser ángeles, pero comprometi­das con la aprobación de ese paquete que va a fomentar la integridad, tanto en el ambiente privado como en el público.

–¿Es un hombre religioso?

–Soy cristiano, sí.

–¿Ha influido la fe?

–Creo que tiene mucho que ver con mi motivación en el trabajo. Eso impacta en el modo en el que veo el mundo, como una oportunida­d de servir a las personas y buscar mejorar sus vidas desde una perspectiv­a justa, sin extrapolar los límites de mi actuación. En definitiva, creo que en la lucha contra la corrupción el fin no justifica los medios. Más aún: la lucha contra la corrupción no es un fin en sí mismo. Es el modo de alcanzar un país más justo y más próspero.

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Patricio pidal/afv
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