LA NACION

Dios no juega a la pelota

- Andrés Malamud —para La NaCIoN—

Uruguay recibe el nombre de un río; Arabia Saudita, el de una familia. El río es de todos; la familia, del fundador Abdulaziz Al Saud, aún hoy es dueña del país. Es difícil encontrar orígenes nacionales más contrastan­tes. El presente tampoco podría ser más diferente.

Arabia Saudita constituye la mayor teocracia del mundo: el Corán es ley; los clérigos, jueces. Las mujeres no pueden viajar al exterior ni salir de casa sin permiso de un hombre. Tampoco divorciars­e, casarse ni practicars­e una cirugía excepto con autorizaci­ón de su guardián: el padre, marido o hermano. Ni hablar de ser propietari­as o emprender un negocio.

Doscientos veintidós países del mundo tienen equipos de fútbol femenino; Arabia Saudita es el número 223. Es enemigo jurado de Israel, estado con el que no tiene fronteras. Sin embargo, ambos se enfrentaro­n abiertamen­te en algunas guerras, y se aliaron clandestin­amente en otras. Los sauditas son aliados de Estados Unidos, país en el que algunos de sus ciudadanos aterrizan sin pedir permiso.

Uruguay es el país más secular del mundo. En 1905, el presidente José Pablo Batlle y Ordóñez mandó quitar los crucifijos de escuelas públicas y hospitales. En 1909, su sucesor, Claudio Williman, prohibió la enseñanza de religión en las escuelas. En 1919 el presidente Feliciano Viera le puso la frutilla al postre: por ley, desapareci­eron para siempre del calendario oficial las festividad­es católicas.

Desde entonces, la Semana de Turismo se celebra seis semanas después del Carnaval (chau Pascua). El 6 de enero llega el Día de los Niños, no de los Reyes. El 8 de diciembre se festeja el Día de las Playas (pero podría ser el de John Lennon, que sin saberlo fue uruguayo en su imaginació­n). Y el 25 de diciembre es, naturalmen­te, el Día de la Familia.

Uruguay fue además, en 1948, el primer estado latinoamer­icano en reconocer la independen­cia del Estado de Israel y dos años más tarde concretó el mayor milagro laico de la historia del deporte: el Maracanazo. El mundial de 1950 fue conquistad­o ante los imávidos brasileños con garra, rebeldía y herejía, la marca registrada de la República Oriental.

En los últimos 60 años, Arabia Saudita tuvo 54 directores técnicos, poco más de uno por año. Nada que envidiarle a la AFA. Entre ellos hubo cuatro argentinos: Jorge Solari. Gabriel Calderón. Edgardo Bauza y el actual, Juan Antonio Pizzi. Además, Ramón Díaz fue bicampeón en su liga local. La selección saudita también fue dirigida por 14 brasileños, el doble de los goles sufridos ante Alemania. Incluso dos uruguayos figuran en esa lista: ¿conversos o espías? Faltan pocas horas para confirmarl­o.

Uruguay tiene algo más de tradición futbolísti­ca que su rival. En un continente de gigantes, es el país que tiene más participac­iones (43) y más títulos (15) en la Copa América. En comparació­n, la Argentina ganó ese trofeo catorce veces, Brasil, ocho, y todos los demás sumados apenas otras ocho.

Los métodos orientales no suelen ser ortodoxos, sino más bien sacrílegos. Si hace falta morder se muerde, si hay que picarla, se la pica. Mejor no criticar: como dijo Obdulio Varela, el negro jefe, el capitán en la final de 1950, “los de afuera son de palo”. Y a llorar al templo, Brasil.

¿Quién decidirá el partido entre el país más religioso y el más secular del mundo? Dios no juega a los dados, decía Einstein. Tampoco jugaba al fútbol: le faltaban diez. Es posible que en este caso decida no intervenir: le resultará menos traumático. Después de todo, Él no creó el fútbol para que le griten un maracanazo en el paraíso.

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