Encerrados, de Benjamín Ávila y Marcelo Müller, provoca que la tensión respire en el interior de un espacio sofocante
encerrados ★★★★ muy buena. (argentina, 2015). Serie dramática con elencos rotativos creada por Benjamín Ávila y Marcelo Müller. fotografía: Iván Gierasinchuk. Edición: Rolando Rauwolf. música: Pedro Onetto. Dirección de arte: Yamila Fontán. producción: Benjamín Ávila, Maximiliano Dubois, Lorena Muñoz, Eva Lauría, Sebastián Carballido. guión: Benjamín Avila y Martín Guido. dirección: Benjamín Avila. Disponible en Netflix.
Solo el desinterés de los canales abiertos o la falta de una mínima coordinación entre sus programadores y los organismos oficiales que alentaron una profusa producción de ficciones independientes durante el último tramo del kirchnerismo explicarían que una serie de las características de Encerrados permanezca inédita durante tres años. Ahora se estrena en Netflix, un espacio inexistente al momento en que se concibieron y produjeron los trece capítulos de la serie, y que ahora aparece como el ámbito más adecuado para su descubrimiento.
Encerrados se mueve en un terreno poco frecuentado por la ficción local. Es ante todo un ejemplo perfecto de lo que definimos por unitario, término usado todo el tiempo de manera errónea por quienes hacen (sobre todo) y quienes consumen ficciones televisivas. Cada episodio tiene una temática completamente diferente a los demás, pero todos ellos responden a un común denominador y parten de la misma idea fuerza: una situación en la que sus personajes quedan sometidos a algún tipo de encierro. Que es a primera vista físico, según toda evidencia a simple vista. Pero también puede funcionar en clave mental, psicológica, simbólica.
Algunos de esos encierros obligan a hombres y mujeres a enfrentar instancias que transcurren en tiempo real, un escenario que no veíamos expuesto de manera tan sistemática y consciente en las ficciones televisivas locales desde la ya lejana (y todavía muy valiosa) experiencia de Tiempo final. La evolución narrativa y estética de los últimos años abrió más de una puerta no explorada hasta ahora.
El director de Infancia clandestina y responsable múltiple de este proyecto (creador, guionista, productor, realizador) tiene muy en claro que es posible llevar adelante aquella premisa juguetonamente planteada en su momento por Alfred Hitchcock, quien llegó a insinuar que podía filmar una película entera dentro de una cabina telefónica. Ávila nos dice que el encierro, ante todo, puede ser el lugar más propicio para contar una historia de suspenso.
Pero lo mejor es que conoce bien el atributo esencial para lograr ese efecto en el espectador: toda situación en la que uno o varios personajes padecen una situación de encierro necesita dos cosas que parecen a priori contradictorias: a) un espacio estrecho que deje constancia de ese cuadro y b) mecanismos que aseguren la continuidad de la respiración dentro de ese espacio. La destreza para moverse en tan estrechos márgenes es la puerta de entrada al suspenso bien logrado. Y Ávila por lo general consigue ese efecto a través de una puesta en escena inteligente.
Hay un ascensor detenido con dos personas desconocidas en su interior, el cubículo de un empleado de call center a merced de un cliente enojado que lo apunta con un arma desde un lugar imperceptible, la eterna rutina de una pareja madura que posterga cada día sus mínimos sueños, la imposibilidad de escapatoria que enfrenta la víctima de una organización de trata de personas. Son situaciones tentadoras para regodearse en la rigidez y la teatralidad. Ávila, en cambio, consigue salir de ellas a puro movimiento, incluso recurriendo al artificio de un escenario parecido al que usó Lars Von Trier en Dogville. Nos muestra que la salida está cerca, pero por algún motivo alguien no puede o no quiere atravesarla.
Solamente contrasta con el virtuoso conjunto la redundante voz en off con la que Cristina Banegas abre y cierra cada historia. No hay necesidad de enfatizar lo que la imagen muestra de manera contundente. Pero Banegas elige un modo de narrar inquietante y malicioso que lleva a Encerrados hacia un género que Ávila podría explotar todavía mejor: el de las historias de terror.