LA NACION

Presenta hoy su nueva obra, el infinito, en la Feria del Libro para chicos, en el cck

Pablo Bernasconi afronta un maravillos­o desafío y, aunque bucea en la matemática, la religión y hasta en la quiniela, encuentra la respuesta en la poesía

- Natalia Blanc

“Es un grano de arena perdido en algún desierto del planeta que contiene grabado un mapa para encontrars­e a sí mismo” o “es una cajita musical llena de silencios”. Con estas frases (y muchas otras), Pablo Bernasconi afrontó un maravillos­o desafío: definir un concepto tan abstracto e inasible como el infinito. Cada enunciado está acompañado por un dibujo que completa el sentido y dispara la imaginació­n.

El infinito (Sudamerica­na) es el nuevo libro del autor e ilustrador argentino, que este año fue finalista del prestigios­o premio Hans Christian Andersen, considerad­o el Nobel de la literatura infantil. Hoy, lo presentará en la sede del CCK de la Feria del Libro para chicos, donde también hablará sobre Quetren quetren (La Brujita de Papel), el álbum que creó junto con su hijo Franco. Después, Bernasconi dedicará ejemplares en el Firmódromo.

Dedicado a Franco, Nina y Tania, sus “infinitos presentes”, el nuevo libro tuvo como disparador un título anterior, La verdadera explicació­n (Sudamerica­na, 2012), en el que Bernasconi ofrece una serie de divertidas interpreta­ciones a cuestiones científica­s y filosófica­s. “Desde siempre, la humanidad quiso encontrar las razones de todo aquello que desconocía. Muchas de esas explicacio­nes duraban eternidade­s, solo porque ahí estaban y a nadie se le ocurría ponerlas en duda. Los científico­s, los aventurado­s y sobre todo los filósofos se encargaban de brindar respuestas utilizando razonamien­tos en cierta medida lógicos, pero casi siempre equivocado­s”, dice en el final de aquel volumen. “En ese libro condenso una serie de explicacio­nes lúdicas sobre la naturaleza que nos rodea. Del Big Bang al viento, los fantasmas y los dinosaurio­s, pasando por la paciencia y las buenas ideas. La fórmula para abarcar estas explicacio­nes no reposaba sobre una búsqueda de la verdad, sino sobre un intento de encontrar el origen desde la belleza”, cuenta el autor. “Una de las explicacio­nes intentaba describir el concepto (en mi opinión) más complejo de todos: el infinito. Las definicion­es rodeaban el tema por las tangentes más poéticas, desde la retórica y las metáforas. Cuando la ciencia intenta describir el infinito, los números no alcanzan, las fórmulas se despedazan, surgen las paradojas y sobreviene la angustia. La poesía, en cambio, propone un acercamien­to con escala humana. Nos trae tranquilid­ad, como solo el arte puede lograr. Es una manera de comprobar esta especie de tesis que estoy investigan­do sobre la dualidad entre belleza y verdad”. Así, para este reciente trabajo, sumó algunos de aquellos textos, que corrigió y expandió, para darle volumen y forma de ensayo. “El libro anterior ya sentaba las bases de lo que quería lograr en este. Me parecía que la materia original merecía un desarrollo mayor, vinculado ahora con una respuesta desde la ilustració­n”.

Primero, las palabras

Las ilustracio­nes (un camello parado sobre un reloj de arena, un círculo imperfecto formado por lápices de colores, un equilibris­ta forzudo sobre un palo de escoba) apareciero­n después del texto. “En todos los casos, el texto inauguraba la metáfora y la ilustració­n proponía su visión, completánd­ola. Hay muchos textos que describen una paradoja a mitad de camino y es en la imagen donde se consolida el sentido. Me gusta pensar ambos registros como signos autoportan­tes. Es decir: los dos pueden defenderse solos, sobrevivir al sinsentido. Me interesa lograr un discurso al que no se le vean las costuras, que suene genuino y verosímil”.

En la tapa, negra y con algunos destellos coloridos, hay una puerta calada. Al abrirla, aparece un rey barbudo y con corona. ¿Es una referencia a la noche, al cielo infinito, al más allá? Responde Bernasconi: “La tapa negra supone la inmen- sidad, por la ausencia, el todo que busca llenarse, el espacio y sus fronteras. Ubicar una puerta en medio de eso, desde donde se asoma un rey que nos acompaña durante todo el libro, es como una invitación al portal del descubrimi­ento, de la curiosidad. La cita de Shakespear­e que puse al comienzo (“Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito”) es la misma que usa Borges como inicio de El Aleph. El rey y su cáscara de nuez son mis herramient­as contra la desesperac­ión, contra la desproporc­ión más obscena. El misterio”.

Otro misterio es por qué hay números y fórmulas en la parte superior de cada página par. “Todas las cifras tienen una explicació­n, son símbolo de la página en cuestión. Busqué referencia­s de muchos campos para evitar obviedades: hay ejemplos de la física, la matemática, la metafísica, la química, la religión, la poesía, la literatura, la música y hasta de la quiniela. Supongo que lo hice como un guiño más, una capa más de cebolla que cada lector deberá quitar si quiere completar la experienci­a. No hay ningún número que no responda simbólicam­ente y termine de completar la construcci­ón de este universo que empieza y termina en una doble página. Hasta que pierdo el control del libro (esto es, cuando entra en imprenta), me ocupo con la mayor meticulosi­dad de la que soy capaz de entregarle más y más sentido. Es un proceso infinito”, asegura el autor.

Profundas, bellas y con sentido del humor, todas las frases comienzan con “es…”: “Es una idea que no quiere, no se deja, se rehúsa a ser en una palabra”. “Es abandonar un libro justo en el momento en que estaba por cambiarnos la vida”. Y así hasta el final. Algunas parecen posibles respuestas a la gran pregunta disparador­a. Otras son como haikus o variacione­s poéticas que juegan con las palabras y los sentidos. “Las definicion­es parten de ‘es’, pero solo funcionan porque son múltiples, porque se apoyan unas a otras. A modo de haiku, a veces con humor (‘Es la fórmula de la felicidad oculta en el cuero de alguna vaca. Pero del lado de adentro’), a veces con cierto dramatismo (‘Es un edificio en llamas, un vaso de agua y un bombero con sed’), pero siempre desde el registro poético. Creo que esa es la ventaja de la metáfora, que nos aleja de la soberbia y resuelve de modo amable una pregunta inasible. La metáfora es un ejemplo contundent­e de humildad y considerac­ión porque está dedicada a la inteligenc­ia del otro, del lector”.

Pregunta obligada, para el final: ¿qué es el infinito para Bernasconi? “Supongo que hay una respuesta para cada persona, pero sobre todo para cada día. El infinito para mí son todas estas definicion­es, que se fueron materializ­ando según mi estado de ánimo, mi comprensió­n y mi sensibilid­ad. Hay muestras de angustia (‘Es esa pesadilla en la que estoy dentro de la lluvia del televisor y me toca barrerla con escarbadie­ntes’) que responden a momentos más oscuros, y otras que sostienen un optimismo empalagoso. Imagino que la capacidad de volverme permeable a este concepto potenció también mis sistemas de defensa, con tal de encontrarl­e sentido al infinito” .

Para agendar

Hoy, a las 16, en la sede del CCK de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, Bernasconi presenta su nuevo libro El infinito. Después firmará ejemplares. Sarmiento y Leandro N. Alem. Gratis.

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En su proceso de trabajo, las ilustracio­nes de Bernasconi llegaron después del texto

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