LA NACION

Energía. El pueblo de 128 habitantes que se reactiva gracias a sus estudiante­s

En este rincón olvidado del partido de Necochea, este año se inauguró una plaza y recolocaro­n los carteles nomenclado­res; fue clave la participac­ión de los alumnos de la escuela rural

- Leandro Vesco

ENERGÍA, Buenos Aires.– Un grupo de alumnos de la escuela rural de este rincón del partido de Necochea, en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, decidió transforma­r el destino de la localidad. El pueblo, a la vera de la ruta nacional 228, está desdibujad­o por el olvido que concierne a estos territorio­s que sufrieron el éxodo de sus pobladores. Pero, pese a todo, tiene una dinámica propia y se resiste a irse del mapa.

Situado a 562 kilómetros de la Capital, Energía tiene 128 habitantes, aunque si uno entra en la escuela, parece que aquí vivieran 1000: los jóvenes van y vienen, debaten, hablan, se interpelan. Como el pueblo no tenía una plaza, hicieron una y hoy un mástil construido allí tiene la bandera flameando. Para reforzar la identidad del pueblo recuperaro­n los antiguos carteles ferroviari­os; uno de ellos ya se puede ver en la ruta, iluminado en la noche gracias a un panel solar.

“Es algo tan simple como un cartel, pero la gente ahora pasa y sabe que estamos”, reflexiona Ángel Vallejos, vicedirect­or de la escuela primaria y secundaria N° 5 Anexo de Energía. Lejos de pensar en irse, los jóvenes están pensando en cómo hacer para quedarse. “Nos conocemos desde jardín, este es nuestro lugar en el mundo”, afirma Marcia Salgado, alumna de 6° año.

En la década del 40, el pueblo llegó a tener 500 habitantes. Por entonces, el tren permitía la comunicaci­ón y el traslado de lo producido. Había un hotel, una carnicería, un gran almacén de ramos generales y una estación de servicio. De todo eso ya no queda nada. Pero están la escuela y sus 40 alumnos, ejes de la recuperaci­ón.

Compromiso comunitari­o

La movida empezó en marzo de este año cuando Vallejos tomó el cargo. Líder rural innato, entendió que lo primero que había que hacer era escuchar a los alumnos. “Sabemos muy bien que ellos son los verdaderos protagonis­tas”, repite. El primer paso fue hacer una plaza en un terreno baldío. Un lugar de encuentro que el pueblo no tenía. Como toda plaza, necesitaba un mástil. Y el pasado 25 de mayo se izó por primera vez la bandera argentina en la plaza de Energía.

Por votación decidieron nombrarla Corazones de Energía. Los estudiante­s fabricaron los asientos con material reciclado. “Si lo comunitari­o lo trabajamos bien, la comunidad va a estar comprometi­da. Y lo que nos pongamos como meta lo vamos a lograr. Pero solos no podíamos avanzar en este proyecto de recuperar la identidad, y trabajamos en red, para crear lazos”, comenta Vallejos.

Padres, pueblos vecinos, estancias de la zona y la municipali­dad intervinie­ron en este camino iniciado por los jóvenes. “Nosotros no queremos irnos de acá”, se esperanza Marcia, que sueña con ser chef y tener un emprendimi­ento en su pueblo. Energía atrajo energía, y así se acercó Gisela Barbieri, quien concibió ad honorem un plan de desarrollo local para lograr encaminar todos los proyectos de los alumnos.

Se establecie­ron como metas recuperar el patrimonio cultural de Energía, capacitar a los emprendedo­res del pueblo y crear planes de negocios para potenciar los proyectos. La familia de Marcia, por ejemplo, tiene un puesto de comida en la ruta.

Hay dos grandes estancias cerca del pueblo, La Irene y La Otomana. La primera está abierta al turismo rural, a cargo de Miriam Pedersen. Su familia, de origen danés, llegó a la zona buscando un territorio llano que se pareciera a Dinamarca. Ella, que hizo la primaria en la escuela de Energía, recuerda los grandes bailes en el galpón ferroviari­o y cantar todos los días el Himno. “Hay algo acá que te atrae, irme de esta tierra me dolería”, confiesa.

La Otomana, en tanto, de la familia Isla Casares, fue una estancia que llegó a acuñar su propia moneda. Las tierras donde se asienta el pueblo son de su propiedad. Ambas estancias acompañan este sueño colectivo de renacimien­to que sobrevuela el pueblo, que tuvo un momento fundaciona­l: la recuperaci­ón de los carteles de la estación ferroviari­a. “Era un pueblo sin nombre”, recuerda Vallejos.

Misterio

Antes de que los carteles se deteriorar­an, La Otomana los había guardado en un galpón. Era un mito rural que los ubicaba en los más variopinto­s lugares, pero Susana Faidella, la directora de la escuela, dio el dato. Vallejos fue a buscar matrícula en la estancia, con la misión de dar el primer paso para regresar los carteles al pueblo. En las escuelas rurales, los maestros recorren grandes distancias, generalmen­te por caminos en mal estado, para buscar alumnos.

Francisco Isla Casares lo recibió y lo que parecía difícil se hizo simple: no tuvo ningún inconvenie­nte y liberó esos carteles del ostracismo. Vecinos del pueblo Santamarin­a, los propios de Energía y alumnos y docentes de la escuela movieron cielo y tierra para trasladar esas moles de cemento. La municipali­dad dio un camión. Una mañana lograron moverlos y emprendier­on el camino de regreso a su pueblo. Fue un momento inolvidabl­e.

“¡Están llegando los carteles!”, la voz se desparramó por todos lados. Energía volvió a tener su nombre sobre la ruta. Uno regresó a la estación ferroviari­a y otro está en la curva por donde se accede al pueblo: es el que se enciende gracias al panel solar. Y como no podía ser de otra manera, los alumnos estuvieron detrás de todo. Ahí empezó a cambiar algo, y no fue poco: los automovili­stas que pasan ahora saben que ese caserío que se ve es Energía.

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Mara sosti Los chicos posan junto al recuperado cartel ferroviari­o, parte de la identidad del paraje bonaerense
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