LA NACION

Verdades a medias

- Nora Bär

Que un debate parlamenta­rio acapare la atención de la mayoría, como está ocurriendo en estas semanas, que podamos saber qué es lo que se discute con el detalle que hoy permiten las coberturas periodísti­cas y las transmisio­nes en directo desde el Congreso, y además participar instantáne­amente y sin intermedia­rios a través de las redes sociales, es formidable.

Pero qué penoso es advertir el deplorable nivel de argumentac­ión de muchas intervenci­ones. Descorazon­a advertir el desconocim­iento, las falacias (falsas dicotomías y argumentos ad hominem) con las que se intenta defender una posición y atacar la contraria, la apelación a las emociones y anécdotas personales mientras se desconoce la evidencia reunida sobre un tema que afecta a millones de personas; en suma, la falta de razonamien­to crítico justo en el lugar donde es más necesario.

En varios momentos, el desprecio por consensos científico­s que surgen de estudios hechos a conciencia hace recordar la anécdota que alguna vez contó un destacado investigad­or en seguridad informátic­a. Después de presentar las conclusion­es de un estudio sobre temas de su especialid­ad que no avalaba una iniciativa en marcha, la respuesta de un legislador fue: “Está bien, pero no importa. Yo creo que…”.

Es notorio que hay un problema en cómo se analiza y se discute la ciencia en los foros públicos, incluso en lugares donde se toman decisiones que pueden cambiarnos la vida. Se privilegia la exaltación irreflexiv­a, se desvirtúan los hechos, se destacan afirmacion­es convincent­es, pero que distorsion­an la realidad, se publicitan resultados preliminar­es como curas milagrosas y promueven conceptos extraños, como tratamient­os frutales para males neurológic­os o aberracion­es por el estilo.

Y si todo esto ya era lamentable en otros tiempos, la enorme cantidad, inmediatez y masividad de la informació­n que llega actualment­e a nuestros ubicuos dispositiv­os digitales lo vuelve peligroso. A caballo de verdades a medias viajan aseveracio­nes insostenib­les, reclamos dudosos y estadístic­as sesgadas que distan de ser inocuas. En este siglo de “noticias falsas”, lo peor es que hasta los cánticos de “encantador­es de serpientes” se revisten de apariencia científica para hacerse más creíbles y así desprestig­ian el método de pensamient­o que puede echar luz en las tinieblas.

Con la avalancha de conocimien­to que se produce cada minuto (se calcula que existen más de 24.000 revistas académicas y se publican 1.300.000 artículos por año), tal vez no haya nada tan urgente como que cada uno de nosotros esté bien preparado para distinguir el oro del barro entre la maraña de datos e informacio­nes que nos envuelve.

En su último libro, I think you’ll find it’s a bit more complicate­d than that (Creo que vas a descubrir que es un poquito más complicado que eso, Harper Collins, 2014), el médico, escritor y columnista británico Ben Goldacre pone en evidencia estas distorsion­es y, de hecho, dedica un capítulo a “¿Por qué la evidencia es tan difícil para los políticos?”.

Mucho antes, en 1995, ya Carl Sagan nos había legado, en El mundo y sus demonios, un kit de herramient­as que sirven como brújula en la jungla informativ­a. Entre sus consejos figura, por ejemplo, buscar confirmaci­ón independie­nte de los hechos siempre que sea posible, no confiar en los argumentos de autoridad ni en las estadístic­as de números pequeños, fomentar el debate sustantivo acerca de la evidencia, analizar más de una hipótesis a la luz de hechos bien probados, pedir una demostraci­ón confiable de cada afirmación y, si no es convincent­e, buscar otra fuente que la confirme.

Esa obra concluye con un párrafo notable: “Todo gobierno degenera si se deja solamente a los gobernante­s –escribe–. El pueblo es el único depositari­o seguro, pero para que exista seguridad debe cultivar el pensamient­o. Si no podemos pensar por nosotros mismos, somos pura masilla en manos de los que ejercen el poder”. Carl Sagan, un grande.

A caballo de verdades a medias viajan aseveracio­nes insostenib­les, reclamos dudosos y estadístic­as sesgadas

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