LA NACION

La búsqueda de la verdad, en un viaje entre el pasado y el presente

- Jazmín Carbonell

★★★ buena. autor: Gabriel Calderón. dirección: Mateo Chiarino. intérprete­s: Mariano Cáceres, Victoria Carreras, Cecilia Cósero, Antonia De Michelis, Manu Fernández, Matías Garnica, Mucio Manchini. escenograf­ía: Magalí Acha. vestuario: Antonia De Michelis. iluminació­n: Ricardo Sica. asistencia de dirección: Laura Tur. sala: La Carpinterí­a, Jean Jaures 858. funciones: sábados, a las 22.30. duración: 85 minutos.

Ano confundirs­e con ese primer sillón que se ve ni bien las luces escénicas lo permiten. Esta obra no se trata de un enredo familiar. O sí pero no el clásico. Hay elementos fantástico­s, viajes en el tiempo, enredos de todo tipo pero sobre todo una búsqueda por la verdad, esa que se anida en el pasado pero que se resignific­a cada día. El sillón sin embargo será el objeto que conecta los tiempos. Y ayuda a los espectador­es a ubicarse en el espacio, al menos; el tiempo será más complejo y requerirá paciencia.

Ex, que revienten los actores es una obra del reconocido uruguayo Gabriel Calderón. Y trata básicament­e del amor. O, también, de cómo amar cuando no se hace pie en la propia identidad. Ana y Tadeo forman una joven pareja. Tadeo la ama locamente, es capaz de todo por ella pero Ana arrastra una angustia. Primero tibia pero que con el paso del tiempo se vuelven inhabilita­nte. Ana así no puede hacer nada. Tadeo es científico y logra, movido por ese amor que lo domina, que parte de la familia de Ana que con su muerte se ha llevado verdades, los visiten por unos pocos minutos para que, charla de por medio, Ana complete su identidad.

Por un prologuist­a que marca el paso del tiempo, los personajes se moverán entre el pasado y el presente, allí donde se celebra esta Navidad tan especial que reúne vivos y muertos. Para completar la historia, la pieza de Calderón viaja al pasado para narrar esas pequeñas escenas determinan­tes que todavía pesan en el presente. Con ayuda de cambios lumínicos y de una actuación que se vuelve más serena y pausada en el pasado y más estallada en el presente, el espectador irá armando la trama. Es compleja pero bien interesant­e y las muchas capas que la componen van dejándose descubrir a medida que avanza la acción. En ese sentido, la dirección de Mateo Chiarino –que también dirigió del mismo autor Uz, el pueblo– tiene una tarea muy ardua que implica articular en escena todos los tiempos a la vez que no se pierda el tema principal de la historia: la búsqueda de la propia identidad de Ana, los horrores de la historia que aniquilan parte de ella, el presente que clama por saber más, los hechos del pasado que construyen el presente. Y en ese sentido, tal vez se podrían encontrar más matices.

La obra es ágil y aunque dure 85 minutos se vuelve llamativa y cautivante. La actuación de Victoria Carreras, la madre de Ana, se presta de maravillas a este juego complicado que implicar traer el pasado al presente pero con secuelas. Es que nadie vuelve igual. Ella ha perdido parte del control sobre su cuerpo. Y el papá de Ana, víctima de la dictadura, ha perdido algunas palabras (simbólicas, fundamenta­les). Antonio, el abuelo de Ana, cómplice del horror pierde la memoria. Y así un conjunto de pérdidas que metaforiza­n la negación, el ocultamien­to de la verdad. Volver al pasado es complejo y trae consecuenc­ias, es cierto, pero aquí no conocerlo directamen­te no le permite vivir a Ana. Saber o reventar, esa es la cuestión.

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