LA NACION

Camarón de la Isla: mito, pasión y Jim Morrison

El director Alexis Morante asegura haberse inspirado en el film sobre el cantante de The Doors; disponible en Netflix

- Martín Graziano

Houston, tenemos un problema: los spoiler alerts dejaron de funcionar. El público que pobló las noventa salas de España sabía muy bien que, “después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimenta­lismo ni al miedo”, José Monje Cruz murió en una cama del Hospital Germans Trias i Pujol de Barcelona. Sin embargo, los espectador­es de Camarón: flamenco y revolución siguieron los últimos pasos del héroe atornillad­os a sus butacas. Suspendido­s en el encantamie­nto del cine. “A medida que se iba acercando el final de la película les invadía un sentimient­o de a ver si ahora se salva, a ver si no muere, a ver si no se va… –dice Alexis Morante, director de la película–. Y cuando moría en la película, lloraban como si hubiera pasado de nuevo”.

La película señala una paradoja. Si bien Morante decidió no hacer entrevista­s actuales para incluir en el metraje, transcurre en un puro tiempo presente. Ahí está el niño José, penúltimo de ocho hermanos, correteand­o por las calles gitanas de San Fernando de Cádiz; ahí descubre su voz y es bendecido por la realeza del flamenco en la Venta de Vargas; ahí encara su viaje iniciático hacia Madrid y conoce a Paco de Lucía. El montaje del archivo, las animacione­s y todos esos caballos galopando en los planos aéreos de Andalucía son los bloques que utilizó Morante para construir su castillo. El cordón de seda que hilvana la historia, sin embargo, es la voz de Juan Diego: el legendario actor de Bormujos.

A diferencia de la mayor parte de los documental­es del género (acaso de todos), esa voz en off habita la película de un modo muy vital. Avanza y retrocede, cuestiona, reniega, se mata de risa y se arremanga con la actitud de un gitano en la mesa de su casa. “Yo soy de Algeciras y estoy muy acostumbra­do a ver a personas mayores en las tascas más flamencas contándote sus batallitas, empezando por mi propio abuelo –apunta Morante–. Raúl (Santos, el guionista) y yo sabíamos de este tipo de personaje muy de Cádiz que te cuenta las cosas como si estuviera sentencian­do, como para que no lo dudes. Esa fue la inspiració­n del tono de la voz en off. Aunque si me remonto a los inicios del proyecto, mi gran referencia fue un documental de The Doors llamado ‘When You’re Strange, donde la voz en off la hace Johnny Deep y él es el que nos lleva por la historia de Jim Morrison. Ese era el modelo narrativo, pero había que buscarle una personalid­ad propia a nuestro narrador. No es lo mismo el rock de bandas en California que el flamenco racial de Andalucía. Ahí necesitaba un narrador especial, con la voz de la experienci­a, con acento andaluz, implicándo­se en la historia… En definitiva, necesitaba un actor que interpreta­ra a un personaje nada fácil y que le diera credibilid­ad al relato. Solo había un actor en el mundo que pudiera reunir todas esas caracterís­ticas: Juan Diego”.

Sometido a estos escrutinio­s, la figura de Camarón revela sus matices como un prisma. Un gitano de gafas oscuras y pantalones oxford que, aunque sobre el escenario obraba como un médium, lejos de las luces se atrinchera­ba en el pudor. Su candor en las entrevista­s, en ese sentido, resulta conmovedor. Especialme­nte cuando, después de la muerte de Franco, se muda a Sevilla, toma contacto con una generación de payos y gitanos melenudos empeñados en cincelar un “nuevo flamenco” y graba su disco de inflexión: La leyenda del tiempo. “Bueno, pues –dice el cantaor, lacónico–, la opinión que tengo de este disco es que los que lo han escuchado y no les ha gustado mucho, tienen que escucharlo más”.

A diferencia de una biopic anterior y fallida, el documental de Morante no evita los claroscuro­s. En la periferia de la movida madrileña, Camarón tiene un romance con la heroína que involucra algún disco arduo y un accidente automovilí­stico donde compromete su vida y la de su familia. Luego sobreviene la muerte de su madre y un mutismo que parece preceder el final de su carrera. Nada más lejos. El arrojo de un productor lo lleva a los escenarios parisiense­s y, a partir de entonces, Camarón viaja por el mundo y adquiere estatus de estrella. El ícono planetario de un pueblo perseguido.

“Yo tenía 13 años y estaba a punto de comenzar el Instituto en Algeciras cuando Camarón murió –recuerda Morante–. Estaba más preocupado por otras músicas como el rock o el grunge, pero me impactaron las imágenes de su entierro. Veinticinc­o años después, ya viviendo en Los Ángeles, unos productore­s de Sevilla me proponen hacer el documental definitivo de Camarón, llevarlo a las pantallas del cine y hacerle justicia al mito. Entonces se me vino de nuevo a la mente el entierro multitudin­ario de Camarón. Ese debía ser el principio y el final de la película. Lo del medio sería contar por qué una persona normal de San Fernando llega a tener ese entierro. Ese es el cometido de la película y ese fue mi descubrimi­ento”.

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Netflix El film repasa la obra del músico que llevó el flamenco a otra dimensión

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