El alto costo político de la táctica de pasodoble
Escuche con atención: ese sonido que se oye en la conferencia de prensa conjunta del miércoles pasado entre el presidente norteamericano y el titular de la Comisión Europea, Jean-claude Juncker, es Donald Trump desdiciéndose otra vez.
La rutina es archiconocida y funciona más o menos así: se arranca insultando sin miramientos al otro, a veces con asidero real, pero casi siempre con brutales exageraciones. A continuación, viene la amenaza de consecuencias drásticas. Después llega el encuentro cara a cara con el otro, la marcha atrás y el anuncio triunfal de haber salvado al mundo de una crisis causada en primer lugar por la retórica y las acciones propias. Un pasodoble a la Trump.
pensemos en la actitud del presidente con Corea del Norte. Empezó calificando a Kim Jong-un como un “loco al que no le importa hambrear ni matar a su pueblo” y amenazó con “fuego y furia… como nunca se ha visto en el mundo hasta ahora”. resolvió su crisis autogenerada con concesiones unilaterales hacia Kim, con efusivos elogios del “amor” del pueblo norcoreano por su dictador absoluto y hablando de la confianza que él mismo le tiene. Con la Unión Europea (UE), a la que hace apenas unos días tildó de ser “peor que nuestros enemigos”, se repitió el mismo patrón. Y ahora, tras reunirse con Juncker, Trump nos viene a decir que Estados Unidos y la UE “se aman verdaderamente”. Que nadie se asombre de una voltereta similar con China en los próximos días.
A Trump esa estrategia le sale gratis, porque su palabra no vale nada. Comienza con lo que en su libro El arte de la negociación describió como la “hipérbole verídica” (en contraposición a las numerosas y descaradas falsedades que también dice) y después, cuando alguien lo enfrenta, acomoda su discurso a algo más cercano a la realidad.
No faltan los que afirman que el comportamiento al parecer impredecible y bizarro de Trump en realidad no es más que parte de una estrategia sabia y astuta, una especie de ajedrez en cuatro dimensiones, que se desarrolla en tiempo y espacio. De ser así, acá en la Tierra le están dando una paliza: en todas esas situaciones se fue con las manos vacías. Su abordaje habitual es anunciar vaguedades –como lo hizo con Corea del Norte y con las negociaciones sobre el comercio con la UE– o algo ya vigente –como la promesa de los miembros de la OTAN de invertir en defensa el 2% de su PBI para 2024–, y atribuírselo como una victoria.
pero esas volteretas furibundas tienen un costo. Trump está ganando para Estados Unidos una reputación de país errático, impredecible, poco fiable y básicamente hostil al orden mundial. No hay líder europeo que no lo diga. George Osborne me dijo que cuando él era ministro de Finanzas de Gran Bretaña, uno podía contar con que “Estados Unidos te cuidaba las espaldas”. Hoy ni Gran Bretaña ni ningún otro país puede contar con eso. Como dice Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo: “Con amigos como esos, ¿quién necesita enemigos?… Nos dimos cuenta de que si uno precisa una mano, la tiene que buscar al final de su propio brazo”.
El economista Adam posen señala que los países ahora esquivan a Estados Unidos y están construyendo una “economía mundial posnorteamericana”. Eso se puede ver en la oleada de acuerdos comerciales que no incluyen a Estados Unidos, desde el Transpacífico de Cooperación Económica, que el país no firmó, hasta el acuerdo comercial que la UE acaba de sellar con Japón. Y hay muchos otros en proceso de negociación.
Según posen, el indicador más importante de que el mundo marginó a Estados Unidos es la caída de las inversiones extranjeras. Quizá parte de ello se deba a una tendencia a largo plazo: hay otros países que están creciendo más rápido que Estados Unidos. pero durante décadas, esa tendencia se contrarrestaba con otra realidad: la de que entre las naciones ricas del planeta, Estados Unidos era la única que tenía buenas previsiones de crecimiento asociadas con políticas promercado, estables y predecibles. Los ataques de Trump contra el comercio internacional y contra sus aliados, y la desconfianza que inspira, pintan más bien el retrato de un país bananero gobernado por un caudillo.