Qué esperar del nuevo disco solista del Indio Solari
El ruiseñor, el amor y la muerte oscila entre lo festivo y lo oscuro
Pasó. Con la expectativa que iba a generar. Y que generó. El lanzamiento del quinto disco solista del Indio Solari, El ruiseñor, el amor y la muerte se materializó anteanoche, puntualmente a las 22, en el programa Big Bang de FM La Patriada, en un clima que se sabía amistoso, es decir, no crítico. Y también con una impronta independiente, cooperativa, como volviendo a la vida los orígenes que motivaron la más importante conformación del Indio Solari: Los Redondos.
Se entienden como marco las idas y venidas, la discusión desde el propio seno del grupo, sobre ser o no ser mainstream. Pero también se entiende el gesto de presentar un álbum que vende o venderá bien, en un lugar alternativo.
Aunque ya se habían lanzado oficialmente dos temas (“Stranger Danger” y “El martillo de las brujas”), también hubo circulación de un tercer track, el que da nombre al disco, “El ruiseñor, el amor y la muerte”.
En términos generales, el álbum se escucha de manera empática. No complaciente, pero más familiar (si es que este término define lo empático) para con el público. Antes del programa de Marcelo Figueras, la radio fue anticipando lo que iba a suceder en Big Bang, el programa del conductor y biógrafo de Solari. Así pasó que la voz de Andrés Calamaro (uno de los conductores de la radio) recitó una selección personal de temas de Solari (que luego se escucharon).
Y a las 22, cual Cenicienta adelantada, el mundo se detuvo. Y se detectó lo que va evolucionando (¿será así?) en las aves: de pajaritos (leitmotiv del anterior álbum, Pajaritos bravos muchachitos, de 2013) a ruiseñores que guían al nuevo disco.
El álbum oscila entre lo festivo y lo oscuro, habla y se hace cuerpo en la idea de la muerte; hay rock y hay pop, y la voz del Indio está tan presente como también se oculta. Como cediendo lugar. Es obvio, porque el volumen del cantante está tapado por la instrumentación en la mayoría de los temas. Y también, volviendo al gesto, es entendible por el lugar en que se pone como voz cantante. Como en “El callejón de los milagros”, en el que se vislumbra una especie de coro de barrabravas y donde Solari es una voz más.
Cierto rasgo de artificio presente en otros discos solistas parece desvanecerse en la autenticidad de la propuesta. Tanto es así que nos devuelve a los personajes más emblemáticos y reconocibles de Los Redondos: los crápulas. Porque los protagonistas que circulan en los temas musicales (desde el primero hasta el último disco de su banda original) evidencian características compartidas con los que recorren estos nuevos temas: chantas, fracasados, cínicos, farsantes o todas esas cosas juntas (tal y como lo postula Jorge Monteleone en su ensayo Figuras de la pasión roquera).
La relación idiosincrática vuelve, más allá de los contextos diversos de producción de las canciones a lo largo del tiempo. El “traidor laborioso” está en sintonía con los personajes que él suele retomar de la novela negra y desde el cómic más corrosivo (al que rinde homenaje en nombre de Robert Crumb). Obviamente, a estas formas de construirlo, o a esta gente, es a la que Carlos S. rinde homenaje: a sus padres (en la tapa del disco), a sus influencias artísticas, a sus afinidades electivas (Leonard Cohen, John Lennon, Xul Solar, Jean Cocteau, Norman Mailer, William Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Kurt Vonnegut y Eva Perón). “Hay voluntad del Indio de retirarse para que nada interfiera en el poder esencial de la canción”, sintetizó Figueras, hablando de qué pasará de aquí en adelante. La última de las quince canciones del álbum es “El que la seca la llena”, remedando el mandato popular que dictamina que el que consume el último trago está obligado a reponerlo. Ni más ni menos que el principio, o el fin.
O la respetuosa y agridulce incertidumbre artística que le permite al Indio cambiar radicalmente la letra de su última canción, para hacer ambiguo el mensaje y, a su vez, convertir a “los amores se cruzan siempre con la tristeza”, en un camino que se cruza “con alegría”.