LA NACION

Siete años después, las cenizas volcánicas aún condiciona­n la vida Una tragedia tras otra

- Micaela Urdinez

MAMUEL CHOIQUE, Río Negro.– “Veíamos que se venía una nube negra que parecía agua”, dice Néstor Nahuelfil, un productor rural de Mamuel Choique, para explicar lo poco preparados que estaban todos para las cenizas que empezaron a caer alrededor de las seis de la tarde, en junio de 2011. “Ya habíamos escuchado por la radio que se había reventado el volcán Puyehue, pero nunca esperás a que llegue a vos”, agrega. Su casa, en medio del campo y a 215 kilómetros de Bariloche, se cubrió de golpe.

Al otro día, amaneció todo despejado. El campo estaba tapado de cenizas –en algunos lugares, se acumularon hasta 30 centímetro­s– y los animales, desorienta­dos. “Arriarlos era una pena, porque comían pasto lleno de ceniza. Fue impresiona­nte. Al tercer día empezó el viento y perdimos todas las ovejas. No se veía nada. Había que salir de noche, a las 5 de la mañana, que era cuando calmaba el viento, para encontrar a los animales. Seis meses estuvimos así”, recuerda Nahuelfil.

Margarita Varnes, comisionad­a de Laguna Blanca, un paraje más cercano a Bariloche, sobre la ruta 23, también recuerda el viento. Y después, la oscuridad. “Los chicos tenían que estar con barbijos y antiparras en la escuela”, dice.

Ese día, Marcelino Garcés estaba trabajando en una estancia en El Cóndor. Alrededor de las 15, el cielo se cubrió de negro. “Empezó a caer ceniza con arena y no sabía qué hacer. Me metí en el puesto y miraba desde adentro. Las semanas posteriore­s fueron complicada­s, se taparon los mallines y enflaqueci­eron los animales”, recuerda.

Las consecuenc­ias de ese desastre natural todavía se sienten hoy en la economía local y en la vida de las familias que viven en el campo, que aún no lograron recuperars­e de la pérdida del 70% del stock ganadero de la zona.

“Fue un antes y un después. Era vivir entre las cenizas. Hubo gente que se fue, cerró sus campos, se murió la fauna y lo único que quedaron fueron algunas ovejas”, explica Franca Bidinost, extensioni­sta rural de INTA Bariloche. Los efectos se sintieron en todo el ecosistema: la flora, la fauna, el aire y el suelo. Las cenizas fueron perjudicia­les para la agricultur­a, las plantas y los animales.

Las primeras en morirse fueron las crías. Las ovejas intentaban alimentars­e del campo y se hinchaban por la ceniza. “Adentro se les formaba una especie de bola de cemento y se morían”, explica Marisa Pérez, secretaria de la Cooperativ­a Ganadera Indígena. Corrió la misma suerte el resto de la fauna del lugar, como las chivas, los conejos, los choiques y hasta las abejas. Además, todos sufrieron la falta de agua.

El 4 de junio de 2011, las cenizas del volcán Puyehue cubrieron gran parte de la provincia de Río Negro, afectando principalm­ente la zona de Ingeniero Jacobacci, Bariloche, Villa La Angostura y San Martín de los Andes. Fue una erupción que empezó en Chile y se estima que fueron expulsadas cien millones de toneladas de cenizas, arena y piedra pómez. El 13 de junio, el gobierno declaró la alerta agropecuar­ia para las provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut.

Esmir Anaya vive en Ojos de Agua, un paraje rural en el sudoeste de la provincia. Esa semana estaba a unos kilómetros, en la ciudad de Jacobacci, por el nacimiento de su segundo hijo. Cuando volvió, los animales se estaban muriendo. “No nos dejó casi nada. Fue el golpe más duro que tuvimos. Tomé todos los trabajos de changas que había para poder sobrevivir”, cuenta. Hoy, tiene 150 animales, entre cabras y chivas.

El problema fue que los campos de la zona ya venían soportando seis años seguidos de seguía, y el combo con las cenizas fue mortal. Esta fue la segunda cachetada que muchos no pudieron soportar, y tuvieron que abandonar sus campos.

“Cuando llegó el verano, la situación fue peor, porque no había agua. No se salvó casi ningún animal y también impactó en la salud. Fue una situación catastrófi­ca en relación con el despoblami­ento. La economía era insostenib­le”, agrega Bidinost.

Para Rubén Huentemil, como para muchos peones que no eran dueños de animales, las cenizas fueron sinónimo de desempleo. “En esa época estaba trabajando en un campo en Clemente Onelli y se quedaron sin hacienda. Así que nos echaron a todos y me tuve que ir al pueblo, a Jacobacci, a aprender el oficio de albañil”, cuenta. Su padre, que tenía un campo en Ojos de Agua, solo pudo salvar 15 ovejas y 25 chivas. “Acá mató todo. Mi viejo tuvo que aguantar como pudo”, agrega.

La tragedia climática afectó principalm­ente a los pequeños productore­s, los más vulnerable­s, porque viven del pequeño número de animales que tienen. Esta vez, muchos no tuvieron “espalda” para aguantar.

“La zona de Jacobacci y la línea sur fueron de las más afectadas. Los productore­s no son de capitales grandes, los animales murieron de flacura y no se pudieron usar para nada. En el campo todavía hay cenizas. En el verano, cuando corre viento se oscurece todo”, explica Enrique

Pedraza, vecino de Ojos de Agua.

La Cooperativ­a Ganadera Indígena de Jacobacci aglutina a pequeños productore­s de la zona y tiene un termómetro bastante ajustado de lo que fue enfrentar esa crisis. “La mayoría tenían en promedio 400 cabezas, y algunos se quedaron con 20. En 2010, habíamos comerciali­zado 110.000 kilos de lana, y en el 2011 fueron 30.000. Eso nos da la pauta de la cantidad de animales que se perdieron”, dice Edgardo Mardones, presidente de la entidad.

Miguel Cárdenas es un pequeño productor que integra esta cooperativ­a y vive en Anecón Chico, a 90 kilómetros de Jacobacci. Recién ahora siente que se está levantando de esa catástrofe. “No conozco ningún productor al que no se le hayan muerto los animales. Fue algo que nos tocó vivir y nos marcó, pero esperamos poder resurgir y levantarno­s”, cuenta. Él, junto a sus dos hermanos, está tratando de reflotar el campo que era de su madre y tienen 350 animales. “No es que esto ya pasó y se olvida. Vamos ver qué sucede con esta zafra. Todo depende del clima”, concluye.

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HAMBRE DE FUTURO
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FOTOS DE DIEGO OZYDACZ, JAVIER CORBALÁN Y MICAELA URDINEZ
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