Una tradición que se remonta al siglo XVIII
Los primeros murales que aparecieron en la ciudad fueron los de la Iglesia del Pilar
“El pintor que se sube a un andamio no es el mismo hombre que está encerrado en su taller. Completa su vida. Su obra será verdaderamente pública y juzgada por una inmensa mayoría. Está en la calle”, dijo Luis Seoane, uno de los muralistas más prolíficos que tuvo Buenos Aires, cuyas obras decoran espacios privados de edificios porteños y públicos como la Galería Santa Fe o el Teatro San Martín. Son obras protegidas la ley 1227, que busca resguardar el patrimonio cultural de la ciudad de Buenos Aires mediante la protección, preservación, restauración, promoción y transmisión de los bienes patrimoniales que definen la identidad y la memoria colectiva.
Hay también murales en propiedades privadas, distribuidos en diferentes barrios, que gozan de protección por estar ubicados en áreas de protección histórica (APH). Por ejemplo, el de avenida Callao 2050, en Recoleta, Jugando con mariposas, de Carlos Alonso; el de Julio G eró, en la recepción del edificio de Alvear y Callao 1800, y el tapiz de Zavalía 2058, frente a las Barrancas de Belgrano.
Buenos Aires empezó a tener murales en la primera mitad del siglo XVIII. Los primeros fueron los de la Iglesia del Pilar. Luego se destacaron las pinturas de Francisco Parisi en la Catedral Metropolitana; las del cielorraso de la antigua farmacia La Estrella, de Carlos Barberis; las del italiano Nazareno Orlandi, cuya obra clásica puede apreciarse en la Casa de la Cultura, exedificio de La Prensa. Pero también ornamentaron palacios, con la arquitectura de la Ecole des Beaux Arts, durante el Centenario. Lo mismo sucedió con el aporte del art nouveau, cuando el paisaje urbano comenzó a presentar fachadas y muros interiores con relieves escultóricos y combinaciones de azulejos, cerámicos, mayólicas y vidrios pintados.
Hacia 1930, la irrupción del movimiento muralista mexicano tuvo influencia en Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Spilimbergo, que reflejaron las condiciones sociales del país, al tiempo que los murales pasaron también a decorar las líneas de subterráneos y galerías comerciales.