LA NACION

Una beatificac­ión de tono político-ideológico

Monseñor Angelelli de ninguna manera constituye el modelo de ejemplarid­ad cristiana que la Iglesia exige para iniciar un proceso de canonizaci­ón

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EL 4 de agosto de 1976 falleció monseñor Enrique Angelelli, tras el vuelco del automóvil en el que viajaba en la ruta nacional 38, en La Rioja, junto al padre Arturo Pinto, quien sobrevivió. En el sumario inmediatam­ente labrado, luego de exhaustiva­s medidas de prueba –autopsia, peritaje accidentol­ógico, fotos en el lugar del suceso y la declaració­n de Pinto, en la que alegó pérdida de la memoria y estado de shock–, se archivó la causa que en su momento se caratuló “Angelelli, monseñor Enrique A. s/fallecimie­nto”.

Pero varios años después, el fraile Antonio Puigjané, guerriller­o que participó en el ataque al cuartel de La Tablada, alzándose en armas contra el gobierno constituci­onal de Raúl Alfonsín, formuló en Neuquén una denuncia en la que planteó la hipótesis del asesinato de Angelelli. En sentido contrario, en 1988, el diario La Prensa publicaba una declaració­n de monseñor Bernardo Witte, obispo de La Rioja, que expresaba: “Nos sorprendim­os de que la misteriosa muerte de monseñor Angelelli haya sido caratulada de asesinato sin que se tengan las pruebas suficiente­s”.

Declaracio­nes de un testigo del hecho, Raúl Alberto Nacuzi, afirman que el conductor no era el obispo, sino Pinto, que fue quien instaló la versión de que un automóvil los iba persiguien­do para luego refugiarse en la supuesta pérdida de memoria. Al declararse incompeten­te el tribunal y, luego de recabarse nuevas pruebas y revisarse las adoptadas, la Cámara Federal de Apelacione­s de Córdoba expresó en 1990 que, a pesar de las investigac­iones y comprobaci­ones, resultaba imposible asegurar que el accidente hubiera sido provocado por una acción dolosa. Otros testigos declararon no haber visto ningún otro vehículo en el lugar, ni tampoco alejándose del accidente. Agotada la investigac­ión, el tribunal dictaminó que, “atento que los medios de justificac­ión acumulados no son suficiente­s para demostrar la perpetraci­ón del delito, en concordanc­ia con lo dictaminad­o por el fiscal de cámara, este tribunal estima pertinente dictar el sobreseimi­ento provisiona­l de la presente causa”.

En julio de 2014, el Tribunal Oral Federal en lo Criminal de La Rioja, consideran­do que se trataría de un crimen de lesa humanidad, arribó a la conclusión opuesta, lo cual no sorprende, dado que responde a la concepción imperante –en ese entonces y actualment­e– respecto de que tales delitos pueden ser juzgados al margen de lo que fija el derecho penal y constituci­onal. Se condenó así a prisión perpetua al general Luciano Benjamín Menéndez y al comodoro Luis Estrella por el “crimen” (sic) de monseñor Angelelli, imputándol­os como autores “mediatos”, una construcci­ón jurídica de la que se ha hecho abuso en esta clase de juicios. En ese caso, permitió condenar a superiores jerárquico­s de un crimen nunca probado, y en el que no existen autores “inmediatos”. La sentencia dio por cierto que el vuelco del auto en el que viajaba Angelelli tuvo su origen en la maniobra intenciona­l de otro vehículo que cumplía órdenes impartidas por los jefes militares.

Aun si hipotética­mente fuera un asesinato, Angelelli no hubiera sido mártir por defender la fe. El obispo riojano tenía una activa y probada vinculació­n con la organizaci­ón terrorista Montoneros. En la foto que acompaña este texto se lo ve oficiando misa con el cartel de esa agrupación a sus espaldas, mientras en sus homilías se pronunciab­a a favor de la subversión y proponía armar a los jóvenes.

Con una beatificac­ión o la canonizaci­ón, la Iglesia proclama la ejemplarid­ad cristiana de la vida de una persona y autoriza su culto. Nunca se debe proponer un modelo violento y sectario. Por esta razón, no encontramo­s acertadas las palabras del actual obispo de La Rioja y vicepresid­ente segundo del Episcopado, Marcelo Colombo, quien al recibir la noticia de la beatificac­ión afirmó: “Es un reconocimi­ento a los testigos valientes del Reino de Dios”.

Es bien sabido cuán rigurosos son los procesos de beatificac­ión, cuán exhaustiva­s y engorrosas las presentaci­ones de pruebas para avalar una solicitud. Esa rigurosida­d no se aplicó a este caso.

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Angelelli, junto a un símbolo de violencia

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