La despedida de dos inolvidables bailarines del Colón
Cruzaron la barrera de los 45 y, aún con mucho para darle a la danza, Karina Olmedo y Alejandro Parente se bajan del escenario mayor del país el fin de semana, con La viuda alegre
Como Kitri y Basilio, Aurora y el Príncipe o Giselle y Albrech, juntos, pero también en la piel de decenas de otros personajes del repertorio del Ballet del Teatro Colón, por separado, Karina Olmedo y Alejandro Parente hicieron historia en las últimas tres décadas. Una historia que el próximo fin de semana se termina para ambos, al mismo tiempo, aunque en funciones distintas. Con La
viuda alegre, el título que estrenará la compañía que dirige Paloma Herrera este jueves, los dos bailarines terminarán su carrera en un teatro al que le dieron todo. Y también el Estable cerrará una etapa: no pasará inadvertida, tampoco para el público, la despedida de los últimos primeros bailarines de una generación que –si es que ya no lo parece ahora– a la distancia se verá como inolvidable.
Con jocosidad, tras bambalinas, Olmedo y Parente posan para las fotos de espaldas a la magnífica sala que tantas satisfacciones les dio. “El exceso de risa puede ser una actitud defensiva”, confiesa uno. Retirarse es un proceso de emociones encontradas. Se escucha un dejo de nostalgia cuando otro compañero del teatro anuncia que también le faltan meses para jubilarse. “Te acordás…”, y se larga el primer recuerdo.
Él ya cumplió 46; ella tiene alguno más y precisa que con 16 ingresó al Colón. Ya iniciadas sus experiencias como maestros y con otras inquietudes ligadas a la danza, a ninguno de los dos le cuesta pensar cómo seguirá su historia el día después de los aplausos.
–¿Cómo se proyecta el momento de la despedida? Alejandro Parente:
–Cómo se empieza a sentir que uno tiene la necesidad de hacer un corte con una institución, diría. Y cómo se elige la obra, porque a veces se trata de esperar la obra indicada. Yo soñaba con bailar Mayerling, una pieza dramática. Pero mi maestra de ballet de muchos años, Rada Eichenbaum, estuvo durante años detrás de todos los directores pidiendo: “Traiga La viuda alegre para Alejandrito”. Entonces, cuando supe que iba a venir este ballet, sentí que era una indicación, que tenía que hacerlo, como si fuera un regalo que Rada me podía dar desde el más allá. Lo sentí también en relación con otros sucesos que se fueron dando, como una red.
–¿Esas otras coordenadas tienen que ver con la edad, con la madurez, con otros proyectos? Parente:
–Con todo eso. Las indicaciones previas de que uno quiere ir más allá en otros aspectos de la danza misma y en la vida vienen casi de una forma silenciosa. Quizá sin darte cuenta te fuiste despidiendo de un Quijote aquella última vez que lo bailaste y no lo sabías. Después de muchos años de estar en una institución como esta, lo único que me resulta doloroso es saber que hay un nuevo sistema de ingreso con huellas digitales y que cuando te vas borran todo. Tendré que hacerme a la idea de que en el futuro deberé anunciarme y pedir permiso para entrar.
Karina Olmedo:
–Yo me iba a retirar el año pasado, con La fierecilla domada, pero luego hubo cambios y fue una programación bastante de tutú y coronita, sin ninguna obra que me diera ganas de planificar una despedida. Y La viuda alegre es una comedia fabulosa, con categoría; lo que más me convenció es que venía el coreógrafo [Ronald Hydn] personalmente a montarla, porque el ballet tiene repositores fabulosos, pero muy pocas veces se da que puedas trabajar con el creador. Es una obra muy pum para arriba, con actos donde podés mostrar un tipo de danza más romántica, un vals, y luego una danza más de carácter. Me asesoré con gente de muy buen gusto, en la que confío, y decidí que era una obra para mí.
–Que sea con un estreno hace especial y curiosa la ocasión, porque uno imaginaría para la despedida de un bailarín aquella obra que lo marcó… Olmedo:
–Romeo y Julieta hubiera sido “el rol”, porque fue un momento especial cuando fusioné el teatro con la danza. Lito Cruz me ayudó muchísimo a prepararlo, aprendí todos los textos y transité esa obra como bailarina, pero desde otro lu- gar. Pero también creo que cuando las cosas no salen no hay que forzarlas. Siento la necesidad como artista de cerrar un ciclo, como si dijera “misión cumplida”. No voy a dejar de bailar, soy maestra y estudio teatro, así que me gustaría fusionar lo teatral con el ballet.
–De alguna forma, con ustedes se termina una generación de primeros bailarines que apostó al Colón en una continuidad histórica de casi tres décadas. Parente:
–Yo me siento más parte de la generación anterior que de la nuestra. La de Eduardo Caamaño, Raúl Candal, Silvia Bazilis. Una generación donde lo teatral y la técnica estaban al servicio de la danza. Tengo con ellos más puntos en común que con las nuevas generaciones. No sé cómo hacen para ir de YouTube a YouTube… Recuerdo ahora, por ejemplo, una Giselle de Carla Fracci con el rumano Gheorghe Iancu: hacían una caminata cuando entraban sin más pasos que los del andar y había magia. Me parece que el ballet tiene que convocar nuevamente la magia.
Olmedo: –Nosotros tuvimos referentes, y es muy importante eso. Yo gané un concurso muy jovencita de primera figura, a los 21 años. Tenía mi categoría, el puesto de primera bailarina, pero a ningún director se le hubiera ocurrido ponerme delante de Silvia Bazilis, Cristina Delmagro o Alicia Quadri. Aprendía detrás de esa gente el oficio, cómo se trabaja y la responsabilidad con la que se encaran los roles. Cuando ellas se fueron me cedieron los roles a mí: ya estaba formada como profesional absolutamente.
Parente: –Pasaba que venía Zarko Prebil a poner Quijote y yo había visto esa situación de chico con Raúl Candal. Había una continuidad que me daba la sensación de estar en un linaje. Hay estilos que tienen que ver con una idiosincrasia y con una cultura propias del Teatro Colón que es bueno que se recuperen, que se renueven, pero que al mismo tiempo se sienta parte de una tradición.
–¿Existe una noche memorable? Parente:
–Hay un momento espiritual en la danza que se da como si uno sintiera respirar a Dios. Y a lo mejor se da cuando estás en coulisses, sin hacer ningún paso. Recuerdo una noche que hacía el padre en Margarita y Armando: había vuelto al teatro después de unos meses afuera. Me pusieron canas, un bigote, un bastón y fue un instante antes de salir que sentí como si el teatro me hiciera una caricia. Recuerdo la música, un piano, las luces tenues, no sé bien si había alguna bruma, el escenario inmenso y ese segundo. Una de las funciones del arte es retirarnos y reconectarnos con las cosas que la vida nos da, pero no las vemos.