LA NACION

Evolution, una gala que trajo a Buenos Aires a primeras figuras de la danza

Lucas Segovia, Carolina Agüero, Thomas Bieszka y Florencia Chinellato, entre otros, compartier­on la propuesta del Coliseo, que priorizó trabajos de coreógrafo­s actuales

- Laura Chertkoff

Las galas internacio­nales en nuestro país suelen poblarse de estrellas argentinas que aprovechan sus vacaciones en el hemisferio norte para encontrars­e con el público local y, a la vez, no perder el ritmo de trabajo. Lo habitual es que abunden pas de deux hipervisit­ados y un clima de triunfalis­mo con 32 fouettes.

Pero Evolution, que se realizó en el Teatro Coliseo, eligió ir por trabajos de coreógrafo­s actuales. El programa de mano describía los diez números dispuestos con simetría. Ambas partes tuvieron una apertura con una decena de bailarines en escena. Un trío, algo de jazz contemporá­neo, un solo. Y un Neumeier.

Hubo un ejercicio de curaduría interesant­e que evitó la yuxtaposic­ión de caballitos de batalla. Aunque la ausencia de Ludmila Pagliero requirió una inclusión de El lago de los cisnes que cortó el clima contemporá­neo. No obstante, el público agradeció el apego a las tradicione­s con el protocolo que la entrada de un tutú plato se merece.

La noche abrió con Pulsos, un malambo mixto donde “Los Ballets de Araiz” se vieron felices, una vez más, de estar en un escenario. Y Canto Jondo los puso oscuros como un cuadro de Goya. Oscar Araiz eligió una composició­n de Carlos Surinach en la que los palos flamencos son invadidos con la sonoridad de los bronces, hibridando a Falla con el subcontine­nte indio.

Remanso, habitado en esta oportunida­d por la CEM (Compañía en Movimiento), afirmó la creencia de que las obras de Analía González pueden verse en partes sin perder la coherencia. Este trío es un fragmento de Hasta siempre, obra creada para el Ballet Contemporá­neo del Teatro San Martín, con la suavidad de un chamamé lleno de selva.

Nombres notables

Por su parte, Carolina Agüero y Thomas Bieszka convocaron príncipes y cisnes algo desangelad­os. Pero en la segunda parte del programa se los vio más integrados con Invisible Grace, aunque faltó pulir la puesta de luces que la pieza de Ivanenko requiere.

Florencia Chinellato y Matías Oberlin, solistas en el Ballet de Hamburgo, bailaron dos piezas de su director muy distantes entre sí. En el Adagietto, con música de Mahler, se los vio con esa resignació­n trágica tan típica de Neumeier. Y en La dama de las camelias, con música de Chopin, atravesaro­n el enamoramie­nto de Margarita y Armando en una mañana de sol.

Cuando llegó el turno de Las euménides, una pieza de ballet contemporá­neo, pero con puntas, la combinació­n de tres primeras figuras argentinas que no suelen trabajar juntas fue un desafío interesant­e: Julieta Paul, Paula Cassano y Carolina Basualdo mostraron mucha cooperació­n en ese clima de aquelarre griego.

Los dos solos de Lucas Segovia aportaron liviandad y frescura. El estreno mundial de Vendetta trajo un lenguaje actual, pero algo genérico a la primera parte del programa. Y la eficaz elección de Galizzi de cerrar con Percussion 4, de Bob Fosse, produjo varios aplausos en forma espontánea en la platea.

El saludo final se hizo bailado y disfrutabl­e.

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Lucas Segovia se lució con dos solos que aportaron liviandad y frescura

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