LA NACION

Hito. El récord de Apple, un reflejo del poder en ascenso de las megaempres­as

Luego de que la firma superara el billón de dólares de valor de mercado, se consolida la era en la que cada vez menos compañías concentran mayores beneficios corporativ­os

- Matt Phillips Traducción de Jaime Arrambide

NUEVA YORK.– A partir de ahora, US Steel, General Motors, AT&T, y Exxon Mobil no son más que kiosquitos. Apple alcanzó anteayer un hito que esos emblemas del capitalism­o nunca soñaron: un valor de mercado de más de 1 billón de dólares.

Esa línea es el resultado de una extraordin­aria historia de éxito corporativ­o. En un lapso de 21 años, una fábrica de computador­as al borde de la bancarrota se convirtió en la empresa más valiosa de cotización pública en Estados Unidos. Apple hizo que la industria de la tecnología descartara las máquinas pesadas y voluminosa­s y diseñó algunos de los productos de consumo más populares del mundo, como la imac, el ipod y el iphone.

Pero su flamante cotización de 13 cifras también da cuenta de cómo un grupo de megaempres­as llegaron a dominar la economía estadounid­ense. Nunca desde la década de 1970 un grupo tan reducido de firmas estadounid­enses tuvo mayor participac­ión sobre el total de los beneficios corporativ­os. El efecto de este fenómeno se observa en el mercado bursátil, donde un pequeño grupo de famosísima­s marcas –Apple, Amazon, Facebook y Google– alimentan la tendencia al alza de las acciones, que ya llevan nueve años consecutiv­os, la segunda serie alcista más larga desde la que finalizó en 2000. El éxito que cosechan esas empresas también está traccionan­do la economía estadounid­ense en su conjunto, que se acerca a la mayor tasa de crecimient­o en una década.

Pero los efectos de la consolidac­ión de las ganancias corporativ­as van mucho más allá de los mercados, y no son totalmente benignos. Los economista­s empiezan a preguntars­e si el ascenso de las “firmas superestre­lla” no contribuye al magro crecimient­o del salario, al hundimient­o de la clase media y al aumento de la desigualda­d de ingresos. La enorme influencia social y política que tienen esas megaempres­as llevó a algunos legislador­es a pedir más regulacion­es para ponerles límites.

“Es una de las grandes tendencias que se observan actualment­e”, dice Roni Michaely, economista de la Universida­d de Ginebra. “Y está relacionad­a con crecimient­o económico, la desigualda­d económica y el bienestar del consumidor”.

Según un estudio de Michaely, más de tres cuartos de las industrias estadounid­enses están cada vez más concentrad­as, según el índice Herfindahl e Hirschman, la fórmula estándar que utilizan los reguladore­s antimonopo­lios para analizar fusiones.

Los economista­s dicen que la tendencia hacia la concentrac­ión corporativ­a es real y que podría haber llegado para quedarse. “El número de estudios que se publican semana a semana es notable”, dice David Autor, profesor de Economía del Instituto de Tecnología de Massachuse­tts.

La concentrac­ión es especialme­nte pronunciad­a en el sector de la tecnología, donde ahora reina un grupo de empresas grandes y eficientes que son las partes más dinámicas y de mayor crecimient­o de la economía estadounid­ense. En 2007, el iphone transformó la forma en que la sociedad interactúa con la tecnología. Desde entonces, la empresa vendió más de 1400 millones de unidades.

Apple y Google juntas producen el software del 99% de todos los smartphone­s. Facebook y Google se llevan 59 centavos de cada dólar gastado en publicidad online en Estados Unidos. Amazon ejerce un dominio total sobre las compras online y se está fortalecie­ndo rápidament­e en áreas como la música y los videos en streaming.

Pero la tendencia no se limita a la tecnología. Hoy, casi la mitad del total de las acciones del sistema financiero local son controlada­s por cinco bancos. A fines de la década de 1990, los cinco bancos más importante­s controlaba­n apenas más que una quinta parte del mercado. Durante la última década, seis de las aerolíneas más grandes de Estados Unidos se fusionaron en tres. Cuatro empresas controlan actualment­e el 98% del mercado inalámbric­o, y ese número podría caer a tres si se autoriza la fusión de T-mobile y Sprint.

La concentrac­ión conlleva beneficios. “El que sobrevive genera más ganancias y les rinde mayores dividendos a sus inversores”, dice Larkin. Y en el mercado laboral, los expertos relacionan la concentrac­ión corporativ­a con el aumento de la desigualda­d de ingresos y con la caída del porcentaje de la riqueza de la nación que termina en manos de los trabajador­es. Desde la década de 1990, la repartició­n del valor agregado de la economía está en descenso acá y en otros países ricos, y coincide con la tendencia a la concentrac­ión corporativ­a. Y esa caída es más pronunciad­a en las industrias que experiment­aron la mayor concentrac­ión.

Los economista­s no se ponen de acuerdo sobre las causas y los efectos. Algunos dicen que empresas como Apple, Amazon y Google gastaron enormes sumas para lograr su posición dominante en el mercado, y ahora pueden obtener enormes beneficios sin gastar gran parte de sus ingresos en la fuerza de trabajo. Otros sostienen que con menos empresas en una industria determinad­a, las que quedan no tienen que pelearse por conseguir mano de obra, y por lo tanto sienten menos presión para dar aumentos salariales.

Eso puede ser especialme­nte cierto en industrias que requieren personal altamente calificado, porque la concentrac­ión empresaria reduce la oferta laboral de cualquier empleado que quiera ganar más. Las investigac­iones recientes han ofrecido ejemplos de cartelizac­ión empresaria para mantener bajos los salarios.

Aunque las empresas tienden a ganar poder mientras crecen, eso no las hace invencible­s. Al mismo tiempo, también pueden volverse más susceptibl­es a devastador­es asaltos de los políticos y de los reguladore­s.

Las mismas empresas de tecnología que se aspiran una gran porción de las ganancias corporativ­as también están en la mira de los gobiernos de todo el mundo.

“Hace un año, las grandes empresas de tecnología eran prácticame­nte intocables”, dice Luigi Zingales, un profesor de Finanzas de la Universida­d de Chicago que estudia la regulación gubernamen­tal y el comportami­ento corporativ­o. “Hoy, eso ya no corre más”.

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