LA NACION

Murillo, la despiadada primera dama detrás de la represión en Nicaragua

La poderosa esposa del presidente Ortega tiene a su cargo la estrategia de seguridad para sofocar las protestas

- Paula Markous

“La que manda es ella, la ‘Chayo’”. Desde hace años que los nicaragüen­ses repiten como mantra que Rosario Murillo, la excéntrica mujer del presidente Daniel Ortega, es quien decide el destino del país. Esta teoría, que se instaló incluso antes de que fuese electa vicepresid­enta en 2017, se terminó de confirmar ahora en medio de la crisis que hunde a Nicaragua.

El 19 de abril pasado, cuando los muertos eran apenas tres (y no 317) fue Murillo quien dio la cara. Había pasado un día desde el comienzo de las manifestac­iones y los estudiante­s, que protestaba­n contra una reforma jubilatori­a, seguían atrinchera­dos en las universida­des. Murillo habló de “gruposminú­sculosytóx­icos”.serefirió a los universita­rios como “vampiros que reclaman sangre”. Fue su primera intervenci­ón. Un día después, cuando el caos se extendió y a los estudiante­s se sumaron miles de manifestan­tes en 60 ciudades, la vicepresid­enta habló de “seres mediocres”.

Ortega se dignó a aparecer recién seis días después de que estalló la crisis. Lo hizo para eliminar la polémica reforma, pero ya era tarde. La censura mediática y la violenta represión del gobierno convirtier­on la protesta cívica en una rebelión popular.

En ese escenario, “Rosario opera como una virtual primera ministra y tiene a su cargo la planificac­ión y la dirección del desempeño del gobierno, incluyendo la política de seguridad”, explicó a la nacion José Pallais, exvicemini­stro de Relaciones Exteriores y exdiputado de Nicaragua.

“Ella se comunica directamen­te con los jefes policiales interfirie­ndo incluso la cadena de mando, ya que tiene como práctica estar atenta a que sus órdenes sean ejecutadas en forma precisa. Las estructura­s de los grupos parapolici­ales y paramilita­res igualmente se subordinan direc- tamente a Daniel y Rosario”, agregó.

Murillo, una poeta de 67 años, no siempre tuvo esa influencia en el gobierno. La sobrinanie­ta de augusto Sandino, el héroe nacional nicaragüen­se, que nació en una familia acomodada y estudió en Suiza y Gran Bretaña para ser una buena ama de casa, construyó su poder con los años.

“En los 80 era una mujer sumisa ante el Comandante. No era presentada como la primera dama en las giras oficiales y tenía que tragarse la arrogancia de un hombre fuerte”, escribió el periodista nicaragüen­se Carlos Salinas en El Confidenci­al.

aquel hombre fuerte y héroe del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que había derrotado a la dictadura de anastasio Somoza en 1979, poco se parece al caudillo que hoy se aferra al poder. En esa época, Murillo era la inseparabl­e “compañera” de Ortega. Se habían enamorado en 1977 en Costa Rica, donde Ortega se había autoexilia­do por su participac­ión en el sandinismo. Nunca más se separaron y tuvieron siete hijos.

Una vez acomodados en el gobierno, Murillo se dedicó a tareas culturales. Formó la asociación Sandinista de Trabajador­es de la Cultura y se rodeó de poetas, músicos y actores. Según contó, había empezado a escribir como una necesidad de expresión, tras la muerte de su primer hijo (de un matrimonio anterior) en un terremoto en 1973. Entre 1985 y 1990, durante la primera presidenci­a de Ortega (antes fue Coordinado­r de la Junta de Gobierno de Reconstruc­ción Nacional), Murillo no ocupó cargos importante­s. Luego, en la campaña por la reelección de su marido en 1990, sus asesores le recomendar­on mantener a su mujer con un bajo perfil. Pensaron que sus creencias en la brujería y su onda hippie alejaría a los votantes. Murillo les hizo caso y se fue a pasear a México. Ortega igual perdió.

“Soy conflictiv­a, malcriada, jodida en muchísimos aspectos. Pero soy leal”, se definió Murillo seis meses después de la derrota de su marido. Tan leal que incluso se puso en contra de su hija, Zoilaméric­a Narváez, cuando denunció en 1998 a Ortega.

años más tarde, se convirtió en la jefa de campaña que devolvió al poder a su marido. “Ella jugó un papel protagónic­o en el gobierno desde el regreso de Ortega a la presidenci­a en 2007. Su primer cargo formal fue de coordinado­ra del Consejo del Poder Ciudadano, que vino a establecer una estructura paralela de poder a nivel municipal”, explicó a la nacion Juan Carlos Hidalgo, analista de políticas públicas en el Cato institute.

En 2016, “su elección como vicepresid­enta solo vino a formalizar el liderazgo ya existente en el gobierno”, acotó Hidalgo. “Se especula que Ortega no está bien de salud y que el plan es –o era– que Murillo lo sucediera en 2021”, agregó.

No se sabe qué sucederá en 2021. La Conferenci­a Episcopal de Nicaragua, mediadora en la crisis, presentó un plan para adelantar las elecciones y llevar paz al país. La Organizaci­ón de los Estados americanos (OEA) le pidió a Ortega que acepte la propuesta.

Tajante, Ortega se negó y acusó a los obispos de golpistas. “Proclamamo­s nuestra victoria sobre esas fuerzas diabólicas, tenebrosas, terrorista­s que durante tres meses quisieron secuestrar la paz en Nicaragua, pero no pudieron”, dijo su mujer en una de sus últimas alocucione­s.

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rosario murillo vicepresid­enta nicaragüen­se

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