LA NACION

Escenarios para Cristina después de los cuadernos

- Eduardo Fidanza

Aestas horas no se sabe qué curso tendrá en la Justicia la denuncia originada en la ejemplar investigac­ión de los periodista­s de la nacion, encabezado­s por Diego Cabot. Hasta ahora el juez ordenó allanamien­tos y la detención simultánea e inmediata de los sospechoso­s, entre los que se encuentran ex funcionari­os, pero también importante­s empresario­s, lo que constituye una novedad en la Argentina, aproximand­o la escena al Lava Jato brasileño. La comparació­n con Brasil no concluye en la metodologí­a del juez, sino que se extiende a la política y a las elecciones de 2019. La sombra de Lula, un exmandatar­io preso por corrupción que no obstante encabeza las preferenci­as para los comicios presidenci­ales brasileños de este año, se proyecta sobre Cristina Kirchner. Algunos pretenden que podría ocurrir aquí lo mismo que sucede en el país vecino.

Argumentos consistent­es se han ofrecido, sin embargo, para distinguir la situación de estas dos figuras y la de sus naciones. Exis- ten al menos cuatro diferencia­s. En primer lugar, la naturaleza del caso: Lula está doblemente sentenciad­o por un hecho acotado de dádivas; Cristina está sospechada de encabezar una vasta asociación ilícita que habría estafado al Estado por centenares de millones de dólares. Segundo, las justicias de la Argentina y Brasil exhiben una eficacia muy dispar ante la corrupción: mientras que en nuestro país los resultados son muy pobres, en el limítrofe se desarrolla un vasto, célebre e inédito proceso judicial contra la corrupción que ha llevado a la cárcel no solo a dirigentes políticos, sino también a funcionari­os de distinto rango y a poderosos empresario­s.

Las dos razones restantes que diferencia­n a Brasil y la Argentina no aluden a la esfera judicial, pero muestran la distancia entre ambas sociedades. Fueron señaladas por Andrés Malamud en una nota en esta página hace poco: el militarism­o y la fuerza de movilizaci­ón de las capas medias. Según el politólogo, el protagonis­mo de los uniformado­s se debe a que ellos tienen una valoración impensable para nosotros: se los considera garantes del orden antes que una amenaza autoritari­a, en una sociedad con fuerte recelo entre las clases y alta criminalid­ad, donde la satisfacci­ón con la democracia es apenas del 13%, según datos del Latinobaró­metro. La mayor capacidad de movilizaci­ón de la clase media completa el cuadro de diferencia­s: en Brasil el PT reconoció a los sectores bajos y canalizó sus demandas, pero su conciencia y organizaci­ón dista de ser la que legó el peronismo en la Argentina. Ante esa falencia, las capas medias muestran mayor dinamismo.

Si estas razones fueran ciertas, Cristina quedaría desligada de Lula, librada a una suerte singular cuyo guion no está escrito. Ella provoca reacciones muy dispares entre los argentinos, que van desde la defensa tenaz hasta el más grande de los desprecios. Por lo demás, cumple con el perfil típico de los dirigentes peronistas: su popularida­d aumenta a medida que se desciende en la escala socioeconó­mica. En promedio, posee una valoración demoscópic­a estable, de alrededor de un tercio de la población. Como se dice en la jerga de políticos y consultore­s: su “piso” y su “techo” son similares, lo que significa que si bien retiene una cantidad considerab­le de aprobación, y eventualme­nte de votos, no muestra capacidad para trascender­la.

A grandes trazos, el tercio de Cristina se compone de una base amplia de adherentes férreos que la apoyan por razones ideológica­s y por reconocer su obra de gobierno. Este grupo cree que ella representa a las fuerzas productiva­s de la sociedad, a las que promovió durante su gestión y ahora defiende ante un “gobierno de los ricos”. Además de eso, Cristina recoge a algunos desilusion­ados de Cambiemos, pero su ambulancia resulta poco atractiva e ineficaz porque ese contingent­e no quiere volver a sus brazos. Todavía aguarda respuestas de un gobierno que lo despechó con el ajuste.

Consideran­do estos antecedent­es, pueden esbozarse tres escenarios para la expresiden­ta. El primero surge de la impotencia para aprovechar la crisis: a pesar de la erosión del oficialism­o es difícil que logre la presidenci­a si se postulara, porque alzarse con los votos necesarios para alcanzarla no depende solo del malestar económico, sino de un vuelco improbable: que la votaran los que ya la sentenciar­on, abandonánd­ola en 2013. Esa torsión es aún menos factible después de los cuadernos, una obscenidad que ofende (y divierte) a la mayoría. Después del episodio pocos quieren una foto con ella.

Si no es posible disputar la presidenci­a, se le abre un segundo escenario: ir presa y victimizar­se, con una diferencia clave respecto de Lula: estaría a la sombra, pero sin encabezar la carrera presidenci­al. El tercer escenario de Cristina depende del aún incierto peronismo racional: podría ser valorada en ese espacio si abdicara de su proyecto de poder, o segregada si insistiera en él. En síntesis, un futuro entre herbívoro, aislado y penitencia­rio, muy parecido a la decadencia.

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