En El Ángel, Luis Ortega construye otro personaje revulsivo
Tras Historia de un clan y la serie El marginal, llega a las salas este relato inspirado en la figura del asesino serial Carlos Robledo Puch
Historia de un clan (sobre el clan Puccio), la primera temporada de El marginal (sobre la dinámica interna en una prisión) y ahora El Ángel (sobre el joven asesino serial Carlos Eduardo Robledo Puch). La carrera de ese talentoso director que es Luis Ortega ha cambiado mucho en dos décadas (pasó del cine ultraindependiente a trabajar con las productoras más grandes de la Argentina), ha pendulado entre la pantalla chica y la gigante (“soy un animal de cine”, asegura), pero hay algo que se mantiene: su fascinación por los personajes extremos hasta la incomodidad, provocadores hasta lo revulsivo. Ortega, de todas maneras, asegura a la nacion que no quiere “quedar pegado al tema”. “El hampa, el delito como transgresión, como mundo oscuro, no me interesa tanto, pero sí cuando está teñido de un aspecto religioso”, agrega.
El paso de un proyecto a otro, indica el realizador, se dio de una manera natural: “Cuando terminamos de hacer Historia de un clan hablamos con Rodolfo Palacios, de quien ya había leído su libro, y casi de forma instantánea surgió la idea de filmar la historia de Carlitos, que claramente no es Carlos Eduardo Robledo Puch porque está tan ficcionalizado como la historia de los Puccio. Se trata de un relato inspirado muy libremente en el personaje y en su historia. La verdad es que es mucho más fácil acercarte a un productor y decirle que querés contar la vida de Robledo Puch que explicarle un proyecto desde cero. Luego está el ingenio o la capacidad de meter tu propio mundo en el marco de una historia conocida y atractiva”.
A los 39 años, Luis Ortega es un “veterano” del cine argentino. Es que el mismo cineasta que hoy filma con K&S Films (responsable de éxitos como Relatos salvajes y El clan), con la poderosa compañía de su hermano Sebastián (Underground) y recorre la alfombra roja del Festival de Cannes acompañado por el también coproductor Pedro Almodóvar empezó haciendo cine artesanal y vanguardista cuando tenía apenas 19 años. Lejos quedaron las épocas de Caja negra o Monobloc (“Fracasé lo suficiente haciendo producciones caseras, trabajando casi solo, y aprendí lo necesario como para incursionar en la TV y en el cine industrial”, admite), pero el director mantiene su fama de rebelde y no reniega de un discurso bastante contestatario y provocador.
Pese a haber conseguido ya varios éxitos en TV, Ortega es bastante duro con ese universo: “No veo series, no entiendo la dinámica. En TV hay mucho menos tiempo, hay más indulgencia, porque en definitiva lo ves en una pantalla más pequeña y con un sonido cien veces inferior al de una sala. Por lo tanto, la posproducción tampoco tiene las exigencias del cine. Y, por más esfuerzo que hagan las series, su esencia es la TV, entonces lo que uno siente todo el tiempo es el guión afectando a los personajes. Veo el momento preciso en que te quieren contar determinada cosa, y cómo te la repiten..todo está muy estudiado, es más de laboratorio”. El Ángel, cuyo elenco está compuesto por el debutante Lorenzo Ferro, Chino Darín, Peter Lanzani, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Cecilia Roth y el chileno Luis Gnecco, propone una narración llena de adrenalina y estilización visual que remite por momentos al cine de Quentin Tarantino, sobre todo a partir de una utilización permanente de canciones de la época (la historia transcurre entre 1971 y 1972) compuestas por Billy Bond y la Pesada del Rock & Roll, Manal, Leonardo Favio, Johnny Tedesco, mucho de Pappo y –sí– también algo de Palito Ortega.
Si bien no pretende ser una reconstrucción fiel del raid delictivo de ese joven que en menos de dos años cometió 11 asesinatos y 42 robos, hay en El Ángel múltiples elementos que remiten a la historia real y el personaje que en la ficción construye con convicción y magnetismo Lorenzo Ferro (hijo del reconocido Rafael Ferro). “Yo fui quien insistió para que un joven sin experiencia fuese el protagonista. No fue fácil convencer a los productores porque Toto no era actor, no había pisado ni siquiera una clase de teatro. Pero apenas lo conocí, supe que él era Carlitos. Después vinieron mil aspirantes más, pero yo ya escribía pensando en su carita. Se me respetó la propuesta y me dieron seis meses para ensayar todos los días con él. Cada jornada, desde las 10 de la mañana, nos juntábamos en mi departamento y nos la pasábamos bailando, actuando, repasando las escenas con el aporte de Alejandro Catalán, gran profesor de actuación. Para un pibe de 16 años era lógico pensar: ‘¿Qué hago acá?’. Frente a semejante rigor otra persona habría abandonado, pero él demostró ser un tipo con mucho talento, se puso la película al hombro, se la bancó: estaba en su destino hacerla”.