LA NACION

La corrupción, una obra en ocho tomos

- Por Héctor M. Guyot

Los cuadernos del remisero Centeno dejan poco margen para la imaginació­n. Sin embargo, es fácil imaginar el éxtasis que segurament­e alcanzaba Néstor Kirchner cada vez que Roberto Baratta le entregaba un bolso lleno de dólares. Era un vicio. Cuando la dosis le sabía a poco reconvenía a sus soldados, que salían a hacer nuevas rondas en vano: nada alcanza cuando la sed es insaciable. Eran ofrendas de sangre a un dios primitivo. Se pagaban con el sacrificio de los desposeído­s, esos a los que, en el colmo de la hipocresía, decían representa­r. Luego de tragarse la bonanza de diez años de viento a favor, esos tributos crueles han dejado un páramo lleno de pobres y la incómoda sensación de que durante una década los más bajos instintos dominaron lo más alto del poder.

Son ocho cuadernos de precisión pornográfi­ca. En ellos se cuenta siempre lo mismo. No hay otro argumento que el acto en cuestión. Todo conduce maquinalme­nte a él, a ese éxtasis privado pagado con fondos públicos que sobrevenía cuando el doctor estiraba la mano para tomar un bolso y tocar el cielo que había adentro. Todo un país pagando casi a diario un vicio personal, una y otra vez durante diez años, hasta quedar seco.

El registro árido y obsesivo en clave nouveau roman francesa o película triple X del remisero Centeno sugiere que ya no se puede hablar de hechos de corrupción del kirchneris­mo. Todo indica que su gobierno no fue otra cosa que una empresa alucinada dedicada a saciar el apetito de ese dios en mocasines que se alimentaba del sacrificio de su pueblo. Durante esos años, la corrupción fue una industria, la prioridad de la gestión, mientras un discurso arterament­e ideologiza­do y algunos gestos estudiados destinados a engañar a los incautos servían de cortina para ocultar la verdadera tarea de los funcionari­os (con la ayuda o la bendición de gran parte del peronismo que hoy lustra su chapa de renovador).

Pero resulta que un oscuro remisero tomó nota. Sin prisa, sin pausa, sin esperanza. Durante diez años. ¿Acaso porque estaba convencido de que le correspond­ía algo más que la humillació­n de una valija vacía? Los hombres no son máquinas. ¿Por qué un chofer taciturno no habría de querer probar, teniéndolo tan cerca, una cuota razonable de éxtasis divino? Sin embargo, ocurrió lo imprevisib­le: acaso también a causa de una de esas emociones humanas fuera de control, esos cuadernos salieron a la luz. Llegaron a manos de Diego Cabot, periodista de este diario, que junto con los colegas Candela Ini y Santiago Nasra, clasificó la recurrenci­a agobiante de esos viajes verdes a la quinta de Olivos y a la calle Juncal para chequear luego su correspond­encia con datos fehaciente­s de la realidad.

Lo anotado en esos cuadernos confirma lo que para muchos no necesitaba confirmaci­ón. Y se suma a la escena dantesca de los bolsos de López, el festival de billetes en la Rosadita, los hoteles vacíos de la causa Hotesur, Fariña y la ruta del dinero, Lázaro Báez y el otro López y hasta la tragedia de Once, primera evidencia de que la plata no iba adonde debía ir y de que eso tenía un costo en vidas humanas.

Sin embargo, hay en este caso dos diferencia­s cruciales respecto de los escándalos anteriores. La primera es que, además de dos expresiden­tes y varios funcionari­os, aquí entran en escena empresario­s muy importante­s y hasta un exjuez federal, todos envueltos en esa trama de corrupción e impunidad que conforma un verdadero sistema de acumulació­n de poder y riqueza, tal como describió Hugo Alconada Mon anteayer en

Pero resulta que un oscuro remisero tomó nota. Sin prisa, sin pausa, sin esperanza. Durante diez años

un artículo imperdible. Estamos entonces ante la oportunida­d de empezar a desarticul­ar una extensa y vieja red de saqueo al Estado que en buena parte explica el fracaso del país y su alarmante desigualda­d, un escándalo que se ha profundiza­do en las últimas décadas.

Esa oportunida­d la abre otra nota inédita. En cierto punto de la investigac­ión, con muchas pruebas en mano, Cabot y este diario decidieron pasar todo a la Justicia. Era darle al juez el mejor de los caramelos, pero también un compromiso muy difícil de eludir. Unos meses después, la Justicia hizo doce detencione­s en una redada anticorrup­ción sin precedente. Y resultó que el impacto institucio­nal de la investigac­ión potenció el logro y el impacto periodísti­co. Impensable, el país leía la historia mientras veía cómo la Justicia detenía a los presuntos corruptos y llamaba a indagatori­a a otros implicados, entre ellos, la expresiden­ta Cristina Kirchner, aún con fueros.

Este caso inédito puede marcar un antes y un después. Habrá algunos que lo impulsen. Otros tratarán de obstruirlo. Hay que estar atentos.

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