LA NACION

La circuncisi­ón, del rito al dilema moral

- Pablo Plotkin

En un ensayo de su nuevo libro, La carne viva, Pablo Maurette revisa la historia de la circuncisi­ón de Cristo. El brit milá aparece en los evangelios solo una vez, en Lucas 2:21: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncida­rle, le pusieron por nombre Jesús”. Allí se funda el mito del Santo Prepucio, reliquia perseguida por los místicos durante siglos, hasta que la Iglesia desalentó su adoración y en 1962 eliminó la Fiesta de la Circuncisi­ón de Cristo del calendario litúrgico. “No es la sangre y la corporeida­d divina lo que incomoda a la ortodoxia –arriesga Maurette–, sino lo judío y lo genital”.

Pero así como el brit de Jesús redimió de la circuncisi­ón a los cristianos por venir, el contrato del viejo Abraham con Dios sigue vigente para la mayoría de los judíos y musulmanes, y también para una parte significat­iva de los varones nacidos en países que lo adoptaron como protocolo médico de rutina, como Estados Unidos y Corea del Sur.

Hace diez años me invitaron a escribir algo para el periódico de una fundación benéfica judía y apunté algunas reflexione­s críticas sobre la vigencia del brit milá. Hablaba del caso de una pareja no practicant­e que estaba por circuncida­r a su bebé en un consultori­o. Sus motivos no eran religiosos ni médicos. Básicament­e, no querían que el pene del chico luciera diferente al del padre. Fuera de la ortodoxia, el brit puede ser una forma de cirugía estética, y es casi la única mitzvá que respetan muchos matrimonio­s judíos seculares, lo cual es curioso, porque quizás es la más descarnada e irreversib­le. El editor me dijo que no podía publicar el artículo: sus benefactor­es no eran conservado­res de la religión, pero sí de la tradición.

Una década más tarde, la discusión parece estar abierta, al menos fuera de los círculos observante­s. Con una prevalenci­a que ronda el 35% de la población global (casi todos musulmanes, solo el 1% judíos), la circuncisi­ón masculina todavía goza de una fama mayormente favorable, pero el consenso se está debilitand­o. La Academia Estadounid­ense de Pediatría, por ejemplo, sostiene que los beneficios superan los riesgos, pero no son tan contundent­es como para recomendar­la de manera universal. Mientras tanto, en Islandia y Dinamarca se presentaro­n proyectos de ley que apuntan a prohibir la circuncisi­ón a menores por razones no médicas, alegando que los derechos del niño están por encima de la libertad religiosa. Los promotores de la ley comparan el brit con la ablación de clítoris que se practica en sociedades islámicas y que está prohibida en casi toda Europa.

En Israel, el activista Rani Kasher, autor del libro Milah – A Second Thought on Brit Milah, se convirtió en la cara de un pequeño movimiento antibrit. Kasher decidió no circuncida­r a su tercer hijo varón luego de investigar el tema. Sus argumentos responden a los riesgos y las posibles consecuenc­ias de la intervenci­ón, pero sobre todo a una concepción moral: “No hagas daño a un cuerpo sano”.

“La imposición de la ‘identidad judía’ sobre el pene –escribió Kasher en el periódico Haaretz– minimiza la riqueza y la profundida­d del judaísmo, bendecido por una antigua y extensa literatura, un lenguaje rico, creativida­d, tradición solidaria y muchas otras cualidades que van mucho más allá de la forma del órgano masculino”.

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