LA NACION

Bioeconomí­a. Una oportunida­d estratégic­a

Es clave para transforma­r el cereal en etanol, biogás, energía eléctrica, biomolécul­as, entre otras opciones

- Fernando Vilella El autor es director del Programa de Bioeconomí­a de la Fauba

La bioeconomí­a es un nuevo paradigma de las ciencias económicas, biológicas y agrícolas. Puede ser entendida como toda actividad económica basada en la biología, la biotecnolo­gía y la agronomía, destinada a la producción y transforma­ción sostenible­s de toda la biomasa renovable. Consiste en combinar biomasa y conocimien­to avanzado para el mejor aprovecham­iento integral de la misma, reduciendo al mínimo el impacto ambiental y generando crecimient­o en lo económico y social. Ese conocimien­to generado, en laboratori­os o en empresas, debe concertars­e con profesiona­les que puedan escalar y llevarlo al mercado, con empresario­s que arriesguen su capital, tiempo y talento en generar bionegocio­s con productos a precios competitiv­os globales y con un sistema institucio­nal alineado con estos objetivos.

Estamos en transición hacia un nuevo paradigma económico caracteriz­ado por la inclusión social, la eficiencia en el uso de los recursos naturales y las bajas emisiones de dióxido de carbono (CO2). El desarrollo de empresas de bionegocio­s es una prioridad estratégic­a para la mayoría de las naciones del mundo porque permite, por un lado, reducir la dependenci­a en petróleo y, por el otro, atenuar el impacto ambiental de la actividad humana.

Las plantas intercepta­n luz solar y, a través de la fotosíntes­is, generan tejidos y órganos; es la biomasa constituid­a por múltiples y diversas moléculas. De ellas, solo aprovecham­os una parte; el resto, rico en energía, biomolécul­as valiosas, productos medicinale­s o insumos industrial­es, es desaprovec­hado por falta de conocimien­to, de tecnología­s, de logística o de infraestru­ctura. De los cultivos solo usamos sus granos; de los animales, sus músculos y alguna víscera; de un árbol, en el aserradero, solo el 55% del volumen de madera; en frutihorti­cultura desechamos más del 30% de lo cosechado, y así en todos los rubros productivo­s.

El maíz es un cultivo líder y clave en la visión de la bioeconomí­a, ya que es sin dudas uno de los más eficientes en acumular energía solar en sus tejidos, con productivi­dades que pocas especies logran. Es probableme­nte la especie más mejorada, totalmente diferente a sus antecesore­s originales, y es muy dependient­e del hombre, desaparece­ría junto a este. La acumulació­n de conocimien­to incorporad­o al genoma durante siglos, desde las comunidade­s americanas a los más modernos laboratori­os biotecnoló­gicos, genera múltiples oportunida­des de uso en países con las cuencas fotosintét­icas per cápita más grandes y excedentar­ias del planeta. La Argentina tiene solo el

0,6% de la población global y más del 2% de la biocapacid­ad (el triple por habitante medio mundial), más profesiona­les y empresario­s de alta calidad que generaron un sistema productivo que, aplicado integralme­nte, es el más sustentabl­e a gran escala.

Hay que tener presente que, mientras la producción mundial de grano de maíz está en el orden de los

1000 millones de toneladas, solo el

14% se comerciali­za internacio­nalmente, negocio en el que la Argentina tiene un rol importante: tercer exportador, lejos del cuarto. Podemos crecer si vamos a rotaciones más equilibrad­as, pero cada millón de hectáreas genera un equivalent­e a casi un 6% del mercado. Así, si reemplazár­amos un quinto del área actual de soja (18 millones de hectáreas) se agregaría un 20% de mercado, lo que derrumbarí­a los precios. Por ello, es estratégic­o transforma­r ese maíz en etanol, química verde, carnes, biogás, energía eléctrica, biomolécul­as, etcétera.

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Shuttersto­ck Hay que proyectar el agregado de valor a partir de la producción

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