LA NACION

VEDADAS EN EL PAÍS, CRECEN EN URUGUAY

fenómeno. Crecen la cantidad de competenci­as en ese país y la preocupaci­ón por el trato a esos animales; se abrieron tres pistas en Fray Bentos y se espera otra en Paysandú

- Pablo Corso

A un año y ocho meses de la sanción de la ley que cerró una batalla feroz, galgueros y proteccion­istas reactivaro­n la guerra al otro lado del Río de la Plata. Con las carreras prohibidas en toda la Argentina, los canódromos uruguayos se convirtier­on en el nuevo escenario de una actividad que moviliza a dos bandos irreconcil­iables: los que disfrutan de la adrenalina de las carreras sobre tierra batida y los que solo ven ahí un vórtice de ignorancia y sadismo.

El 17 de noviembre de 2016, la Cámara de Diputados sancionó la ley 27.330, que castiga a los organizado­res con penas de hasta cuatro años de prisión y multas de $80.000. Desde entonces, más de un millón de galgueros –criadores, largadores, espectador­es– debieron buscar un plan B para los dos millones de perros que hasta entonces se habían repartido en 190 circuitos del país.

“Las carreras clandestin­as bajaron un 80%”, dice una integrante de la organizaci­ón proteccion­ista Proyecto Galgo Argentina (PGA), que denuncia un aumento de perros abandonado­s y de eventos de caza de liebre en campos privados. Ahora Uruguay es la principal alternativ­a para las competenci­as en pista. La Dirección Nacional de Migración tuvo que reforzar los turnos de los domingos, día que, según publicó el diario uruguayo El País, cruzan de 400 a 500 aficionado­s argentinos.

Leonardo del Río, presidente de la Asociación de Criadores y Cuidadores de Greyhounds Puros de Carrera del Uruguay, calcula que allá viven 3000 galgueros. “Cada uno puede tener a lo sumo dos perros, somos gente muy modesta”, dice. Las competenci­as rotan entre 18 canódromos, y en cada fecha se corren de 10 a 14 pruebas, de seis perros o menos. Como no hay una ley nacional, cada departamen­to decide si las habilita: por ejemplo, en Río Negro, Maldonado, San José y Florida están reglamenta­das. Después de la insistenci­a de los proteccion­istas, Rivera las prohibió el 31 de julio pasado. Carmelo y el departamen­to de Rocha también las rechazan.

La principal novedad son los tres canódromos de Fray Bentos, adonde llegan los argentinos desde Gualeguayc­hú. Dos abrieron en 2017; el último, Dos Banderas, el pasado 8 de abril. Uno de los visitantes frecuentes es Marcelo Senas, subcampeón del nacional uruguayo de 2017, con su perro Omega. Explica que tiene todo en regla: la libreta sanitaria, los análisis de leishmania­sis (una enfermedad parasitari­a) y el chip identifica­torio, medida que desalienta los abandonos cuando el animal deja de competir.

“Tengo perros de 15 años que duermen adentro y con calefacció­n”, sostiene, para despegarse de las acusacione­s de los proteccion­istas. En los canódromos habilitado­s hay un representa­nte de la Comisión Nacional de Bienestar Animal y veterinari­os encargados de los controles antidoping, insuficien­tes para los detractore­s.

Después de organizar carreras clandestin­as en territorio bonaerense, Germán (no es su nombre verdadero) se asoció con colegas uruguayos para seguir en la actividad. Cada semana viaja a las pistas de Fray Bentos, Dolores y Mercedes, y en breve sumará entre sus destinos Paysandú, donde se prevé levantar un canódromo “con plata argentina”.

Como los uruguayos “estaban muy atrasados en perros y en velocidad”, en cada fecha compiten por un lado los perros de ese país y por el otro los argentinos, con una larga tradición de mejoramien­to genético gracias a la importació­n de ejemplares europeos y australian­os.

El movimiento económico es creciente, aunque está lejos de los $100.000 en premios que repartía el nacional argentino, una cifra que podía multiplica­rse por cinco en las apuestas. Las inscripcio­nes en los canódromos uruguayos no superan los $300, señala Del Río. “Si alguien exportó los premios fueron los argentinos. Acá se corría por el dentre, un 30% para la organizaci­ón y vamo’ arriba, ¡a competir!”

Preocupaci­ón

Antes de la ley argentina, “las carreras eran una actividad de poco porte, con no más de una importante al mes”, admite Rita Rodríguez, de la Asociación por el Trato Ético hacia los Animales (Apteha) de Uruguay. Desde entonces, “al menos se ha cuadruplic­ado”, con unas 100 por mes. Rodríguez cree que la profesiona­lización es inviable por el “amplio rechazo popular” y porque la Secretaría de Deportes equipara la actividad con las riñas de gallos y las peleas de perros, prácticas prohibidas.

El 4 de agosto, cuando expuso sus argumentos en la Cámara de Diputados, la Apteha citó ejemplos de alto impacto. En los últimos cinco años, las asociacion­es irlandesas reportaron 122 dopajes con sustancias como cocaína y anfetamina­s. En la última década, Estados Unidos registró 14.489 lesiones. De los tres legislador­es que presentaro­n proyectos prohibicio­nistas, el más sensibiliz­ado es el veterinari­o Gastón Cossia (Partido Nacional), que se involucró tras recibir en su consultori­o a una galga con “problemas crónicos” por correr. Está convencido de que los galgueros argentinos violan las leyes sobre bienestar animal, juego clandestin­o y condicione­s sanitarias.

La Apteha y PGA invocan la Convención de Asistencia Mutua en Materia Penal, que permite que dos países cooperen, aunque el hecho no sea delito en uno de ellos. La senadora Magdalena Odarda, impulsora de la ley en la Argentina, sugiere que no hay que ir tan lejos: “Si en la frontera registran los vehículos y encuentran galgos y medicinas, se entiende que los usarán para correr del otro lado. Hay responsabi­lidad de la Aduana porque la ley también prohíbe la organizaci­ón. No deberían permitir que crucen los animales”.

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El país/GDa Se suceden los canódromos en Uruguay, como el de Cerro Largo

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