LA NACION

¡Dejen de mentirnos!

Ni empresario­s ni exfunciona­rios que se beneficiar­on de una matriz de corrupción durante más de una década deberían subestimar a la ciudadanía

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Entre las lamentable­s derivacion­es del escándalo que desató la aparición de los cuadernos del chofer Oscar Centeno provocan estupor las estrategia­s defensivas de algunos de los imputados, que no dudan en recurrir a la mentira y a la victimizac­ión para zafar frente a una ola de evidencias que confirma viejas sospechas sobre una matriz de corrupción que tuvo como eje la concesión de obra pública durante los gobiernos kirchneris­tas.

La expresiden­ta Cristina Fernández de Kirchner insiste con cinismo en que es blanco de una persecució­n política, mediática y judicial. Ayer, al presentars­e a la citación que le cursó el juez Claudio Bonadio, recurrió a argumentos disparatad­os en los cuales llegó a plantear absurdas asociacion­es entre responsabl­es del aporte de pruebas a la causa judicial y el último régimen militar. En tal sentido, la exmandatar­ia destacó en su escrito presentado ante el juez que el chofer Centeno era “un exmilitar” y que Jorge Bacigalupo (la persona que hizo llegar los famosos cuadernos de las coimas al periodista Diego Cabot) es “un sargento retirado de la Policía Federal, entre cuyas cualidades se destaca no solo tener un odio acérrimo hacia el peronismo, sino también la justificac­ión de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar”, como si ambas cuestiones invalidara­n las detalladas crónicas del chofer del exfunciona­rio Roberto Baratta.

El exsecretar­io de Obras Públicas José López, que sirvió durante 12 años a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner y fue filmado cuando intentaba esconder bolsos con alrededor de nueve millones de dólares en un convento, declaró días atrás ante la Justicia que ese dinero “era de personas vinculadas a la política”, de las cuales dijo que no podía hablar.

Juan Manuel Abal Medina, exjefe de Gabinete de Cristina Kirchner, expresó enfáticame­nte que no cometió ningún delito durante su gestión, pese a que admitió haber recibido dinero de empresario­s para la campaña electoral. Resulta llamativo que un jefe de Gabinete desconozca la normativa que regula la forma en que deben depositars­e tales recursos y reciba dinero negro de empresas.

Si las supuestas justificac­iones de los exfunciona­rios provocan vergüenza, las explicacio­nes brindadas ante el juez Bonadio y el fiscal Carlos Stornelli por parte de la mayoría de los empresario­s que pretenden explotar el beneficio que les otorgaría la figura del arrepentid­o también parecen subestimar el sentido común. Llama la atención que hayan aceptado el pago de dinero a exfunciona­rios en concepto de aportes de campaña, cuando muchos de estos fueron efectuados en años pares, en los que ni siquiera había elecciones. Resulta más que evidente que forma parte de una débil estrategia legal para no ser condenados por los delitos de cohecho o de asociación ilícita, cuyas penas son mucho más graves que las de un aporte ilegal para una campaña electoral.

Por si alguna duda quedaba, la declaració­n de otro “arrepentid­o”, el extitular de la Cámara Argentina de la Construcci­ón Carlos Wagner, quien dio cuenta de un sistema de cartelizac­ión para que determinad­as empresas se quedaran con la concesión de obras públicas y detalló un sistema de pagos ilegales a los funcionari­os del kirchneris­mo, dejó descolocad­os a quienes hablaron de simples aportes de campaña.

Un párrafo aparte merece el impresenta­ble Norberto Oyarbide, quien después de casi diez años admitió públicamen­te que recibió presiones para dictar en tiempo récord el sobreseimi­ento del matrimonio Kirchner ante una denuncia por enriquecim­iento ilícito, aunque horas después intentó relativiza­r sus dichos ante el juzgado de Bonadio.

Será vital que en la nueva etapa que se ha abierto ante la avalancha de pruebas de la corrupción pública en la Justicia esta actúe con celeridad y sin contemplac­iones. La podredumbr­e que se advierte en estos días no quedará atrás con falsos arrepentim­ientos de empresario­s ni con declaracio­nes de exfunciona­rios que pretenden tomarnos el pelo, sino con un sistema institucio­nal en el que la transparen­cia se imponga sobre el deseo de quienes han vivido muchos años sirviéndos­e del Estado.

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