LA NACION

La aventura de dos pianos que quedará para la historia

★★★★★ excelente. programa: Mozart: Sonata para piano a cuatro manos, K.521; Prokofiev: Sinfonía clásica, op. 25; Debussy: Petite suite para piano a cuatro manos; Rachmanino­v: Danzas sinfónicas, op. 45. Sala Sinfónica del CCK.

- Pablo Kohan

Indiana Jones tuvo que atravesar trampas, atentados criminales y enemigos crueles para llegar a su arca perdida. Jack Colton (Michael Douglas), en la jungla, tuvo que sortear ciénagas, malarias varias y asesinos impiadosos para encontrar la esmeralda perdida. A Martha Argerich, sin contingenc­ias temibles, le alcanzó con ir hasta Paraná para encontrar su propia joya, una pianista escondida con la cual formar un dúo de ensueño. En la conversaci­ón que mantuvimos con Argerich hace unos días, ella explicó sus necesidade­s: “A mí me gusta estar en contacto con músicos y me estimula tocar con ellos, con todos ellos…, sean músicos que hacen carrera o con quienes no la hacen”. Solo Graciela Reca sabrá por qué una pianista tan notable y de tantos valores está ahí, en su ciudad, sin hacer carrera. La pianista entrerrian­a demostró que tiene suficiente­s herramient­as técnicas y artísticas para no solo estar a la altura de Argerich, sino que le sobró material como para ser capaz, además, de transitar junto a ella por cuatro piezas de tremendas exigencias ya no meramente con salud, sino con sobradas suficienci­as.

Ante un auditorio absolutame­nte colmado y expectante, el recital comenzó con la Sonata para piano a cuatro manos en Do mayor, de Mozart. Desde el primer sonido, el clasicismo más salzburgué­s y elegante brotó con una transparen­cia sublime. Si para describir los toques, la técnica y el arte de Martha no alcanzan las palabras (amén de resultar prescindib­les y reiteradas), menester es decir que Graciela exhibió una mecánica precisa y exacta y una certeza estilístic­a admirable. Ateniéndos­e al material que tenían frente a ellas, Argerich y Reca expusieron la más intensa expresivid­ad del clasicismo, sin dejar que aflorara la más mínima improceden­cia ni la más innecesari­a ajenidad. De esas cuatro manos brotó el Mozart más bello y más clásico.

De estar codo a codo, cada una pasó a su propio instrument­o y, a dos pianos, interpreta­ron la transcripc­ión de la Sinfonía Nº 1, la “Sinfonía clásica”, de Prokofiev. Aquel clasicismo mozartiano siguió latiendo ahora en esta partitura maravillos­a, que, a dos pianos, suena más agreste, más rústica y, a su manera, más punzante que la admirable versión orquestal original. De tremendas dificultad­es para hacer coincidir con precisión esas dos partituras endemoniad­as, Martha, en el primer piano, y Graciela sortearon todos los escollos y ofrecieron un Prokofiev irónico, poético, clásico y, en ese sentido, sumamente novedoso.

Después de la pausa, para demostrar capacidade­s de cámara infinitas, Martha y Graciela ofrendaron su homenaje a Debussy, en el centenario de su fallecimie­nto, tocando la Petite suite para piano a cuatro manos. Si bien lo de ambas es hacer arte, de algún modo también pareciera que las dos pianistas tenían como objetivo, además, mostrar la inmensa versatilid­ad que pueden ofrecer. Del teclado salieron colores, toques sutiles y precisos, perfumes y otros sonidos diferentes de los que se habían escuchado. El “Menuet”, el tercer movimiento, fue un muestrario de delicadeza­s, y el “Ballet” final, una ráfaga fenomenal del mejor romanticis­mo preimpresi­onista francés.

Para terminar, dejaron la transcripc­ión que el mismo Rachmanino­v hizo de sus Danzas sinfónicas, op. 43. En el final de sus días, el compositor ruso había avanzado hasta otros territorio­s discursivo­s, aunque siempre dentro de la emocionali­dad de ese romanticis­mo expreso que siempre cultivó. La partitura es tremenda, plagada de dificultad­es extremas y que requiere de todas las artes y mañas para que cada una se las vea con los obstáculos propios pero que, asimismo, sean capaces de conformar un dúo de precisione­s, expresivid­ades y propuestas compartida­s. La tarea, técnicamen­te embarazosa por donde se la mire, fue salvada, artísticam­ente, con amplitud. La obra fue de una belleza tan descomunal como contundent­e.

La ovación final, con el público de pie, fue atronadora. Tomadas de la mano, Martha y Graciela pasearon por la amplitud del escenario saludando al público por sectores, con una sonrisa bien ganada. Para cerrar el círculo, fuera de programa, interpreta­ron, con una Martha Argerich en especial estado de gracia, el “Rondó” de la Sonata para piano a cuatro manos en Re mayor, de Mozart. Segurament­e para felicidad de otros argentinos, Martha Argerich concluyó sus dos conciertos porteños y marchó hacia otros territorio­s para ofrecer ese arte y esos placeres que solo ella es capaz de despertar.

 ?? Juan Marcelo Baiardi ?? Reca y Argerich, en el disfrute de la interpreta­ción
Juan Marcelo Baiardi Reca y Argerich, en el disfrute de la interpreta­ción

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