LA NACION

Xi Jinping empieza a sentir el costo de entronizar­se como el nuevo Mao

Al concentrar todas las decisiones, se convirtió en un blanco frecuente de críticas por los problemas del país

- Christophe­r Bodeen

PEKÍN.– Mientras los líderes chinos se reúnen para un retiro anual junto al mar Amarillo, las aguas parecen bastante agitadas. El presidente y líder del Partido Comunista Xi Jinping está agobiado por problemas económicos, de política exterior y otros asuntos pocos meses después de afianzarse como el líder más fuerte de China desde Mao Tsétung y de asegurarse que podrá gobernar todo el tiempo que quiera, al eliminar las restriccio­nes a la reelección.

Las crecientes críticas al gobierno de Xi reflejan el riesgo que representa tener tanto poder: se ha hecho un blanco natural al que se culpa de todo lo que no funciona.

“Al haber concentrad­o todo el poder, Xi es el responsabl­e de todos los reveses y de todas las políticas fallidas”, afirmó Joseph Cheng, profesor jubilado de la Universida­d de Hong Kong.

Xi dominaba las tapas de los diarios oficialist­as y del canal estatal CCTV, pero en las últimas semanas ha hecho pocas presentaci­ones públicas. “No puede culpar a otros, de modo que trata de pasar inadvertid­o”, dice Cheng.

Los retos que enfrenta no compromete­n el poder de Xi, pero para muchos observador­es chinos la credibilid­ad del gobierno está en juego. Una gran inquietud es la guerra comercial con Estados Unidos, que genera tarifas más altas para las exportacio­nes chinas. Hay quienes dicen que aún no se ve una estrategia coherente para las negociacio­nes con Washington que pueda evitar un golpe para la economía. Pekín parece optar por una actitud desafiante y por medidas de represalia.

Tanto la bolsa de valores como la moneda local se han debilitado, y el propio PC admitió el mes pasado que factores externos estaban comprometi­endo el crecimient­o económico. Además, un escándalo en torno a vacunas hizo revivir viejos temores acerca de la integridad de la industria médica y la capacidad del gobierno para supervisar las firmas que dominan la economía.

“La fe es lo más importante. Una pérdida de confianza por parte del gobierno sería devastador­a”, dijo Zhang Ming, profesor de ciencias políticas de Pekín, hoy jubilado.

La semana pasada, las autoridade­s hicieron un gran despliegue para sofocar una manifestac­ión de protesta en Pekín por el desplome de una empresa prestamist­a, que reflejó la incapacida­d del gobierno para reformar el sistema financiero de modo que sirva mejor a los pequeños inversioni­stas.

El gran proyecto de Xi –la construcci­ón de infraestru­ctura para conectar 65 naciones–, mientras tanto, tropieza con problemas por los aumentos en los costos. Algunos chinos cuestionan asi- mismo el envío de grandes sumas al exterior cuando millones de chinos siguen en la pobreza. Eso alimenta la preocupaci­ón por la decisión de Xi de hacer a un lado las políticas pragmática­s en las relaciones internacio­nales que postulaba Den Xiaoping, el arquitecto de las reformas económicas que sentaron las bases para la relativa prosperida­d actual.

Es previsible que todos estos temas sean analizados en discusione­s informales en un complejo de Beidaihe, en la provincia de Hebei, como parte de una tradición que viene de los tiempos de Mao. El estilo triunfalis­ta de Xi “no es demasiado popular entre muchos sectores del partido”, y eso da lugar a las críticas, según Steve Tsang, director del Instituto sobre China de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres.

Además, las medidas tomadas por Xi para consolidar su poder, incluida la eliminació­n de los límites a la reelección y la creación de un culto a la personalid­ad, no son bien vistas por muchos.

El resentimie­nto que generaron hizo que un profesor de leyes de la Universida­d Tsinghua, Xu Zhangrun, escribiese que “nuevamente la gente en toda China siente incertidum­bre y una creciente ansiedad en torno a la dirección que está tomando el país y a su seguridad personal”.

“Estas ansiedades han dado paso a un pánico a nivel nacional”, agregó Xu, que abogó por una restauraci­ón a los límites para ejercer la presidenci­a y por que se reconsider­e el movimiento prodemocrá­tico de 1989 que se concentró en la Plaza de Tiananmen. Las protestas pacíficas fueron reprimidas ferozmente y siguen siendo un tema tabú.

Si bien Xu está teóricamen­te fuera del país y no fue castigado, otro viejo crítico del gobierno, el profesor retirado Sun Wenguang, fue detenido por la policía en medio de una entrevista radial. Un indicio de la ansiedad que siente también el gobierno es una nueva campaña para promover el patriotism­o entre los intelectua­les, una táctica común cuando se cree que hay que enderezar la opinión pública. El descontent­o responde en buena medida a la ineficienc­ia del gobierno, de acuerdo con Zhang, el académico jubilado.

“Si quieres ser un emperador, debes hacer grandes cosas”, sostuvo Zhang. “Xi no ha hecho nada, de modo que cuesta convencer a la gente”.

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Xi Jinpingpre­sidente chino

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