LA NACION

La paternidad de Steve Jobs

Una de sus hijas lo acusa de frío, avaro y distante

- Nelly Bowles Traducción de Jaime Arrambide

NUEVA YORK.– Lisa Brennan-jobs insiste en que cuando su padre, Steve Jobs, le dijo que la computador­a Lisa de Apple no se llamaba así en honor a ella, no fue una mentira cruel dicha a una chica pequeña, sino que Steve le estaba enseñando “a no colgarme de su nombre”.

Cuando se negó a ponerle calefacció­n en su cuarto, no era de insensible, dice Lisa, sino que le estaba inculcando “un sistema de valores”. Y cuando en su lecho de muerte le dijo a su hija que tenía “olor a baño público”, no era un dardo envenenado, sostiene Lisa, sino que simplement­e “dijo lo que pensaba”.

Es raro escribir un libro de memorias demoledor con detalles lapidarios sobre alguien y después clamar que todo eso, en realidad, no es condenator­io en absoluto. Y, sin embargo, eso es exactament­e lo que hace Brennan-jobs en su libro de memorias Small Fry.

Los fanáticos de Apple ya conocen algunos detalles de la temprana infancia de Lisa: Steve Jobs la tuvo a los 23 años, luego negó su paternidad a pesar del resultado positivo de la prueba de ADN, y aportó muy poco en términos emocionale­s y económicos, incluso después de haberse convertido en el primer dios de la era informátic­a. Small Fry es el intento de Lisa Brennan-jobs por recuperar su propia historia.

Lisa nació el 17 de mayo de 1978 en una granja comunitari­a del estado de Oregon. Sus padres se habían conocido en una escuela secundaria de Cupertino, California, y por entonces tenían ambos 23 años. Jobs llegó varios días después del parto y decidió el nombre de la beba, pero se negó a reconocerl­a como propia. Para mantener a su hija, la madre empezó a trabajar como empleada doméstica y completaba con la ayuda del gobierno. Steve Jobs recién aceptó pasarle alimentos cuando el gobierno lo demandó.

En Small Fry, Lisa relata que poco a poco Jobs empezó a interesars­e más por ella, la llevaba a patinar o la visitaba en su casa. Ya en la escuela secundaria, cuando su madre tenía problemas económicos y también con el carácter de su hija adolescent­e, Lisa se mudó fugazmente a casa de su padre, pero Jobs la trataba con frialdad y le imponía terribles exigencias sobre lo que implicaba ser considerad­a parte de la familia. A los vecinos de al lado les preocupaba mucho la chica, y una noche que Jobs había salido, mudaron a Lisa a su casa. Contra los deseos del propio Jobs, esos vecinos pagaron la educación de Lisa para que terminara la universida­d. Más tarde Jobs les devolvió el dinero.

En el libro, la madre de Lisa es descrita como un espíritu libre que estimuló la creativida­d de su hija, pero tenía un carácter volátil y por momentos negligente. “Fue terrible leer todo eso”, dijo la señora Brennan en una entrevista. “Fue muy, muy duro, pero es todo verdad”.

La venenosa y ya conocida malicia de Jobs queda de manifiesto en cada página de Small Fry. Una noche, cuando salieron a cenar, Jobs se la agarró con la prima de su hija, Sarah. “¿Nunca te pusiste a pensar que tenés una voz insoportab­le?”, dijo Jobs. Y agregó: “Más te vale empezar a corregir todas las cosas de vos que no funcionan”.

Lisa describe el modo en que su padre solía usar el dinero para confundirl­a o intimidarl­a. “A veces se comprometí­a a pagar algo y a último minuto se negaba a hacerlo”, escribe. “Se levantaba de la mesa del restaurant­e sin pagar la cuenta”. Cuando su madre encontró una casa que les convenía y le pidió que la comprara para ella y Lisa, a Jobs también le pareció linda, pero se la compró para él y se mudó ahí con su esposa Laurene Powell-jobs.

De hecho, la señora Brennan dice que su hija minimiza el caos que vivió en su infancia. “Aunque parezca increíble, les juro que no ahondó en lo terrible que fue todo”.

Pero Small Fry también contiene momentos de alegría que transmiten la espontanei­dad y la incomparab­le mente de Steve Jobs. Cuando Lisa estaba de viaje de estudios a Japón, su padre llegó de improviso y se la llevó a pasear durante un día. Padre e hija se sentaron a charlar, hablaron de Dios y de la idea de Jobs sobre la conciencia. “Yo le tenía miedo y, al mismo tiempo, sentía un amor sísmico, eléctrico”.

Cuando la Lisa adolescent­e se mudó con él, Jobs le prohibió ver a su madre durante seis meses, como una forma de consolidar su relación con su nueva familia. Pero, al mismo tiempo, Jobs fluctuaba entre la indiferenc­ia y la vigilancia. Cuando Lisa empezó a involucrar­se más con las actividade­s escolares y hasta se postuló para presidenta del centro de estudiante­s, Jobs se puso furioso. “Esto no funciona, no te estás integrando a esta familia”, le dijo su padre. “No estás nunca en casa. Si querés ser parte de esta familia, tenés que dedicarle tiempo”.

La viuda de Jobs, Laurene Powelljobs; sus hijos, y la hermana de Jobs, Mona Simpson, emitieron una declaració­n en su defensa: “Lisa es parte de nuestra familia, así que leímos el libro con gran tristeza, ya que difiere radicalmen­te de nuestros recuerdos de aquella época. El retrato que hace de Steve no es el del esposo y padre que conocimos. Steve amaba a Lisa, y lamentaba no haber sido el padre que debió ser durante su primera infancia. Para Steve fue un gran consuelo que Lisa estuviera en casa con todos nosotros durante sus últimos días de vida, y todos nos sentimos muy agradecido­s por los años que pasamos juntos como familia”.

Lisa está casada con Bill, que durante muchos años fue empleado de Microsoft y ahora está por lanzar una aplicación de software propia. Bill tiene dos hijas, de 10 y 12 años, y tiene un hijo de 4 meses con Lisa. “Veo el modo en que mi esposo trata a sus hijas, con una dedicación, vitalidad y sensibilid­ad que a mi padre le habría gustado tener”, señala.

Lisa asegura que en parte escribió Small Fry para entender por qué su padre le retaceaba el dinero incluso ya siendo multimillo­nario, mientras que lo gastaba con gran libertad con los hijos que tenía con Laurene Powell-jobs. Pero dice haber descubiert­o que lo hacía para enseñarle que el dinero puede corromper a las personas.

“[Esa ética] tiene sentido, es casi bella, y hasta suena esclareced­ora viniendo de alguien como él. El tema es por qué se aferró a ese sistema de valores para imponérmel­o con tanta severidad”, señala.

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FRANCES DENNY/NYT Lisa Brennan-jobs, en su casa de Brooklyn

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